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lunes, 31 de octubre de 2016

Diego Ayo tiene toda la base ideológica para llamar a "Evo burgués" y muestra con la precisión de un relojero, cómo se fue articulando en la infraestructura social, todo un conglomerdo de ricos, campesinos ricos que querían el poder, al que Evo favoreció desde el principio, hoy la figura de burgueses gobernando está clara y los pobres siguen estando donde estaban. muy ilustrativo Diego, gracias!

Creo que el desdén contra los discapacitados que mostró el Gobierno  no es ni debería ser extraño. Tampoco lo es su descarnada actitud de no importismo en relación con las poblaciones marginales que habitan aquellos frondosos territorios de El Bala. Ni lo es su abierta inclinación hacia algunas nuevas élites alteñas (élites "a la Braulio Rocha”) en desmedro de amplias, muy amplias porciones de población alteña pobre, y muy pobre. Menos les interesa la vida de los campesinos, al menos aquellos pobres, pues aquellos pujantes que lucran con la coca o la quinua viven un momento de esplendor (por lo menos hasta   2014 y exagerando,   2015). ¿Y las mujeres viudas, indígenas, desempleadas, violadas o enfermas? Pobres, muy pobres para ser atendidas. ¿Y los 22 pueblos indígenas que el académico Álvaro Diez Astete afirma que están en peligro de extinción? Ufa, más pobres todavía. No clasifican. Podría seguir con la lista, pero creo que es suficiente para dejar en claro una tesis: a este Gobierno los pobres le importan menos. Insisto: ¿es esto extraño? Pues creo que no. 

Explico. Cuando se dio el recambio y Evo Morales subió a la presidencia, en lo que se comprendió como un verdadero proceso revolucionario de transformación, había al menos tres clases en juego: los pobres que lo apoyaron, los ricos (para ponerle una etiqueta no muy correcta pero ciertamente descriptiva) que no lo apoyaron, y diversos sectores en el medio. La composición de este medio era incipiente y difusa. Considero que muchos de los líderes sindicales campesino/indígenas que acompañaron a Evo desde su inicio (por ejemplo Félix Patzi) no formaban parte del primer sector: los pobres. Como lo demostró tempranamente el CEDLA, haciendo un análisis sociológico de las nuevas élites del gabinete, estos señores no eran ni por azar pobres. Eran clase media (de origen indígena). Vale decir, estos caballeros se aliaron con los pobres para vencer a los ricos (léase desde oligarcas, clases medias y medias altas urbanas, empresarios privados, etc). 

Sin embargo, en esta década sucedió algo que marcó una enorme diferencia. Muchos pobres dejaron de serlo (millón y pico). Se juraron a sí mismos no retroceder ya más. Ergo, les gustó ser clases medias y, al serlo, aspirar, algunos miembros de estas clases medias (los más "exitosos”), ya "ascendidos” a su nuevo rol de burguesías, a liderarlas. 

Hago esta excesiva simplificación para dejar en claro que esta primera década fue un tiempo de transición. Transición hacia el empoderamiento de esta nueva clase (o nuevas clases) como dueña(s) del proceso. Y esta clase empoderada, ya lejos de  2005 (muy lejos), es inobjetable que va a querer mantener su liderazgo. Para ese propósito, ¿conviene seguir de la mano de los pobres? Para nada, no aportan nada y más bien ponen en riesgo lo ganado en esta década. Y de yapa les hacen recuerdo que cualquier rato ellos mismos pueden volver, ya acostumbrados a una mejor vida, a foja cero. 

Ha sucedido, por tanto, lo que no era claro aún en 2005: las clases difusas e incipientes han adquirido caras visibles. Ya tienen una identidad, que no la van a rifar. ¿Qué es pues mejor si ya no les interesa seguir aliados de los pobres? Aliarse con quienes les sigan dando la posibilidad de ser lo que han logrado ser: clases medias que consumen mejor que nunca. Vale decir, se alían con los ricos (acuerdos con los sectores agroindustriales cruceños), los inversores extranjeros (por ejemplo en el caso de la tierra, cuatro transnacionales manejan oligopólicamente el negocio agroindustrial) e incluso con los capitales extranjeros ilegales, con tal de prorrogar el dominio de ese nuevo núcleo burgués, compuesto por cooperativistas (y sus élites burguesas), cocaleros (y sus élites burguesas), gremialistas (y sus élites burguesas), entre otros. 

Recuerdo, a propósito, que el 21060 hizo más por el avance de la nueva clase media de extracción indígena, que la década de Evo Morales. Y es que fue aquel hito, autorizando el libre comercio y el libre transporte, el que quebró las ataduras que impedían el despliegue vehemente y creativo de estas nuevas clases. Se empoderaron. Pero lo suyo fue una verdadera "revolución silenciosa”. Mientras los ojos económicos estaban sobre la capitalización de las empresas estratégicas, este fenómeno paralelo se gestaba con vigor.

 ¿Qué paso dio Evo Morales en esta trama? Pues convirtió una revolución burguesa en un régimen burgués. Un régimen de este tipo con todas las virtudes y los defectos que ello supone.
 
Entre las virtudes está la pujanza e inventiva de estos sectores que están copando cada rincón del país; y entre los defectos su suntuosidad en ciernes. Les fascina los coliseos, los teleféricos, los dakars… ¿pero y la salud (por ejemplo)? Ya se la pagan. Pueden hacerlo. Mejor pues que el Gobierno haga estas obras de cemento a veces tan criticadas, pero que van tan de la mano de esta nueva identidad de pecho inflado. Y de la salud o la educación, no se preocupen… ¡ellos mismos se encargan de sus bolsillos!

Nos cuesta ver esto. No parece que haya diferencias entre "ellos”. Lo irónico es que, sin quererlo, renace la mirada colonial: "son todos indios, igualitos nomás”, diría más de uno, sin darse cuenta que es ahí donde se están gestando estas dinámicas de recomposición de poder. No verlo impide comprender que ésta o estas nuevas clases medias, aunque sean "igualitos nomás” que los pobres, son muy diferentes. Y van a cuidar su diferencia. Seguro que sí, al menos mientras esté Evo, el burgués.

martes, 4 de octubre de 2016

en pocos dias acudimos a Isabel San Sebastian que con acertado análisis muestra le carrera de Pedro Sánchez del Partido Socialista frente a Mariano Rajoy ganador de la contienda que pudo haberse evitado de existir algo más de cordura en el primero. nadie vino en su ayuda y casi en la soledad se precipitó en su briosa carrera hacia el precipicio. ahora corresponde vueltos a la cordura, los espanoles enfilar hacia adelante en nuevos tiempos.

La guerra civil socialista se ha saldado con un vencedor indiscutible llamado Mariano Rajoy. Ni él ni el PP han desempeñado papel alguno en su gestación, pero resulta evidente que sobre las ruinas de este PSOE cosido a puñaladas, protagonista de un suicidio político solo comparable al de la extinta UCD, se alza, victoriosa, la figura del veterano candidato popular, que será investido presidente del Gobierno antes de que venza el plazo previsto en la Constitución para la disolución de las Cortes.

El Partido Socialista sensato, integrado por dirigentes patriotas, consciente de su papel histórico como vertebrador de la sociedad y experimentado en el sibilino arte de la guerra incruenta, reaccionó tarde y mal al enroque de Pedro Sánchez. Lo dejaron cabalgar, desbocado, hacia la trampa mortal en la que ha terminado metiendo a sus siglas, en lugar de cogerle las bridas mientras podían hacerlo sin causar el destrozo exhibido impúdicamente el sábado. Ni Felipe González, ocupado en sus lucrativos negocios; ni Susana Díaz, temerosa de abandonar la seguridad de su fortín andaluz; ni Emiliano García Page, centrado en conservar el poder en Castilla-La Mancha a costa de no agraviar a sus socios de Podemos; ni mucho menos José Luis Rodríguez Zapatero, iniciador de esta deriva letal que ha reabierto heridas seculares, dividido al PSOE en dos mitades enfrentadas y puesto seriamente en peligro la indisoluble unidad de España. Ninguno de los que a lo largo de la semana pasada se conjuraron para defenestrar a Sánchez tuvo el valor de actuar en el momento oportuno, antes de que fuera tarde para salir del trance con la dignidad de la formación intacta y alguna contrapartida en el bolsillo. Y para cuando lo hicieron, ante la evidencia de que caminábamos a toda prisa hacia un ejecutivo de frente popular que habría llevado a la Moncloa a la extrema izquierda de Pablo Iglesias, secundada por los separatistas catalanes, el precio a pagar resultó ser la voladura incontrolada del PSOE.
Nadie se atrevió a parar los pies a ese perdedor contumaz, empeñado en lograr mediante pactos antinaturales lo que le negaban las urnas, mientras fue posible hacerlo de manera ordenada. Nadie tuvo el valor de proponer abiertamente en anteriores comités federales o ante la opinión pública la abstención de los diputados socialistas a cambio de determinadas concesiones; por ejemplo, la cabeza de Sánchez por la de Rajoy. Ahora es demasiado tarde y el destrozo es de tal calibre que únicamente les queda aceptar mansamente la investidura del candidato popular, en cuya mano están todos los triunfos. Léase, las previsiones demoscópicas. PP y PSOE saben que, en caso de ir a otras elecciones, la gaviota se aproximaría mucho a la mayoría absoluta mientras que el puño y la rosa sería sobrepasado por la conjunción siniestra de círculos y mareas que capitanea Iglesias. También son conscientes de esa realidad en Ciudadanos, donde hace semanas optaron por tragarse el sapo del «sí», convencidos de que con ello forzarían la abstención del PSOE y arrancaría de una vez esta legislatura varada. Porque España no puede seguir indefinidamente bloqueada. De ahí que el PP no vaya a tentar la suerte tratando de sacar ventaja de unos terceros comicios, sino a acelerar los trámites para que a finales de mes pueda producirse finalmente la investidura de marras.
La semana del diez el Rey celebrará con toda probabilidad una nueva ronda de consultas. Falta por conocer el nombre del representante del PSOE, aunque su postura parece bastante clara. A partir de ahí, el PP a gobernar en minoría, negociando cada iniciatva además de rendir cuentas al Congreso, y el PSOE a lamerse las heridas, hasta contener, si es que puede, la hemorragia.