Acabo de leer “Marxismo y mundo agrario- Introducción al Cuaderno Kovalevsky” de Álvaro García Linera ( La Potencia Plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Buenos Aires, Clacso, 2008). En realidad sobre el texto no hay mucho que decir, más allá de que el Vicepresidente, sin mucho éxito, intenta llevar adelante una confusa (y seguramente innecesaria) apología del pasado prehispánico, reivindicándolo no como el sistema despótico que era, sino como un conjunto de comunidades, de “fuerzas comunitarias” que “empujan nuestra sociedad a la posibilidad del socialismo”. Es decir, el socialismo comunitario por construir, asentado en la base de un socialismo comunitario pretérito destruido por las ignominiosas fuerzas coloniales
No voy a referirme en extenso al tedioso texto (ya que tanta gente compra sus libros, seguramente no es necesario hacerlo) y me detendré, de modo especial, en una de sus frases que, aunque seguramente pueda parecer menor en el conjunto del ensayo, a mí me parece particularmente fascinante, porque retrata el talante intelectual del autor. Dice García Linera en la página 40: “a su vez, Guillermo Lora, DEL QUE SE PUEDE DECIR QUE HASTA AHORA NO HA LOGRADO CONOCER EL MARXISMO…” .
Portentoso. Aquí nos hallamos ante una competencia de radicalidades. Dos extremistas en conflicto. Linera vs. Lora. El estalinista vs. el trotskista, el jacobino vs. el bolchevique. La competencia es, sobre todo, desigual: el vivo contra el muerto; el representante de los que detentan el poder contra el eterno representante de los desposeídos. A García Linera le incomoda la presencia intangible de Guillermo Lora y que todavía detente el título postmortem de ser la primera figura del marxismo nacional: “hasta ahora no ha logrado conocer el marxismo” sentencia. A Linera no le afecta ni le impresiona que Lora (acertadamente o no) le haya dedicado su vida entera a la revolución socialista y además que no lo haya hecho desde los lujos del palacio de gobierno, los edecanes, los autos oficiales y la imprenta estatal al servicio de su gloria, sino desde el sacrificio y el alineamiento radical con los que menos tienen. A García Linera no le impresiona que Lora haya escrito la monumental Historia del Movimiento Obrero boliviano y decenas y decenas de artículos políticos y de divulgación, ni tampoco su contribución fundamental a hitos del movimiento proletario boliviano como la Tesis de Pulacayo. No importa, Lora no entiende el marxismo, ese marxismo que García Linera supone que él mismo, sólo él, puede interpretar en Bolivia con firmeza y precisión. García Linera quiere ser el Primer Marxista de la Nación y le disgusta que Lora, desde su tumba, aún pretenda arrebatarle el título. Y Lora le irrita especialmente, porque Lora es un marxista zafio, previsible, reiterativo, poco refinado y carente de los floridos recursos intelectuales que Linera cree tener. Todavía a Zavaleta (también manierista e intelectualmente amanerado) Linera podría disculparle la competencia (aunque tampoco lo cree a su altura) pero al trostkista de Uncía, nunca
La historia se repite. Los revolucionarios se pisan las mangueras entre ellos. La frase de Linera es, paradójicamente, un plagio al mismo Guillermo Lora. Es decir, lo insulta con sus propios medios. En su momento Lora utilizó palabras casi idénticas para referirse a su directo predecesor Tristan Marof. Así, dice Lora de Marof: “El novelista frustrado nunca dejó de ser literato y en el campo de la política hizo más literatura que otra cosa, escribió buenos panfletos, pero no llegó a elaborar teoría. NO LLEGÓ A COMPRENDER DEBIDAMENTE EL MARXISMO, lo que le impidió manejarlo como método” (Guillermo Lora, El marxismo en Bolivia, La Paz, POR, 1985). Si les creemos a ambos, debemos llegar a pensar que ningún marxista boliviano entiende realmente el marxismo y no tardaremos en encontrarnos con algún nuevo comunista boliviano, quizás un jovenzuelo ahora mismo soñando con el socialismo cibenético, que exclame cáustico: “García Linera nunca entendió realmente el marxismo”. La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa.
Lora se gana el descrédito de Linera porque opina que los incas eran una sociedad despótica esclavista. No es el único que lo cree. Murra en su famoso libro de historia económica del imperio incaico (la mejor que se ha escrito hasta ahora al respecto) lo cree también. Linera despectivo, no ve en esa apreciación de Lora un error aislado o una equivocación de juicio y extrapola ese supuesto desliz al conjunto del pensamiento de Guillermo Lora. Así, para Linera no es que Lora no comprenda las concepciones prehispánicas de Marx (si es que este pensamiento existió, cosa poco probable), ni siquiera que el trotskista boliviano no domine el materialismo histórico. No, es mucho más grave. El problema de Guillermo Lora es, para Linera, estructural, de ignorancia supina, de incapacidad crasa para entender aquello que era el objeto de su vida: “hasta ahora no ha logrado conocer el marxismo”. Tampoco lo lograría porque Lora murió un poco después de que García Linera publicase su “potencia plebeya”.
Curiosamente, lo que Linera censura a Lora es que éste haya seguido a Marx a rajatabla y que, en consecuencia, haya supuesto que el imperio incaico era el resultado de la disolución del comunismo primitivo y que, por lo tanto, se trataba de un sistema despótico esclavista al que Lora denomina, de manera genérica, como “precapitalista”. Lora se limitó a seguir el manual del marxismo-leninismo. En su descargo habría que establecer que, ciertamente, comprender la posición real de Marx respecto al incanato no es fácil, considerando que, como bien se sabe, ni a Marx ni a su colega Engels les interesó nunca especialmente América Latina y menos aún la América prehispánica. De hecho, como de modo estricto consigna Vázquez Chamorro (en “Karl Marx, la teoría de la sociedad oriental y el México precortesiano”. Revista Española de Antropología Americana, Nueva York, XVI. 1986. Pp. 43 a 63), si se hace una estadística del extensísimo conjunto de la obra de Marx y Engels, nos encontramos que entre ambos apenas realizan 10 referencias a los Incas. De esas 10 alusiones, una es dilapidada por Engels cuando opina que la cultura inca se encuentra “en un nivel medio de la barbarie”. (en Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Madrid, Alianza Editorial, 2008). Otra la usa Marx, para hablar del colectivismo social, inspirado en la idea hegeliana de que en América nadie tiene consciencia, lo que operaría como un factor alienante que impediría el más mínimo avance social (en El Capital, México, Siglo XXI, 2008).
Lora era un ortodoxo dogmático y poco imaginativo, es cierto. García L. de algún modo también lo es, pero sabe ser más elástico según sus intereses, por ello, para García Linera, la comprensión despótica feudal (siguiendo la clásica clasificación marxista del modelo de producción asiático) no le gusta porque no se aviene a sus intenciones de establecer una conexión metafísica entre lo que había y lo por construir. García Linera cree que lo que Bolivia necesita es la recuperación de un sistema comunitarista que, de algún modo, pueda recuperar conceptualmente la tradición del sentimiento comunitario precolonial y quiere, además, que esa argumentación sea escrupulosamente marxista y para ello aduce que Marx presumió la existencia posible de otros modos de producción de base comunitarista. Lo que Linera no nos dice es que Marx nunca consideró explícitamente a los incas dentro de estos “otros” modos (aunque en El Capital sí menciona que el imperio inca es una economía natural cerrada que no se aviene exactamente dentro de las formas características del movimiento económico de la producción social) y que lo que sí es evidente es que para Marx el rasgo distintivo del imperio inca se encontraba en el carácter secundario de la producción comunal quechua, fruto de la conquista militar y que por lo tanto lo comunitario no aparece como el fruto de un proceso natural, sino que se crea de manera artificial (Marx, K. Formaciones económicas precapitalistas. Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1975. P. 69).
No hay comentarios:
Publicar un comentario