Los bolivianos deberíamos sentir vergüenza ajena ante tanta burrera dicha por nuestro Presidente. La última fue proferida hace poco. Evo estaría camino a ser estadista si solo hubiese aseverado que todos los bolivianos tenemos derecho a una buena educación, en vez de la sandez que “todos tenemos derecho a tener un auto”. Deberíamos sentir vergüenza ajena por tanta zoncera disfrazada de ciencias sociales del matemático convertido en sociólogo dizque con la lectura de 25.000 libros. Peroró en Madrid que en el país, “el cambio sociopolítico vive una ‘quinta fase’ en la que hay diversas ‘tensiones’, pero todas tendentes a anteponer el interés común a los intereses privados, sectoriales o corporativos”; derivadas del imperativo de que sea “el Estado el que marque el rumbo y adopte las decisiones”.Bastan unas preguntas para que salte a la vista el blablá. El Presidente justifica una amnistía más para que vivillos legalicen su contrabando y su Gobierno tenga dinero de caja chica, porque la caja grande proviene de la reserva de divisas. ¿Es el interés común de los bolivianos que esa puerta al contrabando a Bolivia que es la Zofri de Iquique, liquide sus existencias de automotores usados, importados precisamente para que los “penderejiles” –así los llama Paulovich-- malgasten sus ahorros?¿Es el interés común de los bolivianos que el sueño pequeño burgués de tener un carro dispare las importaciones de gasolina y diesel en desmedro de la balanza de pagos? ¿Es el interés de todos los bolivianos que el Estado –Evo y Álvaro en la onda del “l’État, c’ést moi” del rey Luis XIV de Francia-- replete las calles de vehículos, incremente la contaminación ambiental e involucione el país a pueblo de taxistas, de por sí ya nación de borregos, como decía William Lederer?Si tuviera que confesarme ante un cura, la envidia sería uno de los pecados capitales a revelar ante otro ser humano para ser absuelto. No la variante “figuretti” que pavonea alguno y le hace objeto de mofa. O la que lleva a padres de familia a endeudarse para farsear un nuevo cuatro por cuatro. O la vanidad que convierte en pechugonas a chiquillas, con implantes de gurús de la belleza trucha, de la mano de la mamita y con la plata del papito –describe Mónica Olmos--, para después terminar en pasarela de fotos que ofrecen señoritas de compañía a los ricachones de hoteles de cinco estrellas.La envidia ajena es la hermana de la vergüenza ajena. Envidia ajena es la que torva se arremolinó a mi alma por un instante, al leer las noticias del periplo del Presidente electo del Perú: Ollanta Humala. Los síntomas ya se entreveían al programar su viaje a Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, dejando de lado la peregrinación hacia la Meca del socialismo del siglo XXI. Cereza de la torta fue posponer indefinidamente el viaje a Caracas y programar más bien uno a EEUU, potencia con la que hay que “fortalecer las relaciones… a causa de nuestra lucha contra el narcotráfico”, declaró. Yo ironizo que una diarrea cagalitrosa de bronca quizá aquejó a Fidel, Hugo, Daniel y Evo.Figúrense, el otrora rabioso chavista desentraña al sinuoso Lula –ése de un discurso radical “for export” y manejo económico neoliberal-- pregonando una versión ideológica que conjuga el fomento de una sociedad más equitativa, con el desarrollo económico necesario para bancarlo. Se ha definido una variante brasileña, a la opción caribeña que tanto mama de la teta de fracasado castrismo, dentro el mismo Foro de São Paulo que engendrara la nueva izquierda latinoamericana. Imagínense, Humala envía a Álvaro Vargas Llosa –sí, aquel del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” --a Beijing, Tokio, Bruselas y Washington, a calmar aguas financieras cual si fuera un ministro provisional de relaciones exteriores. Un analista sugiere que pudiera costarle una conspiración chavista para tumbarlo, como a Lucio Gutiérrez en Ecuador.Falta ver si Ollanta Humala será otro falsario que cambiará de rumbo al controlar los hilos del poder político. Como el Hugo Chávez desenmascarado en una entrevista televisiva, que mintió tres veces antes de las elecciones en 1998: aseguró que entregaría la presidencia en cinco años, que no nacionalizaría ninguna empresa, ni quitaría ningún canal de televisión de manos privadas. Hoy sabemos que todo fue mentira, lo que es una constante de la politiquería de autócratas y demagogos.Me trajo recuerdos del entonces presidente electo de Bolivia, Evo Morales, que humilde en su chompa a rayas paseó por Europa arrebujado en la simpatía de sus gobernantes. Quién diría, hoy emula a Fidel Castro al proclamarse marxista y leninista; es un clon del dictador de Sabaneta, quizá camino a ser el tirano de Orinoca, con la imitación pobretona, pero minuciosa, de los errores de Hugo Chávez. Incluyendo la pachotada de proclamar que Sudamérica se viste de rojo con la victoria de Humala, cuando se sabe que al fucsia chavista hay alternativa sensata de punzó con toque pragmático de “verde-amarelo”.Chico Buarque me consoló con su canción “quem te viu, quem te ve, quem jamais esqueçe, não pode reconhecer”. No fue suficiente. Aún así me sumergí en recurrente reflexión sobre lo que jodió a esta Bolivia, reino del revés y digna de mejor suerte.Quizá es maldición del brazo libertador del Mariscal Sucre, baldado en el país por ambiciosos malagradecidos, que de nada le sirvió para defenderse en la emboscada de Berruecos donde fuera asesinado. El autor es antropólogo
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