Arquitectos de adefesios
José Luis Bolívar Aparicio*
“Cuando la gente vea esta magnificencia, van a sentir temor de Dios”, fueron las palabras de Adolf Hitler, en el momento que ingresó al Salón de Mármol de la Nueva Cancillería del Reich, un establecimiento de 146 metros de largo, el doble del Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, y con un lujo que dejaba boquiabierto al más exigente.
Esta era solamente una de las obras megalómanas encargadas por el líder nazi a Albert Speer, un arquitecto alemán de tan solo 28 años, que durante los tiempos de la Alemania hitleriana, supo seguir el ritmo de los sueños de grandeza del hombre de corto bigote.
Desde muy joven ingresó al partido nazi y supo ganarse rápidamente la confianza de la cúpula partidaria. Su familia, amiga directa del Führer, le abrió las puertas necesarias, para poder ser parte del círculo más cercano al líder y muy pronto en conversaciones personales, éste se dio cuenta que era el hombre indicado para llevar a cabo sus grandes sueños, no solo los de conquistar Europa, sino de plasmar arquitectónicamente, edificaciones tan grandes, que puedan demostrarle al mundo entero lo inconmensurable de la gloria alemana.
La primera gran obra a cargo de Speer y que empezaría a mostrar esta nueva línea arquitectónica, tuvo lugar en Nüremberg. Se trataba de un gigantesco Campo de Marte donde se llevarían a cabo las concentraciones militares y civiles más grandes que conoció la humanidad hasta aquel tiempo. Medía más de 12 campos de fútbol y estaba rodeada por 36 torres de piedra, en un extremo se alzaba la famosa Tribuna Zeppelín Camp, en la que se podían acomodar hasta 60.000 personas para escuchar los encendidos discursos y ver los interminables desfiles.
Esta obra estaba basada en el Altar de Zeus y la idea principal de su edificación fue la de retar y vencer a cualquier gran cultura de la historia. La esvástica con la que se coronó esta gran creación era de roca y medía 6 metros de cuadratura.
La segunda construcción de grandes proporciones fue el Estadio de Berlín, edificado para albergar los juegos olímpicos de 1936. Era el escenario deportivo más grande de Europa hasta entonces y su costo fue superior a los 200 millones de Euros actuales. Hitler demandó que su aforo sea de más de 110.000 espectadores. Ello puso a prueba la audacia de Speer y lo logró satisfaciendo dos aspectos especiales, por un lado, el problema mayor era cómo levantar esa instalación en tan poco tiempo, y lo que hizo fue construir la cancha, la pista y la gradería por debajo del nivel del suelo, por lo que la estructura de hormigón solo debía sostener la segunda galera. Por el otro lado, imitaría de esa manera la estructura del Coliseo Romano, poniendo también en ridículo a este otro monumento icónico de la historia.
Pero con la tarea que se llevó todos los lauros, fue con la Nueva Cancillería Alemana. Para este grandioso edificio, Hitler le dio como tiempo límite un año, y todos pensaron que iba a ser insuficiente, pero Speer logró la hazaña entregando la faena incluso con dos días de anticipación.
Todo en este palacio era lujo absoluto, un boato ilimitado, el ingreso a la sala principal estaba ornamentado con dos puertas de 5 metros de alto, el piso de mármol era de una exquisitez mayúscula y sus paredes de mosaicos, algo grandioso. Pero no se quedaba ahí, el despacho de Hitler superaba lo imaginable, muebles forrados en cuero rojo y esvásticas de oro eran tan solo parte de su impresionante opulencia.
Los sueños del líder nazi no terminaban ahí, una vez comenzada la guerra, a seguir de sus primeras grandes victorias y arrasar con media Europa, Hitler puso en marcha una de sus mayores ambiciones, edificar la Capital del Mundo.
Culminada con éxito la campaña en el Oeste, con Francia a sus pies y con Inglaterra derrocada en Dunkerque e incapaz de acercarse al continente, el Führer se dio un paseo triunfal por París, e impactado con su belleza quiso para él, edificaciones así de hermosas pero mucho más grandes y formidables que la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo.
Gobernar el mundo desde Berlín, dejaba en Hitler un sinsabor especial, la capital alemana tenía para el soberano de los nazis dos situaciones que debían superarse. Por un lado, la gran cantidad de judíos y comercios de su propiedad, que afectaban su idea de una ciudad netamente alemana sin la abominable influencia semita. Por el otro, en las elecciones de 1933 Berlín le dio una bofetada democrática. Uno de cada cuatro berlineses había votado en su contra y esa, era una afrenta que tarde o temprano castigaría con rigor.
Para tal efecto, junto a Speer decidió construir en su lugar la nueva capital teutona, una ciudad que mostraría al mundo entero la grandilocuencia del poder tudesco. Germania sería más hermosa que París y sus edificaciones así lo demostrarían. Un nuevo estadio para 400.000 personas, un arco de triunfo dos veces más alto y cuatro veces más ancho que el de los Campos Elíseos con un peso de 2,5 millones de toneladas, enormes plazas y gigantescas avenidas pero ante todo, un edificio que no tenga precedentes en el orbe entero.
La Gran Sala, sería un edificio basado en el Panteón de Roma, la edificación era inmensa, pero lo más resaltante iba a ser su cúpula. Esta bóveda sería cuatro veces superior a la de su inspiración, coronaría a una sala para 180.000 personas y su techo estaría 300 metros arriba de sus cabezas. Pero para coronar todo aquello en el cenit de la obra, la tradicional águila imperial no iba a sostener entre sus garras a la cruz gamada, sino a una representación del planeta tierra.
Afortunadamente la guerra y sus gastos no permitieron que estas ideas se lleven a cabo, y las bombas aliadas se encargaron de hacer desaparecer la cancillería nazi. Se borraron las obras pero con ellas no las ideas como las de Hitller o Speer.
Siempre que llega al poder un régimen que entiende que la historia comienza con ellos, hacen todo lo posible por hacer esconder todo lo que representa que hubo un antes, pero como no lo logran, hallan maneras de que lo nuevo sea tan grande, diferente y resaltante, de manera que se nuble cualquier visión de lo pasado, así esté presente a su alrededor.
Desde que Evo Morales entró al poder, el segundo al mando, Álvaro García Linera fue el artífice de la filosofía del cambio institucional representativo. No se contentaron con la Constitución y querer borrar el denominativo de República para Bolivia, una nueva bandera sin base ni historia nos fue implantada y trataron de afectar la fe de la gente con el Estado Laico.
Por si fuera poco, quisieron cambiarle el nombre a la Plaza Murillo, se metieron con los himnos departamentales, denostaron a muchos héroes de la Independencia y tantas otras ideas similares. Había que afectar sobre todo la base moral de la clase media, quitarle historia e identidad, de manera que no pueda ni tenga fuerza para protestar o defenderse y de esa manera tener la comodidad para establecer su nuevo orden ad eternum.
El historiador nacional y ex presidente de la República, don Carlos Mesa, calificó de engendros a los edificios del nuevo palacio de gobierno y el anexo a la Asamblea Plurinacional. Lógicamente sus bien fundamentadas observaciones fueron recibidas por el matemático al mando con descalificaciones e improperios muy clásicos de su retórica cuando se le acaban los argumentos. Lo que quizás no sabe don Álvaro es que así las construcciones estén hechas en piedra, la dinámica del mundo hace que sólo Dios sea eterno y lo terrenal sumamente volátil a los cambios, de pensamiento, de decisiones y de tiranos.
El MNR por ejemplo, hizo una gran avenida bautizada con el apellido del gran héroe del Chaco, el Tcnl. Germán Busch y la coronó en una hermosa plaza bautizada con el apellido de su mártir, el también Cnl. Gualverto Villarroel, donde un museo quiso eternizar la revolución de abril. Llegó el MAS y la destruyó con la estación de un inútil (en ese tramo) teleférico. Que el ejemplo los ponga a pensar a los de la arquitectura del cambio, en qué podrían terminar sus megalómanos palacetes.
*Es paceño, strongista y liberal
“Cuando la gente vea esta magnificencia, van a sentir temor de Dios”, fueron las palabras de Adolf Hitler, en el momento que ingresó al Salón de Mármol de la Nueva Cancillería del Reich, un establecimiento de 146 metros de largo, el doble del Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, y con un lujo que dejaba boquiabierto al más exigente.
Esta era solamente una de las obras megalómanas encargadas por el líder nazi a Albert Speer, un arquitecto alemán de tan solo 28 años, que durante los tiempos de la Alemania hitleriana, supo seguir el ritmo de los sueños de grandeza del hombre de corto bigote.
Desde muy joven ingresó al partido nazi y supo ganarse rápidamente la confianza de la cúpula partidaria. Su familia, amiga directa del Führer, le abrió las puertas necesarias, para poder ser parte del círculo más cercano al líder y muy pronto en conversaciones personales, éste se dio cuenta que era el hombre indicado para llevar a cabo sus grandes sueños, no solo los de conquistar Europa, sino de plasmar arquitectónicamente, edificaciones tan grandes, que puedan demostrarle al mundo entero lo inconmensurable de la gloria alemana.
La primera gran obra a cargo de Speer y que empezaría a mostrar esta nueva línea arquitectónica, tuvo lugar en Nüremberg. Se trataba de un gigantesco Campo de Marte donde se llevarían a cabo las concentraciones militares y civiles más grandes que conoció la humanidad hasta aquel tiempo. Medía más de 12 campos de fútbol y estaba rodeada por 36 torres de piedra, en un extremo se alzaba la famosa Tribuna Zeppelín Camp, en la que se podían acomodar hasta 60.000 personas para escuchar los encendidos discursos y ver los interminables desfiles.
Esta obra estaba basada en el Altar de Zeus y la idea principal de su edificación fue la de retar y vencer a cualquier gran cultura de la historia. La esvástica con la que se coronó esta gran creación era de roca y medía 6 metros de cuadratura.
La segunda construcción de grandes proporciones fue el Estadio de Berlín, edificado para albergar los juegos olímpicos de 1936. Era el escenario deportivo más grande de Europa hasta entonces y su costo fue superior a los 200 millones de Euros actuales. Hitler demandó que su aforo sea de más de 110.000 espectadores. Ello puso a prueba la audacia de Speer y lo logró satisfaciendo dos aspectos especiales, por un lado, el problema mayor era cómo levantar esa instalación en tan poco tiempo, y lo que hizo fue construir la cancha, la pista y la gradería por debajo del nivel del suelo, por lo que la estructura de hormigón solo debía sostener la segunda galera. Por el otro lado, imitaría de esa manera la estructura del Coliseo Romano, poniendo también en ridículo a este otro monumento icónico de la historia.
Pero con la tarea que se llevó todos los lauros, fue con la Nueva Cancillería Alemana. Para este grandioso edificio, Hitler le dio como tiempo límite un año, y todos pensaron que iba a ser insuficiente, pero Speer logró la hazaña entregando la faena incluso con dos días de anticipación.
Todo en este palacio era lujo absoluto, un boato ilimitado, el ingreso a la sala principal estaba ornamentado con dos puertas de 5 metros de alto, el piso de mármol era de una exquisitez mayúscula y sus paredes de mosaicos, algo grandioso. Pero no se quedaba ahí, el despacho de Hitler superaba lo imaginable, muebles forrados en cuero rojo y esvásticas de oro eran tan solo parte de su impresionante opulencia.
Los sueños del líder nazi no terminaban ahí, una vez comenzada la guerra, a seguir de sus primeras grandes victorias y arrasar con media Europa, Hitler puso en marcha una de sus mayores ambiciones, edificar la Capital del Mundo.
Culminada con éxito la campaña en el Oeste, con Francia a sus pies y con Inglaterra derrocada en Dunkerque e incapaz de acercarse al continente, el Führer se dio un paseo triunfal por París, e impactado con su belleza quiso para él, edificaciones así de hermosas pero mucho más grandes y formidables que la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo.
Gobernar el mundo desde Berlín, dejaba en Hitler un sinsabor especial, la capital alemana tenía para el soberano de los nazis dos situaciones que debían superarse. Por un lado, la gran cantidad de judíos y comercios de su propiedad, que afectaban su idea de una ciudad netamente alemana sin la abominable influencia semita. Por el otro, en las elecciones de 1933 Berlín le dio una bofetada democrática. Uno de cada cuatro berlineses había votado en su contra y esa, era una afrenta que tarde o temprano castigaría con rigor.
Para tal efecto, junto a Speer decidió construir en su lugar la nueva capital teutona, una ciudad que mostraría al mundo entero la grandilocuencia del poder tudesco. Germania sería más hermosa que París y sus edificaciones así lo demostrarían. Un nuevo estadio para 400.000 personas, un arco de triunfo dos veces más alto y cuatro veces más ancho que el de los Campos Elíseos con un peso de 2,5 millones de toneladas, enormes plazas y gigantescas avenidas pero ante todo, un edificio que no tenga precedentes en el orbe entero.
La Gran Sala, sería un edificio basado en el Panteón de Roma, la edificación era inmensa, pero lo más resaltante iba a ser su cúpula. Esta bóveda sería cuatro veces superior a la de su inspiración, coronaría a una sala para 180.000 personas y su techo estaría 300 metros arriba de sus cabezas. Pero para coronar todo aquello en el cenit de la obra, la tradicional águila imperial no iba a sostener entre sus garras a la cruz gamada, sino a una representación del planeta tierra.
Afortunadamente la guerra y sus gastos no permitieron que estas ideas se lleven a cabo, y las bombas aliadas se encargaron de hacer desaparecer la cancillería nazi. Se borraron las obras pero con ellas no las ideas como las de Hitller o Speer.
Siempre que llega al poder un régimen que entiende que la historia comienza con ellos, hacen todo lo posible por hacer esconder todo lo que representa que hubo un antes, pero como no lo logran, hallan maneras de que lo nuevo sea tan grande, diferente y resaltante, de manera que se nuble cualquier visión de lo pasado, así esté presente a su alrededor.
Desde que Evo Morales entró al poder, el segundo al mando, Álvaro García Linera fue el artífice de la filosofía del cambio institucional representativo. No se contentaron con la Constitución y querer borrar el denominativo de República para Bolivia, una nueva bandera sin base ni historia nos fue implantada y trataron de afectar la fe de la gente con el Estado Laico.
Por si fuera poco, quisieron cambiarle el nombre a la Plaza Murillo, se metieron con los himnos departamentales, denostaron a muchos héroes de la Independencia y tantas otras ideas similares. Había que afectar sobre todo la base moral de la clase media, quitarle historia e identidad, de manera que no pueda ni tenga fuerza para protestar o defenderse y de esa manera tener la comodidad para establecer su nuevo orden ad eternum.
El historiador nacional y ex presidente de la República, don Carlos Mesa, calificó de engendros a los edificios del nuevo palacio de gobierno y el anexo a la Asamblea Plurinacional. Lógicamente sus bien fundamentadas observaciones fueron recibidas por el matemático al mando con descalificaciones e improperios muy clásicos de su retórica cuando se le acaban los argumentos. Lo que quizás no sabe don Álvaro es que así las construcciones estén hechas en piedra, la dinámica del mundo hace que sólo Dios sea eterno y lo terrenal sumamente volátil a los cambios, de pensamiento, de decisiones y de tiranos.
El MNR por ejemplo, hizo una gran avenida bautizada con el apellido del gran héroe del Chaco, el Tcnl. Germán Busch y la coronó en una hermosa plaza bautizada con el apellido de su mártir, el también Cnl. Gualverto Villarroel, donde un museo quiso eternizar la revolución de abril. Llegó el MAS y la destruyó con la estación de un inútil (en ese tramo) teleférico. Que el ejemplo los ponga a pensar a los de la arquitectura del cambio, en qué podrían terminar sus megalómanos palacetes.
*Es paceño, strongista y liberal
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