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sábado, 14 de mayo de 2011
Virginia Moyano con gran madurez de juicio se refiere al racismo, al clasismo, a la descolonización y otros conceptos que se manejan en el debate actual
Si algo tengo que agradecerle al proceso de “descolonización”, ha sido las buenas carcajadas que me ha ocasionado leer al respecto, con el debido respeto que me merecen quienes se toman esto de lo más en serio. ¡Sucede que ya no saben qué más inventarse en un mundo donde ya todo está inventado! Por más que haya rasgamiento de vestiduras, la cultura boliviana obedece a un sincretismo de larguísima data producto de ese (odioso) proceso de transculturación: así como se venera a la Pachamama se venera al Tata (Dios). Diablos e Iglesia van de la mano. Es un algo tan arraigado como el beber chicha. Tampoco es una cuestión de estratos sociales porque ricos y pobres, k�aras y no k�aras, citadinos y campesinos, obedecen a costumbres, rituales y hábitos de vida que los hacen parte del país. Una sola nación y un solo pueblo, significa que por encima de creencias y costumbres, se comparte una misma tierra y hay rasgos culturales que nos vuelven uno; y, por encima de la diversidad cultural, son rasgos que se tejen y entretejen con mayor celeridad porque la gente se va moviendo de un lugar a otro buscando mejores oportunidades.Una educación formal hace la diferencia a la hora de comprender estos asuntos, de manera que el valioso tiempo no se lo desperdicie. Más que una cuestión de términos (descolonización, despatriarcalización, etcétera) lo que hace falta es educar en materia de diversidad. Aceptar plenamente al otro que difiere de uno, requiere total respeto y buena convivencia entre partes, algo que se adquiere cuando se conoce al otro. De ninguna manera, los términos ni lo que se pretende que conlleven, será lo que cambie a la sociedad. La clave para ello, es una educación que fomente las rectas relaciones humanas, donde no haya espacio para racismo ni clasismo alguno, como tampoco para la violencia. Los vicios de toda sociedad, nacen de la ociosidad, de la baja autoestima, de la falta de objetivos y sentido de vida. El hombre se malea ante la carencia de ejemplos positivos, ante sus desatendidas necesidades, ante el hambre y el abandono. Más que iniciar procesos que sólo generan división y separatismo, hace falta prestar atención a esas necesidades y buscar satisfacerlas. Hace falta incentivar a que el boliviano sienta orgullo de su cultura y esté consciente que esa cultura forma parte importante de un todo llamado Bolivia. Hace falta comprender que la educación es la herramienta más valiosa sí -realmente- lo que se desea es que la gente “viva bien”. Términos, discursos y frases hechas buscando dar marcha atrás al reloj, politizan, cristalizan y debilitan toda pretensión de erradicar aquello que no está bien en el país.La cultura nos une y nos hace quienes somos. Son los hábitos y las costumbres lo que nos diferencia; pero, ser o no ser, no es la cuestión. Una persona de bien nace del buen ejemplo, de la buena educación, del ambiente que le rodea, sin importar creencia, lugar, raza o cultura. No se es mejor por ser indígena o se es peor por ser k�ara. Esas son, precisamente, las cosas que promueven el racismo y el clasismo, equivocadas actitudes segregacionistas. Pretender echarle la culpa a la cultura por los entuertos de quienes no han aprendido a vivir en comunidad, es irse por el camino más superficial e insulso. El reto consiste en unir en la diversidad y crecer en el encuentro.
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