¿Cuajará el engendro de la nueva nacionalidad étnica en el escenario cruceño, donde el mestizaje ha sido respetado, si no incentivado? Si así fuera, ojalá que reconociendo a la mayoría mestiza del país
Pido disculpas a Roman Polanski y su film de horror demoníaco de 1968, “El bebé de Rosemary”, pero yo asocio el engendro étnico “yuracaré-mojeño” con el bebé de Rosmeri Gutiérrez, mezcla de una y otra etnia, de nombre blancoide, oriunda de Puerto Villarroel, departamento de Cochabamba. El meollo es la pretensión del partido de gobierno de arrebatar un curul a la oposición en la Asamblea Legislativa del departamento de Santa Cruz.
Las implicaciones son un platillo que sólo se puede digerir aderezado con una salsa picante de sardonia. Uno, ¿viene al caso que yuracarés y mojeños hayan caminado juntos en la marcha de los pueblos originarios del oriente boliviano por el Territorio y la Dignidad, en 1990? También marchaban Esse-Ejja, Tacanas, Chimanes, etc., sin que ello signifique que apareamientos entre ellos multipliquen las etnias o “nacionalidades” reconocidas en la Constitución de La Calancha.
Dos, nadie mejor que el lingüista Xavier Albó, autor de un sesudo estudio sobre las mil caras del quechua, para confluir en que si la lengua es un aspecto principal de la identidad étnica, el “yuracaré” es un lenguaje aislado según Loukotka, que nada tiene que ver con el grupo lingüístico mojo de stock arawako. La Asamblea Legislativa cruceña reconoce a los mojeños como uno de sus pueblos originarios con derecho a curul, no a los yuracaré-mojeño ni a las combinaciones ad infinitum de nuevas “nacionalidades” híbridas. Tales engendros son sustento de que Bolivia es mayormente mestiza.
Tres, la Marcha por el Territorio y la Dignidad de 1990 consolidó el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis), la frontera entre pueblos originarios de tierras bajas –trinitarios (de origen mojeño), yuquis y yuracarés- y los cocaleros del Chapare. Puerto Villarroel es una población donde toman contacto “urbano” –y lo que ello implica en presencia estatal y servicios asistenciales- indígenas de tierras bajas y cocaleros chapareños. La frase “que los indígenas no nos hagan renegar” define la actitud de estos últimos, grupo privilegiado de arrimados dedicados al cultivo de la coca y cobijados en su jefe máximo, que también es Presidente de “todos” los bolivianos. Fue una amenaza proferida por un senador cocalero del partido de gobierno, contra los trinitarios (de origen mojeño), yuqui y yuracaré, que se oponen al desborde de la frontera de la coca al Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis) con la carretera “transcocaleira”. ¿Quizá la migración del pueblo yuracaré hacia tierras cruceñas de mojeños tiene que ver con irse a “regiones de refugio” lejos de los cocaleros?
El trasfondo es una típica cachaña política del régimen de Evo Morales, dentro su campaña para anular a la oposición. No es cuestión solo de subyugar cambas autonomistas en una Media Luna opositora, que incluye a chapacos que poco comen masaco.
Empezó con la invasión de Pando y el cautiverio sin sentencia ni presunción de inocencia de su gobernador. Prosiguió con el acoso judicial de mandos electos en Chuquisaca. En Cochabamba comprar vehículos nuevos y en Potosí adquirirlos usados neutralizaron opositores elegidos en democracia. Luego le tocó el turno al gobernador de Tarija, que se exilió en Paraguay. Miren lo que pasó al otrora leal aliado sin miedo en el departamento de La Paz. Hoy aplican banderillas sangrantes al torete beniano: ya tenía clavada una de cuarto millón de fianza y arraigo; ahora le chantaron otra de cincuenta mil y arresto domiciliario.
No es poca cosa lo que se juega. Tomar la fortaleza cruceña es lo único que falta en este adiós a la democracia representativa de equilibrio de poderes y alternancia presidencial. La meta es un Estado Plurinacional autocrático, con Poder Legislativo de levanta-manos, un Poder Judicial sumiso y estamentos electorales y constitucionales cooptados.
Para mí, la principal implicancia es que el fundamento mismo del régimen de Evo Morales –la tan mentada plurinacionalidad- está siendo minada desde adentro por el apetito político. Es clara demostración de que la cantonización de Bolivia mediante un engendro basado en 36 nacionalidades “originarias”, es subalterna a la autocracia política en ciernes, a la centralización que niega la autonomía regional y a la hegemonía aimara-céntrica.
Causan sorna los charlatanes de ferias pueblerinas, que sacan de una canasta a una inofensiva e infeliz boa, para reunir a bobalicones atraídos por los curalotodos que ofrecen. De cuando en cuando profieren la frase “¡no me pise la víbora!”, cuando la montonera se distrae del reptil.
La multicolor boa es la tan mentada plurinacionalidad, hoy mellada desde el oficialismo. El blablá de los “pajpakus” evoca la retórica y la propaganda gubernamentales, incluidas la cizaña presidencial y la sabihondez vicepresidencial. Los incautos boquiabiertos son los bolivianos, tanto los cooptados con pegas en un sector público duplicado en cuatro años –casi 70.000 votos seguros para las próximas elecciones, piensan los estrategas del gobierno- como los miles a los que la desilusión con el actual régimen ha entrado por la barriga, después que la chambonada del “gasolinerazo” abrió la puerta a la inflación y volteó su patuleca estantería de control de precios.
¿Cuajará el engendro de la nueva nacionalidad étnica en el escenario cruceño, donde el mestizaje ha sido respetado, si no incentivado? Si así fuera, ojalá que reconociendo a la mayoría mestiza del país.
El autor es antropólogo
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