Solo en sociedades como la nuestra, o quizá en la de alguno de nuestros vecinos, caben discursos en los que se recurre a la exacerbación como método para el logro de propósitos de orden partidario antes que el ejercicio de la mesura.
La técnica de la manipulación de masas es tan común en estos lugares y allá donde el fanatismo religioso se confunde con el político, que generalmente se cultivan auditorios capaces de creer hasta la más inverosímil de las estupideces.
De ahí que el manejo de la política sea tan importante cuando a la hora de cualificar a sus actores se trata: i) o estamos frente a verdaderos sofistas que juegan con la palabra, o ii) nos encontramos ante ciudadanos que asumen la responsabilidad de conducirla -la palabra- con inteligencia y sin la postura de quien espera adulación. No existe otra manera de mirar la política. O la ejerces para servir por el bien común o te dedicas a ella buscando el beneficio grupal y personal. Esa dicotomía no resiste terceras vías.
Si repasamos lo acontecido los últimos años, más allá de la pérdida de la oportunidad histórica de colocar al país por el camino del crecimiento, una de las características del Gobierno ha sido manipular masas con discursos insustanciales. Muchos de los auditorios a los que nos tienen acostumbrados resisten cualquier disparate: la sustitución de la leche por la coca en el desayuno escolar; que ante ausencia de pan debe comerse yuca; que la soya sirve para alimentar a los chanchos; que la gasolina se contrabandea en burros, llamas y mamaderas; que el azúcar debe ser sustituido por miel; que los abogados están para volver legal lo que no es, o la obsesiva ofuscación que se tiene contra EEUU y la derecha. A ambos se atribuye todos los males habidos y por haber. Seguramente hasta el sexo de las piedras -si acaso hay gente que, con todo derecho, cree que hay hembritas y machitos fornicando en todos los jardines privados, plazas y calles públicas- es responsabilidad de estadounidenses y de la derecha boliviana. Esa infame derecha -ricachones incluidos- que no acepta que un indígena sea presidente cuando no entiende que: i) si se trata de ricachones adversos al régimen, los nuevos provienen de sectores afines al Movimiento Al Socialismo, y ii) nadie en su sano juicio desea interrumpir el periodo constitucional de Evo Morales y menos perjudicar su gestión porque, al hacerlo, lesionamos más a un país golpeado por los errores que en materia económica se han cometido. Otra cosa es que ante el pedido de revocatoria de mandato de Álvaro García Linera se acuda al ardid de recurrir a la derecha y los ricachones que se dice, no aceptan el cambio. Ni la derecha ni los ricachones han pedido la revocatoria del mandato del ‘vice’, ¡lo ha hecho la Central Obrera Boliviana!
Resumen: cada vez que las cosas se ponen feas, el Gobierno acude al mecanismo de la manipulación de la palabra y la afrenta a la derecha y al ‘imperialismo’. Lo que no terminan de entender es que ya nadie se cree el cuento.
La técnica de la manipulación de masas es tan común en estos lugares y allá donde el fanatismo religioso se confunde con el político, que generalmente se cultivan auditorios capaces de creer hasta la más inverosímil de las estupideces.
De ahí que el manejo de la política sea tan importante cuando a la hora de cualificar a sus actores se trata: i) o estamos frente a verdaderos sofistas que juegan con la palabra, o ii) nos encontramos ante ciudadanos que asumen la responsabilidad de conducirla -la palabra- con inteligencia y sin la postura de quien espera adulación. No existe otra manera de mirar la política. O la ejerces para servir por el bien común o te dedicas a ella buscando el beneficio grupal y personal. Esa dicotomía no resiste terceras vías.
Si repasamos lo acontecido los últimos años, más allá de la pérdida de la oportunidad histórica de colocar al país por el camino del crecimiento, una de las características del Gobierno ha sido manipular masas con discursos insustanciales. Muchos de los auditorios a los que nos tienen acostumbrados resisten cualquier disparate: la sustitución de la leche por la coca en el desayuno escolar; que ante ausencia de pan debe comerse yuca; que la soya sirve para alimentar a los chanchos; que la gasolina se contrabandea en burros, llamas y mamaderas; que el azúcar debe ser sustituido por miel; que los abogados están para volver legal lo que no es, o la obsesiva ofuscación que se tiene contra EEUU y la derecha. A ambos se atribuye todos los males habidos y por haber. Seguramente hasta el sexo de las piedras -si acaso hay gente que, con todo derecho, cree que hay hembritas y machitos fornicando en todos los jardines privados, plazas y calles públicas- es responsabilidad de estadounidenses y de la derecha boliviana. Esa infame derecha -ricachones incluidos- que no acepta que un indígena sea presidente cuando no entiende que: i) si se trata de ricachones adversos al régimen, los nuevos provienen de sectores afines al Movimiento Al Socialismo, y ii) nadie en su sano juicio desea interrumpir el periodo constitucional de Evo Morales y menos perjudicar su gestión porque, al hacerlo, lesionamos más a un país golpeado por los errores que en materia económica se han cometido. Otra cosa es que ante el pedido de revocatoria de mandato de Álvaro García Linera se acuda al ardid de recurrir a la derecha y los ricachones que se dice, no aceptan el cambio. Ni la derecha ni los ricachones han pedido la revocatoria del mandato del ‘vice’, ¡lo ha hecho la Central Obrera Boliviana!
Resumen: cada vez que las cosas se ponen feas, el Gobierno acude al mecanismo de la manipulación de la palabra y la afrenta a la derecha y al ‘imperialismo’. Lo que no terminan de entender es que ya nadie se cree el cuento.
* Abogado
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