Primer milagro de Juan Pablo: Enterrar al Comunismo
Mauricio Aira
Stalin envalentonado por su poderío militar llegó a menospreciar al Vaticano que contenía –con su poder espiritual- el ingreso de las tropas soviéticas a Roma, por lo que llegó a preguntar en público sobre el número de los efectivos militares que comandaba el Papa. Stalin no llegó a soñar que varios decenios más tarde un convencido creyente de origen polaco pediría la asistencia del Espíritu Santo para que “cambie la faz de la tierra” Oh milagro! Tan solo 10 años mas tarde de aquella invocación el sistema desaparecía como obra de magia y surgía en Polonia la fuerza del movimiento católico llamado Solidaridad que se impuso por encima de tanques, aviones, armamento de todos los calibres.
Conversando con amigos mencioné el milagro de Wojtyla que convirtió los fusibles en rosarios y que al construir un templo grandioso en la ciudad natal del primer Papa polaco Wadowice se estaba reconstruyendo la fe de todo un pueblo. Hoy cuando tenemos en los altares a un nuevo beato proclamado oficialmente por Benedicto XVI al cabo de seis años de su muerte corre un rumor estruendoso la Polonia Católica proclamó a Cristo por encima de la perversidad del comunismo artero que se consideraba asimismo como absoluto dueño del pensamiento y la vida de los polacos.
Me he preguntado algunas veces residiendo tan cerca de Polonia y en pleno corazón de la Unión Europea, “cómo es que sucedió. Qué pudo inducir a un cambio tan radical de ser una nación dominada por los comunistas de la postguerra, con un ejército armado hasta los dientes, con grandes recursos para dominar al pueblo, con un servicio de inteligencia capaz de controlar hasta la respiración de sus habitantes, y que logró en contados años levantarse sobre su pasado y como alguno lo dijera –abrir de nuevo las puertas a Cristo que llegó para quedarse” La respuesta es ha sido la Fe y la presencia del Papa Juan Pablo II que obró el milagro.
El régimen de Jaruzelski percibía que algo estaba cambiando desde la primera visita del Papa Polaco que despertó el orgullo y la fe al punto que acudió en masa a festejar al hijo del pueblo convertido en el Sumo Pontífice, en Obispo de Roma y estuvo pendiente de sus palabras y de sus gestos. Inspirado por el Espíritu Santo el representante de Cristo en la Tierra ordenó la construcción de un templo con el aporte de todos los polacos sin excepción y le ponía plazos, esto en lo material que se podía percibir, aunque la construcción de la fe sucedía en la vida diaria de los polacos. Todo empezó a cambiar a pesar de las banderas rojas, del internacionalismo del comunismo y cosa inédita quienes llevaron el estandarte de los nuevos tiempos fueron los mismos trabajadores agrupados en Solidaridad el instrumento para el cambio.
Para la inmensa mayoría de polacos el milagro que oficialmente admite la Curia Eclesiástica para elevar a los altares a Juan Pablo II, no ha sido la curación del mal de Parkinson de la monjita Marie Simon-Pierre, sino el inmenso, incontrastable, único milagro del cambio. Polonia dejó de ser atea, roja, descreída y materialista, Polonia dejó entrar al seno de las familias y de las escuelas, de las universidades y los partidos políticos al Papa y su inmensa autoridad moral que jamás pudieron desmentir ni los medios, ni las mediciones, ni la influencia de otros estados, temerosos del modelo de Solidaridad que terminó por imponerse y en 1989 derribó al muro de Berlín y determinó el final de un imperio que contra toda predicción acortaba su existencia.
Algunos teóricos del pensamiento político han ensayado respuestas al fenómeno que las hay, desgaste ideológico, excesiva burocracia, corrupción, cansancio de las multitudes por un régimen que nada nuevo podía ofrecer, etc., etc., aunque ninguna de estas razones han podido resistir el hecho inconmensurable de la Fe Católica que renace de las cenizas de una guerra injusta y dolorosa y se dota de líderes, emblemas, programas de gobierno rompiendo en forma impetuosa los viejos esquemas y aceptando el nuevo templo y el liderazgo de un “varón real, valiente e infatigable” que aparece en el firmamento de la historia para recristianizar al mundo. 129 países visitados. Tal cantidad de kilómetros volados como para darle varias veces la vuelta a nuestro planeta que aparece diminuto ante el infatigable apóstol apoyado en el báculo que corona el Crucificado.
Si me parece oír en las palabras de los Obispos de Bolivia la misma frase de Juan Pablo II en su primera visita a su natal Polonia “no tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo” la consigna es la misma porque de la inolvidable visita a Bolivia el Pontífice confesó “He conocido un nuevo amor” (se refería al amor del pueblo de Bolivia al Vicario de Cristo)
Y es que hoy en Bolivia, cada día, cada hora hay miles de fieles que se recogen en la oración y piden por el retorno de Cristo a las escuelas, a las oficinas, a los cuarteles al Palacio del que fue echado sin razón, tal vez en un acto impensado y brutal, sin saber que más temprano que tarde renacerá la Fe, el Amor entre todos los bolivianos y el sentido de responsabilidad que nos haga amarnos los unos a los otros desechando la maldad y el ateísmo pernicioso.
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