El crucifijo con la hoz y el martillo puede ser una alegoría del triunfo de la cruz sobre el ateísmo
Nos sumamos con esta nota a la tinta que corre tras la visita del Papa. Por donde pasó, dejó una especie de polvareda que sólo disipará el tiempo. Con una coherencia matriz interna habló de muchas cosas, sin agotar en profundidad ninguna.
Las alusiones y silencios fueron parte de su estilo discursivo. De ese amplio repertorio, apartamos tres para comentarlos escuetamente.
Consciente del poder que ostenta, el Papa cuida al milímetro cada paso, cada palabra. Por más que parezca, no improvisa nada. Condenó la excesiva concentración de poder en “liderazgos únicos”. Correa está en aprestos de perpetuarse igual que sus colegas de la ALBA. Ecuador es un país también pobre, y terreno abonado para sostener, sobre esa la causa, a los dictadores. En Bolivia el Gobierno declaró varias veces como su enemiga a la Iglesia Católica. A esos dos escenarios era preciso que llegara Francisco.
Así como están las cosas, el tema del mar era insoslayable. Abogó por el dialogo sin referirse específicamente al problema.
Un tiempo atrás, los dos países alcanzaron el más alto nivel de simpatía y de diálogo. La “diplomacia de los pueblos” parecía ser más efectiva. ¿Quién rompió y por qué se rompió esa relación? Según versiones de ambos lados, “yo no fui”; pero está rota. Chile está dispuesto a la reapertura diplomática, pero (ésta es la cosa) sin condiciones. Y de Bolivia, si no es con la solución del encierro marítimo, nada. El nudo gordiano se trasladó a La Haya. ¿Dará ese tribunal con la clave para curar sorderas crónicas?
Las cárceles son una de las más dolorosa miserias de Bolivia. A Francisco sólo le mostraron una superficie maquillada. Pero es indudable que está informado de que, junto a los hospitales, nada testimonia tanto la contradicción de esa realidad con la apariencia del Gobierno. Se gastó una enorme millonada en ostentaciones vanidosas; se destinó otro tanto a las organizaciones indígenas, y fue para el despilfarro en la corrupción. Con una mínima parte de ese caudal, los presos en Bolivia tendrían justicia y comodidad lujosa.
Y el crucifijo con la hoz y el martillo si no es una audaz y torpe provocación, puede ser –acaso por traición del subconsciente-- una alegoría del triunfo de la cruz sobre el ateísmo, cuyos antecedentes conoce sin duda Francisco. Espinal figura en lista de los mártires católicos; no es que era comunista, pero su lucha por los pobres hizo que pareciera. Junto a él fulgen con luz redentorista propia los nombres de Camilo Torres y Arnulfo Romero: “les pido, les ruego, les exijo, les ordeno: dejen de matar a mis hermanos”. Si los sacerdotes parecen guerrilleros por su lucha, hay una hombre que siendo guerrillero parece ser un sacerdote.
Hemos nombrado, claro está, a San Ernesto de la Higuera. “La historia del futuro pertenece al Che Guevara”, reza un título en la revista ASÍ de Buenos Aires. (1967). El autor, un sacerdote que fuera confesor de Eva Perón, Hernán Benítez, escribe: “Su lucha –la del Che– se la inspiró el anhelo de justicia, de redención social, de amor al prójimo, es un héroe cristiano”.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
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