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sábado, 8 de octubre de 2011

Jorge Lazarte que mantiene su vigencia como analista de la política lanza una andanada de preguntas del porqué se está actuando desde el gobierno en la forma tan controvertida como lo hacen. una respuesta que Jorge no apunta, se prepara quizá un autogolpe?


La arrogancia del poder es patológica y produce su propia ceguera, que le impide entender lo que le pasa y lo que pasa en el país, e inventa compulsivamente conspiraciones por todos los lados. Más el poder se cree poder hacia arriba y más se aleja de la sociedad, hacia abajo
¿Cómo entender que un gobierno haya sido atrapado en su peor momento, en el peor de sus conflictos, del que intentó salir de la peor manera, y con las peores consecuencias? ¿Hay alguna lógica que pueda hacer inteligible esta suerte de cadena suicida, que el Gobierno intenta ahora disimular con las peores explicaciones?
-- En el peor de sus momentos. El 64 por ciento histórico de votos de hace menos de dos años, se ha reducido a menos de la mitad en un proceso de declinación continua. A tres semanas de las elecciones judiciales las encuestas coincidían en que sus resultados podían ser un fiasco para el Gobierno.
-- Es el peor de sus conflictos. Un Gobierno “indígena” enfrenta una movilización de indígenas que exigen el respeto a su territorio a un Presidente que se ha empeñado en ser reconocido como líder mundial de la “madre tierra”. La ruptura con los indígenas cuestiona la justificación histórica de Evo Morales y de su “revolución democrática y cultural”, en nombre de la cual los movilizó para vencer y ser poder.
-- El Tipnis es a la vez parque nacional, legalmente protegido en su biodiversidad; y es territorio indígena, protegido por la legislación internacional y nacional, que hace obligatoria la consulta previa a los puebles indígenas antes de emprender cualquier programa que afecte los “recursos existentes en sus tierras”, y su modo de vida.
-- De este conflicto el Gobierno intentó salir de la peor manera. El proyecto ya estaba en ejecución cuando estalló el conflicto. El Gobierno en lugar de calmar las aguas las agitó asegurando que la carretera pasará “sí o sí” por el Tipnis, y puso en marcha una estrategia de descalificación múltiple, con acusaciones inverosímiles e intentos de dividirlos, que hirió profundamente el sentimiento colectivo de los indígenas. Los desplazamientos de los ministros para “dialogar” no tuvieron ningún resultado: las “alternativas” propuestas pasaban todas por el Tipnis.
Como no podía convencer, y tampoco quería retroceder, el Gobierno fue encaminándose a una salida de fuerza. Primero promoviendo que sectores afines “interculturales” cierren ilegalmente la ruta para impedir la continuación de la marcha. Los contingentes de la policía enviados a la zona, en lugar de desbloquear la ruta arremetieron con brutalidad y la violencia contra indígenas que descansaban.
La arremetida produjo una ola de indignación nacional, con las más grandes manifestaciones de protestas colectivas y simultáneas de los últimos tiempos, que le hizo perder al Gobierno su libreto inicial de que se actuó para evitar un enfrentamiento entre “hermanos”. Improvisó luego otros relatos inverosímiles e inconexos para justificarse, disculparse y finalmente pedir “perdón”. Ante las imágenes difundidas y lapidarias, el Gobierno agradeció a los medios por la cobertura antes de acusarlos nuevamente de ser parte de un “complot”.
La peor consecuencia es que la crisis de credibilidad se convierte cada vez más en crisis de legitimidad. Al Gobierno de manera general ya no sólo no le creen en lo que dice y hace, sino que además por primera vez han emergido demandas colectivas de “renuncia”, de “revocatorio”, de que se “vaya” el Gobierno. Es decir, ha empezado a cuestionarse lo que podríamos llamar su derecho a seguir gobernando.
¿Cómo explicar esta cadena suicida? El Gobierno ya no es el que fue. La victoria electoral aplastante de diciembre de 2009 le hizo creer que todo le estaba permitido. Se produjo un giro del ideologismo indigenista hacia el pragmatismo de los nuevos intereses de poder de los que están en el poder, que descubrieron los “agujeros negros” de la Constitución. Se abrió un desfase entre el ritualismo a la “madre-tierra” y el desarrollismo estatista y depredador, que produjo una fractura con los pueblos indígenas, considerados ahora “minoría”, y que según el Gobierno estaban haciendo “turismo” en la marcha.
Sólo la arrogancia del poder puede explicar este gesto despectivo y no ser consultados; o que fueran amenazados con que los “reventarían” si persistían en la marcha, o que un alto dirigente social oficialista los llamara “salvajes”, reproduciendo un “neocolonialismo” anclado en las estructuras mentales más profundas. Es esta misma arrogancia que les hizo concebir la segmentación de la carretera para poner a los indígenas ante “le fait accompli”. Los indígenas se habían convertido en un estorbo.
Pero la arrogancia del poder es patológica y produce su propia ceguera, que le impide entender lo que le pasa y lo que pasa en el país, e inventa compulsivamente conspiraciones por todos los lados. Más el poder se cree poder hacia arriba y más se aleja de la sociedad, hacia abajo. Los próximos resultados electorales en menos de dos semanas puede sellar el destino de un Gobierno que es su propio problema. 
 
El autor es analista político

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