Ahora no hay duda que el gobierno del presidente Morales, generador de expectativas en toda Bolivia y en muchos otros lugares como una señal de que “otro mundo” sería posible, no representa más esas esperanzas. Al menos para los indígenas y muchísimos bolivianos.
Ya en agonía, esas expectativas murieron el 25 de septiembre, cuando un puñado de nativos de los llanos resistió la embestida de la policía enviada por las autoridades para reprmirlos y apresarlos.
Hasta ahora nadie da el paso al frente para decir “yo fui” quien dio la orden. Los nativos ofrecieron la otra mejilla y la población de Rurrenabaque, a donde habían sido trasladados en camiones, actuó como un solo Cirineo, superó a los custodios y los liberó. Al llegar a La Paz, recibieron una bienvenida apoteósica, con cientos de miles de paceños en las calles, una multitud que jamás el gobierno había visto junta en su sitio fuerte.
Con su gesto bravío, y sin bombazos ni dinamitazos, los nativos dieron una lección sobre cómo marchar pacíficamente por sus derechos. Toda Bolivia, salvo escasas excepciones, blindó a su alrededor la causa de los Tipnis. El presidente se fue a Cochabamba, y no quiso saber, al menos en esas horas, de quienes habían caminado 600 kilómetros para llegar hasta él.
El gobierno, racionalmente o no, siguió con rigor el principio ultra-marxista de que nada es permanente; todo cambia. Como todo cambiaba, era complicado asumir decisiones que habrían sí tenido carácter permanente. Como la de modificar el trazado de la ruta carretera a la que se oponen los Tipnis, bautizados popularmente como tales para simplificar su nombre e identificarlos mejor.
El “otro mundo” había quedado a flor de piel con la imposibilidad de hacer trabajar efectivamente a nuestra industria gana pan, el gas natural, que, desprovista de recursos, y hasta de equipos de perforación, ofrecía anuncios por aquí y por allá sobre descubrimientos potenciales. Nadie se recuerda ya de la ceremonia pomposa con la que el presidente inauguró la perforación de un pozo, hace unos dos años, sin que se conozcan aún los resultados.
Los nativos reclaman al presidente, quien hasta este viernes sólo los había escuchado por la radio, la TV o los altavoces con los que hablaban en la Plaza Murillo, que cumpla su palabra y cumpla con la CPE que él pidió que fuese aprobada sin modificarle ni una coma. Así, tienen el Art. 402 que amalgama su demanda:
“Se reconoce la integralidad del territorio indígena originario campesino, que incluye el derecho a la tierra, al uso y aprovechamiento exclusivo de los recursos naturales renovables en las condiciones determinadas por la ley; a la consulta previa e informada…”, etc.
Repárese: La consulta es previa, no posterior. El gobierno, sorprendido desnudo, propuso una consulta fuera de los límites de la CPE. Con su imagen ahora maltrecha, el gobierno estaba ante el dilema de seguir desoyendo la demanda de los nativos, convertida en causa nacional, y atenerse a un deterioro mayor, o recular por completo, y explicar su actitud a los constructores de la obra y a quienes la financian: Brasil. Y, sobre todo, arriesgarse a un desangre político mayor. ¿Cómo explicar haber esperado una marcha de 65 días más dos jornadas de tensión en la Plaza Murillo para luego volver atrás? Sus aliados y no aliados podrían ver gráficamente su debilidad ante las movilizaciones populares, como la tuvieron aquellos mandatarios a quienes él contribuyó a deponer. Decidió recular y al mediodia anunció que no habrá la carretera que “sí o sí’ había dicho que se haría. Un punto para el sentido común.
Estos días de octubre me parecen demasiado largos.
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