Macri ganó, entre otras cosas, porque la propuesta del kirchnerismo está agotada. Néstor Kirchner y Cristina Fernández han gobernado 12 años la Argentina. Su primer gobierno fue fundamental porque combinó dos cosas: la consolidación de la estabilidad política, económica y social que había iniciado Duhalde tras el colapso del “corralito”, y un nuevo enfoque que le dio prioridad a las políticas sociales y reformuló el rol estatal. Esas fueron las luces. Entre las sombras debemos destacar tres rasgos que le pasaron factura a las gestiones de Fernández. Uno: políticas económicas que han ralentizado la economía, políticas monetarias inadecuadas para superar el tema de la inflación, además de un gasto público desmedido. Dos: un autoritarismo evidente sumado a una actitud política que concibe el mundo entre amigos y enemigos lo que llevó a un diálogo cero con la oposición. Tres: señales importantes que vinculan al Gobierno con la corrupción.
En el contexto sudamericano algo que no se puede pasar por alto es que el kirchnerismo no es un movimiento político aislado. La llegada al poder de Chávez en 1999 marcó un vuelco a una política hemisférica que había estado dominada por el Consenso de Washington. Fue el inicio de un nuevo momento que ejerció gran influencia y estableció un ciclo que coincidió con la mayor bonanza de precios de materias primas de nuestra historia. El llamado Socialismo del Siglo XXI o populismo de izquierda, marcó tendencia y se instaló con diversos matices en muchos de nuestros países. Las posiciones de izquierda dura y de izquierda moderada parecían instaladas para quedarse sin mayores sobresaltos. El primer aviso llegó en 2010 en Chile con la presidencia de Piñera tras 20 años de Concertación, pero en 2014 Michelle Bachelet recuperó el poder para la izquierda. En 2013 Nicolás Maduro ganó unas polémicas elecciones en Venezuela. Ese mismo año Correa repitió en Ecuador ganando cómodamente los comicios. En 2014 el presidente Morales ganó con el 61 por ciento de los votos su tercera elección. Luego vino Brasil; este año Dilma Rousseff ganó las elecciones en una contienda muy apretada y mantuvo al PT en el gobierno (no sé si hoy no hubiese preferido que ganara Neves). Finalmente, el Frente Amplio uruguayo mantuvo el poder con comodidad con el triunfo por segunda vez de Tabaré Vázquez.
Parecía que el impacto de los liderazgos personales y mesiánicos, las políticas sociales, los bonos y los subsidios, habían construido un matrimonio muy sólido entre gobierno y ciudadanos, lazos muy difíciles de romper. Es en ese escenario que Macri rompe lo que hasta ahora había sido una marea. No fue fácil, pero lo logró después de haber hecho una tarea de cambio de imagen personal que funcionó muy bien. Ahora vienen elecciones en Venezuela que, dada su grave crisis económica y política, no parecen muy favorables para el Gobierno. ¿Es Macri el punto de inflexión hacia gobiernos liberales de centro derecha en aquellos países dominados por otra visión de la política y la economía? Es una pregunta crucial de cara al futuro. Si así fuera, hay algo que no se puede perder de vista. Si los gobiernos latinoamericanos aprendieron del ciclo llamado neoliberal que el manejo racional de la macroeconomía era una condición indispensable para aplicar cualquier programa político, deben saber hoy que el rol del Estado y el compromiso con políticas de inversión social sostenida para cerrar la brecha de la inequidad y la exclusión, son tan imprescindibles como el buen manejo económico.
Por eso el desafío de Macri es lograr un equilibrio entre la idea de inversión social y la de subsidios que generan adicción. El nuevo presidente ha prometido que no tocará los beneficios que reciben del Estado los más desposeídos, lo que implica sobre todo la cuestión de los bonos. Es un momento adecuado para revisar el tema de las transferencias condicionadas. Nadie puede discutir su impacto positivo en lucha contra la pobreza, el problema es que no es fácil distinguir entre la acción del Estado con la contraprestación del beneficiario y el subsidio monetario distorsionado como factor de clientelismo. Además, la pregunta es: ¿se puede hoy eliminar un bono que ya ha cumplido su objetivo inicial? Parte de esas respuestas las tiene que dar el nuevo mandatario argentino que debe combinar obligaciones macroeconómicas urgentes con compromisos sociales inexcusables.
La otra interrogante tiene que ver con la política exterior. Debe resolver el tema de la integración y la posición de Argentina en el Mercosur, atrapados en un pantano deprimente. También el del alineamiento de Argentina con el eje de los países del Alba, es obvio que ese vínculo se romperá, la pregunta es si Argentina puede recuperar un papel más protagónico en un escenario dominado por dos potencias Brasil y México y, hasta ahora, por la fuerza contestaría de los herederos de Hugo Chávez.
Está por verse si es una época de cambio o un cambio de época.
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