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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Claudio no deja detalle al azar, observa durante una visita a La Habana, el estado de cosas, el comportamiento de la gente, la miseria reinante, la mendicidad...observa y juzga la hechura de Fidel.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ha pasado mucho tiempo. Los sueños de mundos mejores trajeron majaderos como Evo Morales, los Kirchner, Lula y demás sarta de rateros que reclamaban para sí una herencia épica, revolucionaria, mártir… y también tonta. O, a veces, un abuelito remolón, llámese Pepe Mujica, con aire sabihondo y casi clerical pero con lengua amansada para lamer traseros si estos se llamaban Chávez, Maduro y demás hierbas del matorral.

Visité Cuba dos veces, invitado, vale aclararlo porque cuando uno cae de contramano la perspectiva difiere. Mirar de arriba no es lo mismo que mirar de abajo, en cualquier circunstancia. Disfruté, cómo no, de un país geográficamente hermoso, de ciudades magníficas incluso en su ruina, de la jovialidad cubana y la bonhomía de quienes nos acogían. Del ron añejo.

Me asombré de la vitalidad y soltura con que los intelectuales de la isla hablaban, en coloquio o en conferencia, comparándolas a la mía y de mis connacionales a quienes nos cuesta tanto enhebrar un buen discurso. Deduje que ello venía de la educación. Y de allí se pasaba al proceso revolucionario y etcéteras cada vez más hondas. No podía negarse que algo había pasado, así no conociera la Cuba vieja en otra cosa que en referencias librescas.

Partiendo de allí, gocé mi estadía, sin dejar de observar de reojo el entorno y de discutir con marxistas ortodoxos sobre cosas candentes. Al calor de una caldosa inolvidable, espesa sopa de origen afro, valoré la importancia que se le daba a la cultura. Compré libros que costaban menos que un pan y, dada la variedad de la oferta, no indagué acerca de la censura. Reí, en la noche de Cienfuegos, con la feroz y sarcástica crítica de algunos poetas locales a la nomenklatura y a Fidel mismo. Nos emborrachamos en una terraza de La Habana y tuve la osadía de opinar que por qué no se iba a casa el comisario que nos observaba, lo que produjo hilaridad general.

Mientras comíamos cola de langosta y un solomillo de película en un palacete de principios de siglo, una poeta ruso-cubana me comentó, con señas en la botella, cuánto aceite por mes recibían ella y su hijo, cuánto pollo. Dijo que ellos (los cubanos de a pie) no podían tomar la cerveza Cristal que venía a chorros, que para los ciudadanos del paraíso revolucionario había cerveza tosca. Hartado de vino, cerveza, langosta y tocino, salí a caminar a la bahía. El agua tocaba las aceras de otrora chalets de lujo y casas colectivas hoy. Imaginé un sillón en la entrada, un habano, un añejo, un libro y el mar. Al frente el cascarón de una fracasada central nuclear semejaba caparazón de tortuga.

Descansé en una curva sobre el defensivo de piedra. Se acercó una anciana, tan española como suelen ser los cubanos blancos, con las zapatillas por las que salían mugrientos dedos y me pidió regalarle lo que fuera, que tenía hijos jóvenes; un chicle, un lapicero, y qué lindos sus zapatos y cómo mi muchacho no quisiera tener su camisa. Eso ya olía mal. A élites y zarrapastrosos, como siempre. Espéreme, le dije; volví al hotel que supongo era de cinco astros, y traje un par de camisas y unos jeans que en Denver cuestan diez dólares. Quiso besarme las manos.

Pregunté, ya adentro, si la gente común podía comprar en los surtidos micromercados que estaban cerca del alojamiento. Dijeron que no, que aunque pudieran con gran esfuerzo, estaban prohibidos de asomar. Un desvencijado taxi nos llevó desde la plaza de Cienfuegos de vuelta. Una vez que cruzamos a un carro policía nos hizo agachar. No estaba autorizado a llevar extranjeros. Solo los vehículos del estado. Arriesgaba perder su licencia. Las divisas para arriba, el lodo al fondo.

Compré un libro de Shklovski sobre Eisenstein cerca de Coppelia, la mítica heladería en El Vedado. Vi una fila, era para Granma, el diario, no sé si gratuito o a cambio de una moneda de diez, nada. Lo único posible de leer en prensa.

Un país es mucho más que un hombre, así este haya influenciado para su bien o su desastre. En eso hay que concentrarse.
28/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/11/2016

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