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martes, 11 de enero de 2011

emotivo escrito de Pablo Dermisaky a Joaquín Aguirre una amistad de 60 años

Conocí a Joaquín Aguirre en París, en 1952, en un encuentro que resultó como el de dos viejos amigos que se conociesen y compartiesen valores comunes en espacios importantes de sus vidas. Desde ese momento trabé con él una amistad cordial que se prolongó durante 60 años, gracias, en gran parte, al espíritu abierto de Joaquín, que lucía un entusiasmo contagioso por la vida en sí y por lo que hacía.A partir de una tarde de junio de 1952 en que nos despedimos en la Gare d´Austerlitz, nuestros encuentros fueron muy esporádicos, en lugares tan disímiles como Nueva York, Santa Cruz o Cochabamba; pero en cada encuentro se renovaba el afecto de nuestra amistad con la alegría de compartir momentos, experiencias y propósitos.Joaquín era optimista, cálido y seductor. Era el tipo de triunfador a quien todo le sale bien porque lo hace bien. Su vida estuvo signada por el éxito; un éxito no deparado por la buena suerte ni por la casualidad, sino por la firme voluntad de hacer, de emprender y de culminarEste hombre polifacético se distinguió en diversas actividades: fue literato, escritor, historiador, biógrafo, dramaturgo y empresario. Su obra escrita más relevante la dedicó a la historia, desde su primera novela, “Más allá del horizonte”, pasando por “Guano Maldito” y “Guerra del Pacífico.- Pacto de Tregua con Chile de 1884”, dos libros imprescindibles en el estudio de la Guerra del Pacífico.Aguirre es un historiador comprometido. “Comprometido” en la valoración de los hechos dentro del contexto en que ocurrieron. En este sentido puede parecer a algunos que su obra excede a la del historiador, porque no se limita a la relación “objetiva”, imparcial de los acontecimientos en lenguaje académico, aséptico, como corresponde a los puristas de la historia, sino que emite juicios contundentes que caen como mazazos sobre la memoria de hechos y de protagonistas.“La Patria Grande”, por ejemplo, (2004), es un libro amargo, escrito en un lenguaje que desnuda las pequeñeces que frustraron la construcción de proyectos como el soñado por Bolívar en el Congreso de Panamá o de los que pudieron nacer sobre la base del Virreinato de La Plata y de la Confederación Perú-Boliviana, ideales que abortaron porque los actores de esos momentos históricos no estuvieron a su altura, sino que los subordinaron a sus propios intereses. Desfilan en el libro de Aguirre con nombres y apellidos, villanos convertidos en “héroes” por la mediocridad del ambiente y de las circunstancias en las que se movían.Es probable que algunos historiadores no aprueben ese lenguaje descarnado. Sin embargo, el estilo de Aguirre devela para el lector común el lado oscuro de la historia que está ausente, cuando no oculto, en otros libros. Su legado es pues amargo, pero sincero.

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