Tuve un sueño mojado y lésbico. La noche del lunes soñé con la senadora del MAS Gabriela Montaño. La de la cabellera negra y brillante, la de las cejas gruesas y mirada profunda, la de los dientes blancos y rectos. Con ella, quien acababa de decir en un programa nocturno que “la democracia y la meritocracia eran conceptos opuestos”. Ahí comenzó el origen de mi sueño mojado, mi corazón y mis ojos no habían dejado de llorar.
Pensé en esa mujer. En lo lindo de su cabello, en lo vacío de su cerebro; en sus ojos negros y grandes, en su mirada ciega; en sus labios hermosos, en sus palabras equivocadas.
La Senadora había provocado que tuviera un sueño horrible. Soñé que de nada había servido el esfuerzo puesto en ese titulillo que guardo en alguna gaveta del escritorio, que había sido en vano trabajar tan duro con el propósito de aportar a la educación de mis hijos; soñé que me quedaba sin discurso ante mis críos, que todo lo que mi madre me inculcó y por lo que padeció, era la nada; ese famoso cartón que me enseñó a conquistar y que muy posiblemente me diera un nombre y me pagara el techo y el pan, eso que se convirtió en una especie de principio de vida, era basura para este país; soñé en que la frustración y el hambre gangrenarían los corazones de mis hijos a quienes lamentablemente les había transmitido lo mismo que aprendí; soñé con un país lleno de contrabandistas y narcotraficantes, con una tierra infértil por la ignorancia de sus gobernantes que la rajan en mil con el hacha de la demagogia; soñé con una Bolivia tomada por la arrogancia de los ignorantes; soñé con un país destrozado por la corrupción y la mediocridad; un país, el nuestro, el de mis hijos que no daba nada, ni el presente ni el futuro.
Desperté aterrorizada y la tele aún encendida. La apagué y me acordé de las pocas cosas bellas y tranquilizadoras que mi padre me dijo cuando era niña y solía despertar asustada: “es sólo un sueño”. Luego, reaccioné y me di cuenta de que no era ficción, no era sólo un sueño, era la Senadora, la autoridad, era el poder, era la decisión… y era real.
Se lo conté a un amigo quien me dijo que yo había soñado con la oclocracia, nombre que se parece semántica, aromática y funcionalmente a cloaca. No había término más preciso para lo que la cabellera negra había dicho esa noche en el Abogado del Diablo.
Los masistas han degenerado el concepto de democracia para convertir al sistema en una perfecta oclocracia, término acuñado por el historiador griego Polibio quien llamó oclocracia al fruto de la acción demagógica, la tiranía de las mayorías incultas y uso indebido de la fuerza para obligar a los gobernantes a adoptar políticas, decisiones o regulaciones desafortunadas (¿acaso gobernar obedeciendo al pueblo?). Cuando la democracia se mancha de ilegalidad y violencia, con el pasar del tiempo se convierte en oclocracia (¿acaso la aprobación del texto constitucional en Oruro, la Calancha, la quema de la Prefectura, etc.?), que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad viciada, evicciosa, confusa, irracional por lo que carece de capacidad de autogobierno (¿acaso los decretos reculados?).
Degeneración atribuida por Rousseau a una desnaturalización de la voluntad general que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse de una "voluntad de la mayoría", pero no de una voluntad general (¿acaso del poder de los cocaleros, los transportistas?).
Según J. Mackintosh la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo (¿acaso de los movimientos sociales?).
Pienso en las convicciones de mi madre; en el consuelo de mi padre; en la esperanza de yo, madre; en el sudor de mi esposo…en los diez millones de bolivianos sometidos a la ley del MAS… a la Bolivia oclocrática.
La autora es comunicadora social
La autora es comunicadora social
molmitos2010@gmail.com
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