El presidente Morales se anota en todas. Cada vez que surge una nueva iniciativa de integración, ahí va él en busca de palestra, sin importar la estrategia diplomática o el discurso. Todo luce improvisado.
El Gobierno del Estado Plurinacional se dedica a remedar las posturas que asume el bloque chavista a la cabeza del presidente venezolano, quien ha vuelto a tomar la batuta de la integración en América Latina, tratando, por supuesto, de recobrar un liderazgo que se trancó en la influencia sobre tres o cuatro países, hasta que sucedió lo de Honduras, primero, y después el giro político de la región que parecía encaminada en bloque hacia el populismo.
El primer mandatario boliviano se apresuró a decretar la muerte de la OEA cuando se iniciaba la cumbre que ha dado nacimiento en Caracas a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). Poco afortunadas las declaraciones de Evo Morales, sobre todo cuando el jefe de Estado se aprestaba a recibir en La Paz al secretario adjunto de la Organización de Estados Americanos, Albert Ramdin, quien ha confirmado a Bolivia como sede de la próxima asamblea general del organismo multilateral.
No se comprende el excesivo triunfalismo que surge entre los mandatarios que le siguen los pasos a Hugo Chávez, sobre la creación de la Celac, sobre todo, cuando conocemos lo que ha ocurrido recientemente con otras iniciativas como la Unasur y el grupo del Alba, que nacieron al calor de la efervescencia chavista, pero que han naufragado en un mar de improvisaciones, posturas demasiado ideologizadas (algunas extremistas) y una lamentable tolerancia hacia corrientes antidemocráticas dentro del continente.
En honor a la verdad, la OEA también había incurrido en cierta obsecuencia con los regímenes que han estado asestándole duros golpes al Estado de Derecho en América Latina. El triste papel que ha jugado el secretario general, José Miguel Insulza, ha sido duramente criticado por la opinión pública mundial que defiende la vigencia de la democracia en el continente. Afortunadamente, la comunidad interamericana, de mayor tradición y fortaleza institucional, es capaz de reencaminar las políticas de la OEA y es obvio que de esta manera, puede recobrar la vitalidad y la mística perdidas.
La existencia de la Celac, de la Unasur y de cualquier otro mecanismo de integración siempre es positiva, pero nunca hay que perder de vista los orígenes y el propósito que guían estas iniciativas. Nadie puede desconocer que la OEA forma parte del sistema de las Naciones Unidas, cuyo nacimiento obedece a un compromiso y a una conciencia mundial sobre determinados valores que están encaminados a fortalecer la convivencia pacífica de la humanidad.
Por supuesto que tanto la ONU como la OEA son perfectibles y de hecho la coexistencia de otras instancias puede ser saludable. Así ha sucedido desde su creación en los años '40. Pero no se puede, al calor de la coyuntura política salir alegremente a defenestrar estos mecanismos, que sin duda alguna han cumplido con muchas de las metas propuestas, entre ellas evitar otra catástrofe como la Segunda Guerra Mundial.
En ese sentido, el Gobierno de Bolivia debe ser más cuidadoso. No se puede a nombre de la defensa de la hoja de coca y de otras posturas radicales que embandera el régimen de Evo Morales, salir a la palestra mundial a despotricar contra todo sistema vigente, como se ha hecho con la ONU, con la Convención de Viena sobre Estupefacientes y ahora contra la OEA.
El Gobierno del Estado Plurinacional se dedica a remedar las posturas que asume el bloque chavista a la cabeza del presidente venezolano, quien ha vuelto a tomar la batuta de la integración en América Latina, tratando, por supuesto, de recobrar un liderazgo que se trancó en la influencia sobre tres o cuatro países, hasta que sucedió lo de Honduras, primero, y después el giro político de la región que parecía encaminada en bloque hacia el populismo.
El primer mandatario boliviano se apresuró a decretar la muerte de la OEA cuando se iniciaba la cumbre que ha dado nacimiento en Caracas a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). Poco afortunadas las declaraciones de Evo Morales, sobre todo cuando el jefe de Estado se aprestaba a recibir en La Paz al secretario adjunto de la Organización de Estados Americanos, Albert Ramdin, quien ha confirmado a Bolivia como sede de la próxima asamblea general del organismo multilateral.
No se comprende el excesivo triunfalismo que surge entre los mandatarios que le siguen los pasos a Hugo Chávez, sobre la creación de la Celac, sobre todo, cuando conocemos lo que ha ocurrido recientemente con otras iniciativas como la Unasur y el grupo del Alba, que nacieron al calor de la efervescencia chavista, pero que han naufragado en un mar de improvisaciones, posturas demasiado ideologizadas (algunas extremistas) y una lamentable tolerancia hacia corrientes antidemocráticas dentro del continente.
En honor a la verdad, la OEA también había incurrido en cierta obsecuencia con los regímenes que han estado asestándole duros golpes al Estado de Derecho en América Latina. El triste papel que ha jugado el secretario general, José Miguel Insulza, ha sido duramente criticado por la opinión pública mundial que defiende la vigencia de la democracia en el continente. Afortunadamente, la comunidad interamericana, de mayor tradición y fortaleza institucional, es capaz de reencaminar las políticas de la OEA y es obvio que de esta manera, puede recobrar la vitalidad y la mística perdidas.
La existencia de la Celac, de la Unasur y de cualquier otro mecanismo de integración siempre es positiva, pero nunca hay que perder de vista los orígenes y el propósito que guían estas iniciativas. Nadie puede desconocer que la OEA forma parte del sistema de las Naciones Unidas, cuyo nacimiento obedece a un compromiso y a una conciencia mundial sobre determinados valores que están encaminados a fortalecer la convivencia pacífica de la humanidad.
Por supuesto que tanto la ONU como la OEA son perfectibles y de hecho la coexistencia de otras instancias puede ser saludable. Así ha sucedido desde su creación en los años '40. Pero no se puede, al calor de la coyuntura política salir alegremente a defenestrar estos mecanismos, que sin duda alguna han cumplido con muchas de las metas propuestas, entre ellas evitar otra catástrofe como la Segunda Guerra Mundial.
En ese sentido, el Gobierno de Bolivia debe ser más cuidadoso. No se puede a nombre de la defensa de la hoja de coca y de otras posturas radicales que embandera el régimen de Evo Morales, salir a la palestra mundial a despotricar contra todo sistema vigente, como se ha hecho con la ONU, con la Convención de Viena sobre Estupefacientes y ahora contra la OEA.
No se comprende el excesivo triunfalismo que surge entre los mandatarios que le siguen los pasos a Hugo Chávez, sobre la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac).
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