Han pasado 17 años desde que el papa Juan Pablo II pronunció aquella frase célebre durante su visita a La Habana “Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”. Había caído el muro de Berlín y parecía que con él se derrumbaba la vetusta dictadura caribeña que se alimentaba de la ubre soviética y que sobrevive a punta de mitos, el auxilio de los petrodólares venezolanos y por supuesto, un gigantesco aparato represivo que continúa funcionando y haciendo de las suyas.
El 2012, Cuba se convirtió en uno de los pocos países del mundo en ser visitado por segunda vez por un Papa. Benedicto XVI llegó al país de los Castro a alentar los escasos gestos de apertura que se habían dado en el régimen comunista, que no tuvo más remedio que liberar a un grupo de disidentes después de la dramática muerte del disidente Orlando Zapata que desnudó el oprobio que viven quienes tienen la osadía de desafiar a la “revolución”, la misma que fue definida como inservible por el propio comandante Fidel.
Hoy se comenta mucho de la apertura que se ha iniciado en Cuba desde que se inició el proceso de deshielo de las relaciones con Estados Unidos, pero en realidad, hace mucho que el gobierno cubano se abre a los negocios y las inversiones extranjeras en la industria hotelera y otros sectores, pero se niega rotundamente a aflojar el torniquete autoritario, lo que hace pensar en la implantación de un modelo a imagen y semejanza de China, donde vale todo menos la democracia, el pluralismo y la libertad.
En lugar de someterse a la apertura que planteó Juan Pablo, que alentó después Benedicto XVI y que ahora promueve Francisco, artífice del diálogo La Habana-Washington, Cuba se convirtió en un promotor de sus políticas y de sus métodos en varios países de América Latina, donde ha estado diseminándose el autoritarismo con asesoramiento cubano. Desde la isla, algunos críticos dicen que todo es una farsa, que los dictadores están aprovechando el oxígeno que les brindan Estados Unidos y ahora Francia, para seguir con las mañas de siempre. En los hechos, el embargo norteamericano ya se ha levantado, los negocios van y vienen, las comunicaciones son libres, los viajes y el turismo se multiplican. ¿Qué está esperando el gobierno para comenzar a abrirse como todos esperan, es decir, con la democratización, la libertad de expresión y el levantamiento de las restricciones hacia un pueblo oprimido que además padece las necesidades más elementales.
Hace unos días el líder de Cuba, Raúl Castro, estuvo en el Vaticano donde prometió volver a rezar y a asistir a la Iglesia. Retornó como un rayo a La Habana a reunirse con el presidente francés François Hollande, quien exigió como muchas otras personalidades mundiales el fin del embargo. Para septiembre se ha anunciado la visita del papa Francisco a la isla, donde seguramente se repetirán los discursos de apertura. El mundo ha cumplido con Cuba, ahora Cuba es el que debe cumplir.
En lugar de someterse a la apertura que planteó Juan Pablo, que alentó después Benedicto XVI y que ahora promueve Francisco, artífice del diálogo La Habana-Washington, Cuba se convirtió en un promotor de sus políticas y de sus métodos en varios países de América Latina, donde ha estado diseminándose el autoritarismo con asesoramiento cubano.
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