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jueves, 11 de febrero de 2016

Alvaro Puente desde El Deber puntualiza el demoledor movimiento del transporte pesado que en una "especie de secuestro" ha provocado millonarias pérdidas a la economía nacional sin que nadie, ninguna autoridad, hubiese gestionado una cesasión de la medida a todas luces destructivay anacrónica y dispendiosa

Acaban de traer de Colombia a uno que secuestraba en Santa Cruz. No soltaba a sus cautivos mientras las familias no le entregaban millones de dólares. Venía, cobraba y regresaba a su tierra. Ahora le esperan años de cárcel por el monstruoso crimen. Lo curioso del caso es que ni a los del transporte pesado ni a los gobernantes les espera ni siquiera una reprimenda. Los dos tuvieron secuestrado al país el tiempo que les dio la gana y nadie los denuncia. Nadie los castiga. Nadie se da cuenta de los millones de libras esterlinas que nos arrebataron a la patria, a todos.

El transporte pesado tuvo al país sitiado durante una semana. Cerró fronteras y cercó ciudades. Bloqueó todas las carreteras. Durante una semana se quemaron al sol ardiente camiones con millones de huevos. El ganado no pudo aguantar la espera. Verduras y frutas agonizaron en el primer día. A José, el vaquero con una hernia perforada, no lo operaron en Portachuelo, porque sin caminos para superar las emergencias, era demasiado riesgo intervenirlo. Huevos, ganado, verduras, eran la riqueza de nuestra gente, la riqueza nacional que perdimos todos. El dolor de José es el dolor de nuestro pueblo que no nos permitieron atender. Perdimos todos. Ninguna de las cargas detenidas cumplió el compromiso, ni la calidad de la entrega pactada. Mercaderías, esperanzas y palabras dadas se pudrieron en los bloqueos. Solo sobrevivió el dolor.

El Gobierno, con el orgullo herido, esperaba que la protesta muriera por sí misma, por agotamiento. Es su táctica política. Con la espera absurda también moría nuestra libertad, nuestros compromisos, nuestra carga. Durante una semana no hicieron respetar nuestra vida ni defendieron nuestros derechos. Para salvar el Carnaval solucionaron el drama en un momento, porque podían hacerlo. Salvar a la patria no les preocupó, se olvidaron del cambio que anuncian, de la eficiencia, de la producción, del vivir bien. Solo jugaron el juego de su guerra particular, de aplastar al rival, de la derrota total. Unos y otros contemplaron impasibles cómo moría el país. Los dos estaban ocupados en cultivar sus ambiciones y sus odios.

Brasil y Argentina arman sus ferrocarriles al Pacífico escapando de nuestras fronteras. Conocen nuestras folclóricas protestas y tienen experiencia de nuestra política mezquina. En lugar de rogarles que nos permitan ser su corredor bioceánico, demostremos que el respeto a la libertad en esta tierra nos convierte en el territorio ideal para serlo

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