Cuando salieron los resultados oficiales del referendo del domingo pasado, hubo una gran algarabía por parte de quienes habían marcado No en su papeleta, aunque de hecho en realidad no se había ganado nada. A fin de cuentas, las cosas siguen como antes y Evo tiene casi cuatro años más de Gobierno.
Se podría decir que el resultado del No no es poca cosa, porque de alguna manera marcaría la cancha para el futuro. En primer lugar, ahuyentaría la posibilidad tan deseada por los masistas, y por Evo, de eternizarse en el poder. Pero la política en Bolivia, y con Evo como protagonista, no es ni simple ni lógica.
Más que marcar la cancha, tal vez para lo que ha servido este referendo y su posterior corolario es para conocer más de cerca al líder del proceso de cambio.
Evo ha dicho reiteradamente que él no tenía interés en quedarse en el poder, que el referendo ha sido convocado porque los movimientos sociales se lo han pedido. Ha dicho también que él sólo quiere saber si la gente lo quiere. Ha cambiado ahora su versión y ha sacado a relucir sus verdaderos sentimientos: ésta es una guerra por el poder y él, aunque haya perdido una batalla, seguirá luchando. Ésta es su lucha, su kampf. Por lo visto, antes había estado fingiendo.
Posiblemente uno de los factores que más puede molestar de la era Evo es la impostura, el que su Gobierno se proclame pachamamista, vale decir, gran defensor de la Madre Tierra y el que, en la realidad, actúe con total displicencia hacia el medio ambiente. Que se proclame antiimperialista, pero que vaya a buscar inversionistas a Wall Street. Que hable del famoso vivir bien, pero que el país, empezando por el Gobierno, se vea inundado por objetos suntuarios, como carísimos carros, licores y construcciones faraónicas.
En estas semanas, lo que se ha puesto en evidencia es que esa impostura general, tan a la vista, tenía su lado doméstico.
La falsedad, la mentira parecen no molestar en nada a los gobernantes, principalmente porque ellos también la ejercen. El mentir sobre la propia formación académica es un exceso que debería costarle el cargo al Vicepresidente, pero también implica una recomendación para que visite los sofás de varios psicoanalistas.
La historia de Gabriela Zapata y el Presidente es sórdida por donde se la vea, pero muestra también esa enorme falta de transparencia, (innecesaria, por cierto). El último capítulo de ese culebrón puede ser interpretado de diferentes maneras, pero asiste el derecho al público a ver en éste la enorme rabia del líder contra la persona que evidentemente le ha causado el mayor daño político de su vida.
Las aseveraciones del Presidente respecto a los hechos criminales de El Alto transfieren, de alguna manera, la responsabilidad de estos a la persona de Su Excelencia y son verdaderamente preocupantes. Uno hubiera podido esperar que el viceministro fuera alejado, aunque sea para guardar las apariencias. (Dicho sea de paso, vale la pena recordar que Elío, cuando era presidente de la Cámara de Diputados, se refirió al Holocausto como una “lección” que los judíos no habían aprendido. Vale preguntarse si los del Gobierno estaban queriendo dar una “lección” a Soledad al promover o permitir la quema de un edificio, con gente dentro del mismo).
La derrota de Evo en el referendo nos deja un retrogusto amargo. El Presidente ha demostrado que no es capaz de aprender de malas experiencias. Su arrogancia le impide ver, no sólo los errores de su Gobierno, sino que lo lleva a cometer enormes injusticias.
Y la mitad de los bolivianos está igualmente fascinada con él. ¿Fue un verdadero triunfo el No? Seguro que es una mejor opción a que hubiera ganado el Sí, pero igual, no hay nada que festejar.
El autor es operador de turismo.
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