Todo poder entraña responsabilidad. Quien manda debe comprender que el poder no es abstracto, tiene dos caras concretas. Una de las facetas es la fácil, la del ropaje formal con sus gratas prebendas. La otra cara, la de asumir toda responsabilidad frente a lo bueno o malo que se haga, es inexcusable en todo detentador de poder, sea éste presidente constitucional legítimo, monarca absoluto o sangriento dictador. No en vano el presidente estadounidense Harry Truman tenía en su escritorio un llamativo cartel que decía en inglés “The buck stops here”. La traducción correcta –no literal- del término es “La responsabilidad es mía”. Con ese lema, Truman se hacía responsable de absolutamente todo lo correcto e incorrecto que podía suceder durante su administración. Muchas otras personas al mando, en diversas circunstancias políticas, militares o empresariales, siempre han sabido aceptar la responsabilidad de hechos ocurridos, sean éstos eximios o catastróficos. Esa actitud de enfrentar lo sucedido es inherente a la responsabilidad moral de un gobernante que asume para sí tanto calamidades como positivos logros.
En función de estos razonamientos elementales, ha decepcionado observar que el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia -cuando las papas queman, como se dice en el léxico popular- no asume las responsabilidades que le corresponden como cabeza del Órgano Ejecutivo. En sus dos últimas declaraciones de prensa ha negado toda relación con los trágicos sucesos de Yucumo. Aunque el primer mandatario directamente no se haya inmiscuido, es su responsabilidad aceptar los hechos y tratar de repararlos, mas he aquí que ha actuado en contrario de lo que cabe esperar en términos de responsabilidad moral. Se ha llegado al extremo de querer culpar a simples policías que tan sólo cumplieron órdenes de arriba mientras todos se lavaban las manos. A todo esto, aviones de la Fuerza Aérea Boliviana esperando instrucciones en el aeropuerto de Rurrenabaque, un contingente de más de 500 carabineros que venían hostigando desde varios días previos a los marchistas, la presencia ante la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA) de enviados especiales de alto nivel, como también la presencia en la zona de agrupaciones de cocaleros y pseudo colonizadores afines al Gobierno que amenazaban a los marchistas, no fue fruto de una fortuita casualidad. Todo tuvo que ser parte de un plan.
En fin, la cadena de hechos que culminaron en la brutalidad del pasado domingo 25 de septiembre nos da la pauta de una línea de mando previa muy bien establecida. Negar todo ahora o, peor, buscar culpables entre quienes simplemente acataron la voz de sus jefes, resulta de naturaleza poco ética. Por otro lado, una vez más se acusó a los medios de “exagerar”, aunque lo único que éstos hicieron –en el marco de agresiones diversas- fue reflejar mediante imágenes o palabras lo acontecido.
Esa triste tarde del domingo pasado quedará en la historia como un momento infame derivado del abuso de un gobierno declarado “indigenista” contra un pacífico grupo de indígenas de tierras bajas que marchaban en paz en función de sus derechos constitucionales. También quedará claro desde ese aciago día, que el poder se asume y se ejerce en esta nuestra Bolivia de 2011 sin ningún grado de responsabilidad moral. (Las frases en relieve son nuestras, editor E.C.)