Las escuelas suelen ser el reflejo exacto de lo que ocurre en la sociedad. Los niños llevan al aula todos los problemas de la familia, el barrio, la ciudad y los profesores son a veces los primeros –antes que los propios padres-, en advertir las señales de peligro y los síntomas de las enfermedades sociales que están afectando al núcleo fundamental de cualquier colectividad.
Y están ocurriendo cosas muy malas dentro de las escuelas. Hay consumo y venta de drogas; se han dado casos de estudiantes que han sido reclutados por narcotraficantes para que sean distribuidores dentro de los colegios.
Las pandillas se han apoderado de muchas escuelas. Se trata de chicos prácticamente abandonados, con sus padres tratando de sobrevivir en España o en otro sitio lejano y los chicos acá solos, con dinero en los bolsillos y con tiempo de sobra para perder e invertir en diversión desenfrenada y descontrol. Esos adolescentes pululan alrededor de los colegios, cometen actos vandálicos, robos y generan una situación de zozobra.
En los colegios está cundiendo como una plaga el bullying, una forma de acoso que combina la agresividad con la tecnología, mezcla que degrada la dignidad del ser humano. Obviamente, la violencia es cosa de todos los días entre los estudiantes y también hacia los profesores, que a veces no se sienten respaldados ni por las autoridades, ni por los padres, que no solo desconocen lo que ocurre con sus hijos, sino que se niegan a reconocer los hechos negativos y se vuelcan en contra de los docentes o de cualquier autoridad que termina estrellado con la dura realidad que azota a la niñez y juventud.
No vamos a negar que el sistema educativo boliviano necesita ajustes y mejoras estructurales, pero antes que nada hay que atender a la familia, pues se trata del punto de partida de los problemas y por supuesto, debe ser inicio de los cambios. Las disfunciones familiares, la disgregación, el abandono y todos los conflictos que vemos en las calles y las escuelas, tienen su origen en el hogar y es inútil buscarle remedio en la escuela, cuando no existe el acompañamiento de los padres.
Recientes y muy graves acontecimientos ocurridos dentro de un colegio han demostrado que tanto la escuela, como los padres y las autoridades caminan cada uno por su lado, pese que las tres instancias deben estar más unidas que nunca en una misma misión y visión enfocadas en un solo objetivo, consistente en conseguir un mejor futuro para jóvenes que están desorientados, con los valores invertidos y a veces decididos a subvertir todos los principios de orden y autoridad.
Existen normas que se deben respetar, principios ineludibles que son válidos para todos los ciudadanos en cualquier circunstancia. Los padres deben inducir a sus hijos a respetarlas y en ningún caso ponerse del lado de la transgresión. La violación de reglas establecidas es una pésima pedagogía para los estudiantes, es la manera de decirles que sus actos reñidos con la ética y la convivencia pacífica pueden continuar y contribuir a destruir una institución básica como la educación y por supuesto, es la forma de atentar contra la familia y la sociedad organizada.
Y están ocurriendo cosas muy malas dentro de las escuelas. Hay consumo y venta de drogas; se han dado casos de estudiantes que han sido reclutados por narcotraficantes para que sean distribuidores dentro de los colegios.
Las pandillas se han apoderado de muchas escuelas. Se trata de chicos prácticamente abandonados, con sus padres tratando de sobrevivir en España o en otro sitio lejano y los chicos acá solos, con dinero en los bolsillos y con tiempo de sobra para perder e invertir en diversión desenfrenada y descontrol. Esos adolescentes pululan alrededor de los colegios, cometen actos vandálicos, robos y generan una situación de zozobra.
En los colegios está cundiendo como una plaga el bullying, una forma de acoso que combina la agresividad con la tecnología, mezcla que degrada la dignidad del ser humano. Obviamente, la violencia es cosa de todos los días entre los estudiantes y también hacia los profesores, que a veces no se sienten respaldados ni por las autoridades, ni por los padres, que no solo desconocen lo que ocurre con sus hijos, sino que se niegan a reconocer los hechos negativos y se vuelcan en contra de los docentes o de cualquier autoridad que termina estrellado con la dura realidad que azota a la niñez y juventud.
No vamos a negar que el sistema educativo boliviano necesita ajustes y mejoras estructurales, pero antes que nada hay que atender a la familia, pues se trata del punto de partida de los problemas y por supuesto, debe ser inicio de los cambios. Las disfunciones familiares, la disgregación, el abandono y todos los conflictos que vemos en las calles y las escuelas, tienen su origen en el hogar y es inútil buscarle remedio en la escuela, cuando no existe el acompañamiento de los padres.
Recientes y muy graves acontecimientos ocurridos dentro de un colegio han demostrado que tanto la escuela, como los padres y las autoridades caminan cada uno por su lado, pese que las tres instancias deben estar más unidas que nunca en una misma misión y visión enfocadas en un solo objetivo, consistente en conseguir un mejor futuro para jóvenes que están desorientados, con los valores invertidos y a veces decididos a subvertir todos los principios de orden y autoridad.
Existen normas que se deben respetar, principios ineludibles que son válidos para todos los ciudadanos en cualquier circunstancia. Los padres deben inducir a sus hijos a respetarlas y en ningún caso ponerse del lado de la transgresión. La violación de reglas establecidas es una pésima pedagogía para los estudiantes, es la manera de decirles que sus actos reñidos con la ética y la convivencia pacífica pueden continuar y contribuir a destruir una institución básica como la educación y por supuesto, es la forma de atentar contra la familia y la sociedad organizada.
Recientes y muy graves acontecimientos ocurridos dentro de un colegio han demostrado que tanto la escuela, como los padres y las autoridades caminan cada uno por su lado, pese que las tres instancias deben estar más unidas que nunca en una misma misión y visión enfocadas en un solo objetivo, consistente en conseguir un mejor futuro para jóvenes que están desorientados, con los valores invertidos y a veces decididos a subvertir todos los principios de orden y autoridad.