La cultura americana no es europea ni india: es mestiza, es una nueva manifestación que hunde sus raíces en Europa y América. Tal vez uno de los mayores dramas que sufre nuestro continente es asumir plenamente esta realidad, nuestra condición de mestizos, que es donde precisamente radica nuestra singularidad, nuestra fuerza. En 1970 el mexicano Carlos Fuentes escribió una bella obra de teatro que sugestivamente tituló “Todos los gatos son pardos”. En una forma poética y realista el autor relata el choque entre dos mundos a través de dos de sus principales protagonistas, el conquistador Cortés y el azteca Moctezuma. La obra se cierra con un parlamento de Marina, la Malinche, la india que fue dada a Cortés y se convirtió en su amante. Cuando está dando a luz grita: “...adorado hijo mío, sal ya...cae sobre la tierra que no es mía ni de tu padre sino tuya... Tú, mi hijo, serás mi triunfo: el triunfo de la mujer...”. Para Fuentes América es la mujer, el ser capaz de engendrar y dar a luz la vida; el ser mestizo que da a luz -no importa si fruto de la violación o no- es su triunfo, porque es un ser nuevo que heredará la tierra que fue hollada por su padre y era posesión de su madre.
El conquistador español trajo a América, a través de la espada y de la cruz, la cultura europea. Para poder llevar adelante su cometido el conquistador usó la fuerza, pero para poder sobrevivir en este nuevo medio, absolutamente desconocido y hostil, tuvo que recurrir a las culturas de los pueblos con los que se enfrentaba. Por tanto, en cierta forma este conquistador que impone por la fuerza su cultura, con todo lo que esto trae consigo, resultó siendo “conquistado”, dando así lugar a un proceso de aculturación, tal vez el más grande de la historia de la humanidad.
Los elementos de la cultura europea se fueron imponiendo en la medida en que se presentaban nuevas necesidades. Si bien es cierto que en un primer momento la tecnología europea se impuso sobre la indígena, en la medida en que el indio y el mestizo fueron adquiriendo experiencia y fuerza (en definitiva, en la medida que se fueron aculturando) introdujeron elementos propios de sus respectivas culturas y, sobre todo, su estética. Así, por ejemplo, el arte del Renacimiento, que utiliza la bóveda (que es una novedad en América, con excepción de los mayas y aimaras), sustituyó con ventaja la arquitectura indígena que tenía escasos espacios cerrados amplios, en cambio resulta magistral en el dominio de los espacios abiertos. Sin embargo, la necesidad de una evangelización masiva llevó a “desempolvar” el uso del atrio y a crear otros espacios que resultan totalmente americanos: las capillas posas y las capillas abiertas. Además, poco a poco el indio pasó de ser simple mano de obra a artesano, a artista: introdujo elementos que le son propios creando lo que se ha dado en llamar el estilo mestizo. Otro tanto ocurrió con la pintura, la escultura, la música, el teatro que pronto adquirieron carta de ciudadanía americana.
No cabe duda de que en el proceso de creación de la cultura americana hay violencia, tanto física como psicológica. Pero también es necesario decir que este proceso tiene dos vertientes que son simultáneas y se entrelazan: la biológica y la cultural. No se puede ignorar estas dos dimensiones si se quiere llegar a una comprensión real de lo americano. Lo biológico no solo se determina por el cruce entre el conquistador y el colonizador y las indias americanas, sino en el lento y penoso proceso de adaptación del indio a las enfermedades que trajo consigo el conquistador y para las cuales no estaba preparado.
Casi todos los conquistadores tuvieron hijos mestizos mediante amancebamiento con las nativas: Cortés, Alvarado, Pizarro, Martínez de Irala, Almagro, fueron padres de hijos mestizos. De éstos muchos adquirieron celebridad: Martín Cortés, Garcilaso Inca, Inca Tito Cusi Yupanqui, Blas Valera, Diego de Almagro el Joven, Lucas Fernández de Piedrahita... Mestizos que ya calaron más hondamente América, redescubriéndola. Son los primeros mestizos que sienten orgullo siéndolo. Al menos Garcilaso que habla así: “A los hijos de español y de india o de indio y española nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación me lo llamo yo a boca llena y me honro en él”
En el corazón de Sudamérica la administración colonial española creó la Audiencia de Charcas, bajo cuya jurisdicción estaban la ciudad de Chuquisaca o La Plata –la capital-, la legendaria Potosí, con el Cerro Rico, y la extensísima Gobernación de Santa Cruz de la Sierra. En tierras charqueñas se va a gestar una de las manifestaciones culturales más ricas de la América española, el barroco mestizo. Esta nueva manifestación cultural va a tomar poco a poco las características de cada una de las regiones, lo que va a contribuir a su enriquecimiento y diversificación. Así, por ejemplo, el barroco chiquitano es muy diferente al andino, pero ambos tienen la impronta de la mesticidad.
Cuando el 6 de agosto de 1825 se creó la república de Bolivia en base al territorio colonial de la Audiencia de Charcas, toda la rica cultura que se había formado a lo largo de 300 años se “bolivianizó”. Los trajines de la vida republicana hicieron que la cultura pasara a un segundo plano o simplemente fuera ignorada. A mediados del siglo XX los bolivianos empezamos a mirarnos nuevamente en el espejo de la historia. Y en éste nos vimos como mestizos, con todo lo que esto lleva consigo. Y empezamos a tener el maravilloso sentimiento de orgullo de ser mestizos creadores del sitio de Samaipata y Tiahuanaco, de la portada de San Lorenzo de Potosí y la Casa de Moneda, de San Francisco de La Paz y de Copacabana, de la catedral de Sucre, de la música barroca chiquitana y sus espléndidas iglesias, herederos de Melchor Pérez de Holguín y el Maestro de Calamarca, del riquísimo folklore moxeño y de los carnavales y un larguísimo etcétera.
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