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martes, 7 de enero de 2014

Claudio Ferrufino directo, certero. apunta al corazón del Sr. Morales y pum! sus disparos con mortales. su segundo Evo aquí, Evo allá, Evo Cristo, Evo mesías, Evo virgen y se meten con el Nobel, muerto de envidia el Segundo de a bordo, porque MVLl. tiene altura e inteligencia y sabe dónde llegar

Cuando Morales arrecia con la perorata de que quieren hablar mal del Evo, dañar la imagen del Evo, el Evo aquí y el Evo allá, y su segundo en mando continúa con el presidente Evo, Evo Cristo, Evo mesías, Evo virgen, se me ponen los pelos de punta.

A la vista que Alvaro le teme, le admira pero con envidia. su presencia saca roncha al EMA


Esa costumbre amistosa de tratar a alguien por su nombre de pila es un error que en Bolivia se debe eliminar, porque incluso la oposición cae en la cantaleta del “Evo”. Se habla así a un amigo, no a un enemigo. Comprendo que las “travesuras” del susodicho le dan un aura infantil que impulsa a la condescendencia y la sonrisa, pero no nos engañemos, nada de infantil en los desmanes autoritarios y tiránicos del señor Morales, a quien se debe llamar por su apellido o su posición, aunque la ignominia cocalera ya lo nombró comandante ¿por qué oscuras batallas será? Caprichos que pagamos en sociedad; no los pagan ellos, los masistas. De fondo escucho acordes de músicas de antes: Caprichosita y Mentirosita...

El innombrable acaba de decir, sobre la próxima visita del escritor Mario Vargas Llosa a Bolivia, que viene a “hablar contra el Evo”. Esperado, previsible, histérico y hormonal. Por supuesto añade las tonterías de rigor, escuchando su propia voz como si fuese la de la historia que en su momento lo sepultará. Los celos son un factor primario de la vida del personaje; no podría ser diferente si su nacimiento y estrellato parecen de novelón, aunque el hijo se ha rebelado contra los padres y ahora los expulsa de sus lares (hablo de las oenegés que lo inventaron). Cómo no va a tener celos si el laureado peruano es alguien que se ha hecho a sí mismo, cuyo talento no puede ser opacado por cualquier opinión política que tenga, se esté de acuerdo con ella o no. La aparición del autor de la inolvidable novela “La tía Julia y el escribidor” le hace sombra a la Cenicienta. Pues la Cenicienta va a tener que aceptarlo o cometer la locura, como el orate ya fallecido de Caracas, de hacerlo detener. Cómo alguien que es falso, Frankenstein construido de piezas múltiples y diversos progenitores, homúnculo, golem, no va a sentirse avasallado por un ser humano original. Lógico, comprensible.

El megalómano cada vez acepta menos. Las huestes inmundas e ignorantes lo alimentan, lo adoran. Los intelectuales ofertan a sus mujeres, con la esperanza de que la varita mágica del amo las posea y transforme el polvo en oro. Nos desenvolvemos en un mundo entre carnavalero y hechizado, entre anales ancianos, muchos supuestos y hechos a medida, y tecnología moderna que pone a ekekos en la luna, máquinas violentando la Pachamama en el salar y más. El nuevo trujillato, o el neobarrientismo como acertadamente definió un político. Algo sin pies ni cabeza, con un sol invertido que hace las veces de Inti, pero con un accionar que tiende a destruir al Inti y el pasado, en angurria jamás vista antes, que no cejará hasta que no le quepan más monedas en los bolsillos y bancos extranjeros, y que del país haga escombros y de sus culturas originarias también. Travieso, malévolo, maldito. La gente comienza a preguntarse si Vargas Llosa responderá. No lo sé. Esa sonrisa que lo acompaña siempre sin duda ha de ampliarse. No es para menos. Si solo contemplar el dedito sentencioso del cacique, advirtiendo a la humanidad y a la historia con cualquier absurdo que le venga en gana, da para desternillarse de risa, a pesar de lo trágico de su significación. Parece sacado de las páginas de Grimmelshausen, de la picaresca española: medieval, esperpéntico. Desaforado.

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