Ya se llegó al colmo. Contemplamos, y ojalá el mundo lo hiciese, la represión del gobierno a la marcha de discapacitados. Esta vez no vocearon el famoso “yo no fui”, pero inventaron otra mejor: que fueron los marchistas los agresores. Dramas de un país que se consume mientras los gobernantes bailan y se desesperan por pintarse de machos. Hombres no son los que “coplean” acerca de un supuesto exceso de testosterona. Los hombres trabajan, codo a codo con sus parejas, educan y levantan a los hijos, los alimentan, no huyen de responsabilidad alguna, enfrentan a los cabrones, y vuelven a lidiar con la tarea titánica, y no siempre mala, de sobrevivir y vencer al entorno. Hombres son los que se vencen a sí mismos y se desnudan de la malsana costumbre de creer que su miembro es el faro que ilumina el camino.
Claro que si alrededor hay bacantes que los festejan, y bacantes sin calzón como es el caso, el asunto se convierte en rueda sin fin. Y no se trata de espanto moral acerca de si un individuo tiene una o diez amantes, o si su estilo eroticista comienza con bajar los calzones y no simplemente tirarse de espaldas para esperar que ellas trabajen por él. O de las mujeres lo mismo. No, ese tema ni se discute. Cada quien como prefiera. Vale. Lo que se critica es el abuso de poder. Hay que recordar a Trujillo, en la República Dominicana, bien retratado por Vargas Llosa, cuya característica dictatorial se expresaba en aprovecharse de las esposas de sus ministros y diversidad de otras mujeres. El abuso le daba su condición de hombre. Cuando alguien no puede ser más que su pene el riesgo es grave.
Avanzando… no cabe en la imaginación de ningún país, quizá en las tragedias de Sudán y Bangladesh, en la Camboya de los khmeres rojos, que se ejerza violencia sobre un grupo humano inerme. Un ataque en contra de minusválidos, y si viene desde el gobierno ni se diga, tendría en los países democráticos de occidente una condena social unánime y un proceso judicial que quitaría investiduras y degradaría oficiales, antes de terminar con sentencias que muy posiblemente alcanzaran desde veinte años de cárcel a perpetua. Empujar, patear, cualquier forma de brutalidad a una persona discapacitada acarrea al asaltante inmediatas cadenas en muñecas, cintura, cuello, tobillos, y celda a compartir con los mayores elementos de la criminalidad. No es para menos. ¿Electricidad aplicada a las sillas de ruedas para causar daño a quienes las utilizan? Creo incluso que en los Estados Unidos habría fiscal que pidiese la pena de muerte para el agresor. No es para menos.
Luego la farsa: fotografías de infiltrados inventados, el fantasma de la CIA y organismos del imperio que asustan y no dejan dormir. Y no es que no existan. Sé de historias de grupos secretos, he escuchado de primera mano relatos de Colombia y asesinatos sistematizados. Ahora que los que se cargaron a Bin Laden se han acurrucado en rincones oscuros de la geografía nacional, seguro que sí, que comenzarán a sabotear y a matar, como siempre lo han hecho, pero ya basta de jugar a complots terroristas. Cuando sucedan en serio, nadie lo va a creer. No olviden la fábula del lobo.
Quien tiene el poder piensa que también los límites le pertenecen. La narración del rey Midas no es gratuita. En relatos al parecer infantiles, el ser humano cuenta su experiencia de siglos y aconseja. Las vestiduras del rey, aquellas que le hacen creer los cortesanos lleva y que no son más que humo, imaginación, ya que el monarca se encuentra desnudo ante la inmensidad, tampoco. La historia es silente, a pesar del estruendo de las guerras, y solo la reflexión permite escucharla y comprenderla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario