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viernes, 10 de febrero de 2012

Yury F. Torres apela a la memoria colectiva y retrotrae la figura de "esa mujer. Eva Perón" ciertamente un fenómeno sico-social ingrediente de la historia política argentina que nos tocó de cerca.

El  efecto que alcanzó la figura de Evita tiene implicancias mitológicas ya que recorre inexorablemente por los avatares de la propia sociedad argentina, “deslizándose entre las luces de lo que no fue y de las oscuridades de lo que pudo haber sido”, como dice la contratapa de la novela “Santa Evita”
Como hubo mujeres que significaron la hecatombe para la vida de los hombres, también hubo mujeres que influyeron significativamente en el devenir glorioso no sólo de la existencia de un hombre específico, sino que su aura envolvente alcanzó a la sociedad misma. Un ejemplo inequívoco: Eva Duarte de Perón que no sólo cautivó a Juan Domingo Perón, sino a la propia Argentina. Su trascendencia adquirió aristas mitológicas. Su carisma se propagó inexorablemente en el tiempo. Hace pocos meses, cuando la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández, salía airosa en las elecciones presidenciales que la reelegían como mandataria de su país, algunas mujeres militantes pertenecientes a una agrupación que reivindicaba el legado de la protectora de los descamisados alzaban pancartas alusivas a ella y vitoreaban entusiastamente la victoria histórica de Fernández. En ese instante,  Evita espectralmente aparecía, una vez más, cabalgando por el imaginario argentino.  
Cuando uno recorre no sólo por la historia política, sino por otros parajes de la vida cultural de la Argentina, la presencia inconmensurable de Evita está presente  revelando que la devoción de los argentinos por esta mujer-mito sigue intacto, y, aun más, no tiene parangón alguno. No es casual que uno de esos espacios donde la imagen de Evita se mantiene incólume en el imaginario argentino se desliza precisamente en (o por) la literatura.
Efectivamente, la literatura argentina recupera aquel episodio que inclusive adquirió ribetes mitológicos: el embalsamiento del cuerpo inerte de Evita. Este cuerpo luego se convirtió en protagonista merced a la belleza en vida y a la  hermosura etérea  producto del trabajo del embalsamador español Pedro Ara que inclusive desató el deseo sexual de sus guardianes fúnebres. De este cuerpo se hicieron varias copias, en su recorrido azaroso por varios campos santos durante más de dos décadas, el  cuerpo de Evita  perturbaba a cualquiera que se le acercara y, a la vez, se constituía en un ícono esperanzador para un pueblo que se encontraba a la deriva y depositaba su esperanza para que la fallecida se transformara en un ave fénix.
El deseo que exhalaba ese cuerpo se ha convertido en una metáfora que sucumbió con su hechizo a los propios escritores argentinos. Es el caso de Rodolfo Walsh con su cuento “Esa Mujer” (catalogado por la crítica literaria como el mejor cuento argentino) y  Tomás Eloy Martínez con su novela magistral “Santa Evita” se dieron a la tarea de escribir sobre aquel deseo convertido en un éxtasis eterno provocado por Evita y de su impronta en la memoria de los argentinos. Una idolatría de sus descamisados, casi una necesidad por la madre. Como si fuera un seno henchido de mieles a los cuales labios sedientos buscan a su protectora, el pueblo arenga: “Eva Perón/tu corazón/nos acompaña sin cesar. Te prometemos nuestro amor/con juramento de realidad”, así Martínez narra la fidelidad inconmensurable de los argentinos por la figura de Evita.
La literatura se convierte en una vajilla donde se coloca el deseo. Es la ficción que se sublima a la realidad, en la que la realidad y la mitología se encuentran, se confunden, se entretejen. Aquel cuerpo embalsamado de Evita desencadena deseos y esperanzas. Una imagen surrealista al servicio del mito. Como dice el Coronel, personaje del cuento de Walsh: “-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...”. El  efecto que alcanzó la figura de Evita tiene implicancias mitológicas ya que recorre inexorablemente por los avatares de la propia sociedad argentina, “deslizándose entre las luces de lo que no fue y de las oscuridades de lo que pudo haber sido”, como dice la contratapa de la novela “Santa Evita”.   

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