¿Por qué Evo Morales transfirió todos sus poderes presidenciales a Quintana?
Wilson García Mérida |Redacción Sol de Pando en Brasilia
El ex militar ha logrado un exitoso avance dentro su peculiar “guerra de posiciones”: sucesivos conflictos sociales que son inducidos o agravados desde el Ministerio de la Presidencia en una estrategia de microgolpes de Estado que convierten al presidente Morales en su rehén voluntario…
El poder casi absoluto que Evo Morales delegó en su Ministro de la Presidencia le dió a Quintana un control político y administrativo que va más allá del área de Inteligencia y Seguridad. Este ex mayor del Ejército es prácticamente dueño de todo el gabinete en el Poder Ejecutivo de Bolivia, además del Ministerio Público (Fiscalía General del Estado) y los aparatos armados (FF.AA. y Policía). Cuando fue militar activo, Quintana se especializó, siendo alumno de las Escuela de las Américas, en tareas de infiltración y contra-información. Ello explica su obsesión por controlar a la prensa y convertir a los periodistas en sumisos soldaditos bajo su mando propagandístico…
Hace más de cinco años, el 18 de septiembre del 2011, el periodista de El Deber Roberto Navia publicó una entrevista con el entonces director de la Agencia para el Desarrollo de la Macro-regiones y Fronteras (Ademaf) Juan Ramón Quintana, versando sobre las funciones que aquella autoridad venía desempeñando especialmente en la Amazonia boliviana, después de haberse visto forzado a apartarse del Ministerio de la Presidencia por presión del MAS, en una coyuntura, entonces, donde el aparato partidario se disputaba cuotas de poder con el aparataje de las ONG´s que habían encumbrado al ex militar en el primer gabinete de Evo Morales.
Quintana admitió entonces que, en gran parte, sus funciones en Ademaf (una agencia de seguridad con fachada de gestora económica y productiva para las fronteras) eran enteramente coercitivas, lo cual supone que disponía el uso de fuerzas armadas, policía y aparatos de Inteligencia, además de medios de comunicación.
“Yo he sido oficial del Ejército y estoy preparado para experimentar escenarios de altísimo riesgo y probablemente ese es un elemento que le permitió decidir al señor Presidente destinarme a esta tarea. Es un oficio que no es compatible ni con la complacencia, ni con la timidez”, confesó Quintana al periodista de El Deber, revelando con esas palabras que sus competencias abarcaban la organización de los aparatos de seguridad del Estado desde donde se desarrollan operaciones sicológicas, labores de infiltración, control territorial y contrainsurgencia.
Tales competencias las ejercía ya como Ministro de la Presidencia, antes de Ademaf, habiendo centralizado en su Ministerio la red estatal de Inteligencia, por encima incluso de los ministerios de Gobierno y de Defensa. En otras palabras, todo el aparato de Seguridad e Inteligencia del Estado Plurinacional está bajo el absoluto control de Quintana, quien detenta el raro privilegio de ser el único civil en Bolivia con mando de tropa.
El modelo militarista de Ademaf, era asombrosamente similar al de un programa de “Acción Cívica de las FF.AA.” que Quintana elaboró para el Gobierno del general Hugo Bánzer Suárez (ADN), entre 1997 y 2001, cuando este hoy ex Mayor abandonó el Ejército optando por una mejora salarial dentro el sector público como Jefe de la Unidad de Análisis del Ministerio de Defensa, bajo dependencia del entonces ministro Fernando Kieffer.
Gestando una nueva coyuntura a su favor, Quintana utilizó Ademaf para retornar al Ministerio de la Presidencia, pero ya no como una cuota de las ONG´s caídas en desgracia (Quintana era representante de una ONG especializada en temas de Inteligencia Militar, RESDAL, financiada por la Fundación Soros), y en esa nueva etapa hizo suficientes méritos ante la partidocracia del MAS intensificando sus relaciones personales con las Fuerzas Armadas, abriendo las puertas de los cuarteles para que Evo Morales reciba todas las pleitesías de la cúpula castrense de viejo cuño, hasta “amarrarle los huatos del zapato” literalmente hablando.
Quintana se las jugó todas durante la crisis de Chaparina. Militarizó ese conflicto (lo mismo que Pando después de la matanza de Porvenir), derrotando a sus antiguos correligionarios oenegeístas. Después de desactivar y aplastar la movilización indígena en defensa del Tipnis malversando recursos de empresas públicas creadas desde Ademaf, retornó al Ministerio de la Presidencia como un héroe partidario dentro el MAS, no sin antes jurar al partido, recién.
Desde ese momento se convirtió en el hombre más poderoso dentro el Gobierno. Más poderoso que Evo Morales y Álvaro García Linera juntos, y sin haber recibido un sólo voto en las urnas para detentar un control casi total del Estado Plurinacional, lo cual al parecer terminó afectando su propia salud mental. Hoy, Quintana se cree el Estado en sí y para sí.
La sobredosis de poder que se engulló Quintana le da suficientes márgenes de maniobra para salirse por la tangente cuando las papas queman, o de revertir situaciones adversas, sacrificando a sus cómplices y beneficiarios, como sucedió con el circense caso Zapata, el más reciente.
Quintana y sus “sutiles” microgolpes de Estado
Cuando fue militar activo, Quintana se especializó siendo alumno de las Escuela de las Américas en tareas de infiltración y contra-información.
Esa pericia militar le ha permitido desarrollar una gradual “guerra de posiciones” al interior del gobierno de Evo Morales mediante una serie de micro-golpes de Estado, induciendo conflictos sociales y manipulando la información (ello explica su obsesión por controlar a la prensa y convertir a los periodistas en sumisos soldaditos bajo su mando) hasta niveles extremos como en la matanza de Porvenir, la represión de Chaparina, los conflictos cocaleros en Apolo, la ruptura con los mineros cooperativistas, motines policiales y militares, etcétera, que terminan debilitando la gestión y la imagen de Evo Morales, pero fortalecen personal y políticamente al Ministro de la Presidencia, como “el hombre de las soluciones”, para quien toda salida “eficaz” pasa por la militarización del conflicto, es decir la total represión.
Tras cada conflicto que induce a extremos de letal gravedad, Quintana sale más fortalecido. Su imagen pública es la del principal “protector” de Evo Morales frente a las tempestades que el mismo Ministro de la Presidencia desata con sus habilidades para la infiltración en los movimientos sociales y para la manipulación mediática. Y si en este proceso de deterioro inducido el país llegara a sufrir una crisis irresoluble de ingobernabilidad y se alejara para siempre la posibilidad de la re-elección, la inminente salida sería un golpe o autogolpe de Estado encabezado por el mismo Quintana. Tal su objetivo final.
No es casual que tras cada conflicto social que estalla en Bolivia, Evo Morales intuye que en el transfondo de esos disturbios “hay un golpe de Estado”.
Por ejemplo, durante el último conflicto librado con los cooperativistas mineros, en agosto, el Presidente declaró: “Otra vez, el gobierno nacional derrotó un golpe de Estado. De eso estoy convencido“.
Mas de lo que también debería convecerse nuestro principal gobernante es que tales golpes de Estado se los propina desde muy adentro, en el entorno presidencial más íntimo, su mimado Ministro de la Presidencia.
La Propaganda por encima de la Información
Como si Bolivia estuviera invadida por enemigos externos librando una verdadera guerra convencional, las “líneas” propagandísticas que bajo una visión estrictamente castrense imparte Quintana a los comunicadores y relacionistas públicos del Gobierno (e incluso a periodistas del sector privado “cooptados” mediante prebendas o amedrentamientos) son adoptadas pasivamente como “línea oficial” del Ministerio de Comunicación, uno de tantos ministerios del Gabinete subordinados ciegamente al Ministro de la Presidencia.
“Todos los ministerios deberían comprar un espacio en el Facebook, todos sin excepción”, ordenó Quintana a los relacionistas públicos del Gobierno, en una reunión que se realizó dos semanas antes del Referéndum Constitucional. Entonces el “super Ministro” había caracterizado la coyuntura desatada por el escándalo de su antigua “discípula” Gabriela Zapata, en una “situación de guerra”. “Hemos perdido una batalla”, les dijo, y por tanto era necesario “recomponer el teatro de operaciones”. Y ordenó que a través del Facebook se debe “metafóricamente combatir al enemigo por aire, por mar y por tierra”.
Habiendo sido capacitado como militar anti-subversivo en la Escuela de Las Américas cuando hizo un curso de Satinador en el Comando Sur de Panamá gracias a una beca que le otorgó el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, Quintana aprendió que el control de la información y el manejo de los medios es consustancial con estrategias castrenses para la toma, control y mantenimiento del poder político.
Por ejemplo el Ministerio de la Presidencia a través de su jefa de Gabinete Maya Memtala, y en varias ocasiones con la intervención directa del propio Ministro, define los contenidos y titulares de apertura del periódico Cambio, por encima del Ministerio de Comunicación, y decide qué medios no gubernamentales deben ser vetados a publicidad estatal mediante una cerradísima “lista negra” (lista encabezada por Sol de Pando obviamente).
Para Quintana la Contrainformación-Propaganda es un arma indispensable en la “guerra de posiciones” (golpista) que este ex militar viene desarrollando para beneficio propio dentro el régimen, en las narices de Evo Morales y García Linera, articulando cada una de sus acciones con las privilegiadas cúpulas castrenses del actual régimen.
El grave daño que ha implicado este proyecto del golpismo quintanista contra la profundización de la democracia y contra la revolución cultural iniciada en octubre del 2013, es la inobjetable y absoluta pérdida de identidad indígena en el Gobierno que preside Evo Morales siendo rehén palaciego de Quintana.
Un Gabinete ministerial sometido a las consignas de Quintana
El poder casi absoluto que Evo Morales delegó en su Ministro de la Presidencia le dió a Quintana un control político y administrativo que va más allá del área de Inteligencia y Seguridad. Este ex mayor del Ejército es prácticamente dueño de todo el gabinete en el Poder Ejecutivo, además del Ministerio Público (Fiscalía General del Estado) y los aparatos armados (FF.AA. y Policía).
Todos los ministros de Evo Morales (con excepción aparente de los ministros de Gobierno Carlos Romero y de Obras Públicas Milton Claros) le deben el cargo a Quintana. El único Ministro a quien Evo Morales invitó directa y personalmente sin mediación alguna, es Tito Montaño de Deportes.
El ejemplo más visible de esta dependencia ministerial del quintanismo es el Ministerio de Comunicación, el favorito de Quintana. Las dos últimas ministras de esta cartera, Amanda Dávila y Marianela Paco, totalmente sometidas, no tomarían ninguna decisión sin consultar previamente con Quintana, a quien le dicen “jefe”. Por ejemplo, es Quintana, y no la Ministra de Comunicación, quien decide cuáles medios periodísticos pueden o no recibir publicidad del Estado.
Otra cartera ministerial sobre la cual Quintana ejerce un absoluto e irreductible control, es el Ministerio de Defensa, desde donde el Ministro de la Presidencia ha desarrollado intensos vínculos clientelares y prebendales con el ámbito militar del cual él proviene. Es Quintana, por encima del Presidente del Estado, quien determina cada año la Orden General de Destinos violando incluso la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, lo cual ha puesto a las FF.AA. del país bajo sus pies. A la hora del agradecimiento por los servicios prestados en las tareas de espionaje, infiltración y represión, varios militares de su entorno íntimo son premiados con cargos de privilegio en la administración pública así como en el servicio diplomático. Por todo ello aseguramos que el ministro Juan Ramón Quintana es el único civil que detenta un activo y peligroso mando de tropa en Bolivia.
Empezando por ministros y viceministros, el personal jerárquico, técnico y operativo en los demás ministerios estratégicos —como los de Energía e Hidrocarburos, de Mineria, de Agricultura, de Planeamiento y de Economía— fue designado por “recomendación” y aval personal de Juan Ramón Quintana, atenido a su estrecha y privilegiada relación con el Presidente.
Su influencia subterránea no se limita a la designación de cargos, abarca sobre todo la imposición de millonarios proyectos y contratos en su gran parte lesivos a los intereses del Estado y de los cuales el presidente Evo Morales no siempre toma conocimiento.
Esta sobredosis de poder que enloqueció a Quintana le llevó a erigirse en el principal estratega electoral y de proselitismo cotidiano que apunta a eternizar este perverso esquema político —el quintanismo—, mediante re-elecciones ad infinitum, utilizando la imagen y figura popular de Evo Morales como su caballo de troya para ganar votos.
Como máximo jefe de campaña en cada proceso electoral, Quintana recauda dinero extorsionando a empresarios nacionales que se han visto obligados a someterse a sus designios o de lo contrario caer en la ruina sufriendo represalias legales e impositivas; y en ese mismo afán extorsivo con fines electorales Quintana no vacila en vincularse con organizaciones mafiosas y tradicionales sectores corruptos de la política boliviana, de ultra derecha, que ahora son fervientes militantes del partido gobernante y que, a pesar de su habitual racismo, se declaran más “evistas” que el mismo Presidente indígena siguiendo el discurso adulador e hipócrita de Quintana. En los negocios turbios como en la política perversa, todo vale.
Esta irresponsable estrategia totalitarista de Quintana le pone al propio Evo Morales, rehén del Palacio Quemado, más cerca de las mafias y de grupos organizados de la corrupción, que del Pueblo mismo que votó por él.
En ese contexto, fue el ministro Juan Ramón Quintana el responsable directo dentro el Gobierno para la llegada irregular y criminal de la quebrada empresa venezolana Lamia a Bolivia.
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