No hay una manera correcta de hacer algo incorrecto
Francesco Zaratti
La polémica que recién ha surgido por el antojo de poder de… ¿una persona?, ¿unos dirigentes adictos a la prebenda?, ¿unos ineptos buscapegas?, ¿unos abogados, terroristas del derecho, obligados a arreglar lo que le mete nomás su jefazo?, me trae a la memoria el desahogo de mi abuela cada vez que yo intentaba convencerla de algo absurdo. Me decía, sonriendo: “¡Vete de misionero al infierno!”.
Hoy a la misión imposible de convencer a los actuales gobernantes de respetar el referéndum del 21F, se han consagrado varios líderes de opinión, cuyo compromiso se sustenta en el categórico argumento, aprendido de un maestro de espiritualidad, de que “no hay una manera correcta de hacer algo incorrecto”.
Se ha escuchado, por parte del coro cada vez más desafinado de los voceros del MAS, hablar de ocho vías, luego seis, finalmente cuatro, con el único fin de incumplir el mandato del Referéndum del 21F, en línea con el irrespeto a las normas y a la institucionalidad, que es lo peor que nos deja el actual régimen. El vergonzoso caso de la empresa aérea LaMia, cuyas secuelas para el país aún desconocemos, no es un accidente, sino la consecuencia de esa ética de gobernar.
Una vía para lograr la presidencia vitalicia es directa: pedir la anulación del Referéndum debido a algo tan subjetivo como que se mintió a los párvulos plurinacionales, razón por la cual éstos se equivocaron al votar, descartando la opción más conveniente para ellos. Una sentencia, atribuida a Hegel, retrata cabalmente esta actitud: “si los hechos no concuerdan con la teoría, ¡pena por los hechos!”. Por cierto, sería catastrófico para la democracia si, con base en el criterio de unos tribunos nombrados al amparo de una reforma diseñada y ejecutada por aprendices de brujo se sentenciara la anulación de la voluntad del pueblo por motivos subjetivos.
Otra vía consiste en que un bolivarista (o sea, un sin título) aparente declinar un derecho que no tiene por la ambición de ocupar durante 180 días la “silla”, sin garantizar “matemáticamente” a su jefe renunciante que el Órgano Electoral avalará “automáticamente” la astuta jugada. Yo, que Evo, lo pensaría bien antes de prestarme a ese juego.
Sin embargo, si de hacer el ridículo con maneras absurdas de torcer la ley y la ética se trata, acá estoy para dar una humilde sugerencia. El año 2009, con el mismo fin de forzar la candidatura de Evo, se apeló a un argumento maquiavélico, que no fue el acortamiento del período del Presidente en ejercicio, como interesadamente se insinúa, sino que el país había cambiado de nombre (de República a Estado Plurinacional) y por tanto Evo Morales podía volver a presentarse como si de un nuevo país se tratara.
Ahora bien, por justa analogía un cambio de nombre del aspirante a candidato en el mismo país (Estado Plurinacional de Bolivia) lo habilitaría para un nuevo mandato como si fuera “otro” candidato. Seria, además, una salida que puede replicarse sin límites.
Mi celo patriótico, que no necesita preguntar para actuar sin fecha de vencimiento (Evo dixit), me lleva incluso a sugerir algunos nombres del “nuevo” candidato que el SEGIP (Servicio General de Identificación Personal) no tendría dificultad en avalar sobre tablas: Evaristo Mamani Castro; Fidel Chávez Zapata; Ernesto Trump Morales; Nicolás Ayma Da Silva.
Bromas aparte, si tan sólo los bolivianos asumiéramos como guía ética elemental la máxima que puse como título de mi última columna del año, toda la “derechoficción” que se intenta montar quedaría definitivamente descartada y así se evitaría días aciagos para la democracia y el país.
Concluyo esta entrega con los augurios de un año 2017 realmente “nuevo” para mis fieles 25 lectores y para toda Bolivia.
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