Raúl Peñaranda
Evo Morales y sus asistentes principales analizan dos modelos políticos surgidos en el seno del ALBA: en primer lugar, observan la situación de Nicolás Maduro. Éste logró capear el temporal tras meses de protestas y muertes y finalmente consiguió que la Constituyente ilegalmente elegida se impusiera como el principal poder del Estado venezolano. Esa Constituyente deberá ahora decidir o no si en Venezuela se convocarán los siguientes comicios presidenciales
Maduro, y su antecesor, Hugo Chávez, demostraron que se puede construir una dictadura “a fuego lento, no mediante la acción de un cuartelazo militar o una banda de barbudos, sino a través de un paciente y paulatino plan de reducción de las libertades democráticas. El modelo venezolano primero cooptó a las fuerzas del orden, después tomó la justicia, luego controló al consejo electoral; posteriormente sometió a la mayoría de los medios y finalmente destruyó a las empresas. Junto con quebrar a la economía venezolana, aumentar la pobreza y convertir a Caracas en una de las ciudades más inseguras del orbe, el chavismo logró su objetivo, hasta ahora con éxito: quebrantar la democracia y eternizarse en el poder.
En 2015, tras la victoria legislativa opositora, el Gobierno impidió que se realizara el referendo revocatorio, que sin duda Maduro hubiera perdido. Y con ello le puso la primera cruz a la democracia de ese país. Luego le puso la segunda con la masiva represión militar y policial que aplastó las protestas callejeras. La tercera, y por el momento definitiva, fue la instalación de la Constituyente. Veremos si en los futuros meses o años la oposición logra reagruparse y sacar a los chavistas del Ejecutivo.
El otro modelo que Morales y sus seguidores estudian es el de Rafael Correa. A diferencia de Chávez y Maduro, Correa no logró generar la fuerza suficiente como para suspender comicios y prorrogarse en el poder. Ante ello, no le quedó otra que dejar que se cumpliera el calendario electoral y ante la inevitabilidad de que en 2017 se realizarían los comicios generales, tomó una decisión difícil: dejó de insistir en la posibilidad de repostular nuevamente (para ello tenía que cambiar otra vez la Constitución), debido a que las encuestas demostraban que hubiera perdido irremediablemente en la segunda vuelta de éstos. Por eso terminó por elegir a un delfín, su exvicepresidente Lenín Moreno. Para controlar al moderado candidato, tan diferente de sí mismo, Correa le impuso como acompañante de fórmula a Jorge Glas, más “revolucionario que él, aunque también más “robolucionario.
Moreno terminó ganando los comicios, pero no se convirtió en el manso sucesor que los correístas esperaban. Como regalo desde Brasil, Moreno recibió las declaraciones de acusados de Odebrecht, que declararon que Glas y otras autoridades correístas recibieron millones de dólares en sobornos. Se deshizo de él y ahora, por unanimidad del Parlamento, éste será investigado.
Correa esperaba que la mitad de la bancada oficialista, que supuestamente lo respalda a él y no a Moreno, apoyaría a Glas, y sin embargo eso no sucedió. El envalentonado Presidente desea ahora llamar a una consulta popular, que entre otras cosas podría eliminar la reelección indefinida, es decir impedir que Correa pueda postular nuevamente en el futuro. Hoy el principal crítico de Moreno es Correa quien, desesperado desde su ático en Bélgica, le lanza feroces acusaciones.
El tercero de esta historia es Morales, que coincide con Maduro y Correa en su desprecio por la democracia y su angurria de eternizarse en la presidencia. Al igual que Correa, las encuestas señalan que perdería la segunda vuelta en 2019 frente a un candidato como Carlos Mesa (quien, como se sabe, todavía no ha decidido lanzar su postulación).
Para Morales asistir a esos comicios entraña un riesgo muy grande. Primero, debe torcer nuevamente la Constitución, con lo que perdería un porcentaje importante del 40% que todavía lo respalda hoy. Como no puede convocar a un nuevo referendo porque sería derrotado otra vez, tendría que torcer la Constitución con métodos aún más vergonzosos y luego, debilitado tras esa batalla (porque nuevamente tendría que explicar por qué su palabra no tiene valor), asistiría a los comicios. Con grandes posibilidades de ser vencido.
Ante esa opción en el oficialismo se debatía hace algún tiempo la posibilidad de presentar otro candidato, más moderado, que logre vencer. Y aunque ese postulante todavía no aparece, el ejemplo de Moreno es decisivo. Morales no puede correr el riesgo de que quien elija adopte posiciones independientes y autónomas, como lo ha hecho Moreno. Y todos los que serían fieles, como Álvaro García Linera o Juan Ramón Quintana, no tienen apoyo suficiente como para ganar en las urnas.
Ante esto le queda a Morales el segundo modelo. Su reciente defensa de Maduro no es sólo demostración de lealtad, es también adelantarse a los hechos y ver si en el futuro él mismo estará en una situación similar. Por ejemplo, convertir al Legislativo en una Constituyente que decida, sin mucho trámite, suspender en Bolivia las elecciones de 2019 o, una vez realizadas, no acatar su resultado. Esa es una decisión obviamente arriesgada, aunque Morales sabe, porque es cierto, que él puede perder en las urnas, como ya sucedió en el referendo de 2016, pero puede ganar en la calle. Como lo ha demostrado su amigo Maduro, quien aplastó nomás las manifestaciones ante los ojos azorados del mundo. No es nada que Morales no pueda intentar hacer en Bolivia.
Raúl Peñaranda U. es periodista. / Twitter: RaulPenaranda1
Fuente: paginasiete.bo
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