La utopía de
la revolución cubana
Susana Seleme
Antelo
La Cuba de Fidel nos cambió la vida. A unos de manera luminosa porque nos
dio la oportunidad de creer en la utopía de la revolución político-económico-social-igualitaria
y ética, como la llevada a cabo contra la tiranía de Batista. Fue un ejemplo
para luchar contra tiranos, por eso abrazamos la lucha armada sin reservas. A otros les cambió la vida de manera dramática: sufrieron cárcel,
dolor, muerte, exilio y pérdidas de bienes tangibles e intangibles. La clase
dominante y alguna clase media sufrió
expropiaciones sin apelación ni
atenuantes.
La revolución cubana fue la puesta en escena de la lucha político-ideológica, como tantas otras habidas en el mundo, pero
esta con el telón de fondo de la “guerra fría”. Fue siempre de baja o alta
intensidad. Las hubo altísimas, como el atentado, en marzo
de 1960, contra el buque francés La Coubre, en el puerto de La Habana. En los funerales de los casi cien muertos,
Fidel lanzó la consigna “Patria o Muerte, Venceremos”. Era la guerra que luego
se traduciría en la invasión de cubanos exiliados, armados, entrenados y transportados
por la CIA a Playa Girón, en 1961. Para cubanos
y revolucionarios del mundo fue la primera derrota del imperialismo en América
Latina. Luego vendría la crisis de los Misiles rusos, en 1962, zanjada por vías
diplomáticas entre Rusia, Cuba y Estados Unidos.
Para entonces ya estaban vigentes el
bloqueo y el embargo comercial,
económico y financiero contra la Isla. Estos
hechos marcarían la sin concesiones deriva antiimperialista, anticapitalista y anti Estados Unidos de la
revolución cubana y de Fidel Castro.
Esa Cuba, nuestra
Cuba, se acabó antes de la muerte de
Fidel, el 26 de noviembre de 2016. Me asiste la certeza de que de la Cuba de
nuestra primera juventud y algo más adultos, o la Cuba de la infancia de niñas
y niños pioneros de boina y pañoleta, o de diversa gente, ya guerrillera o
sobreviviente de otras guerras, se fue en otro tiempo. ¿Se fue en 2008, cuando el
Comandante
Fidel Castro se retiró del quehacer político, por razones de salud? ¿Se fue por la persistencia de su gigantesca presencia durante 49
años, sin atisbos de cambio en el férreo control político-ideológico-militar-social-cultural?
¿Se fue porque la libertad individual fue subsumida por el estatismo autoritario
y la ‘dirección de orientación revolucionaria’? ¿Se fue porque la utopía de la revolución se convirtió en distopía con un riguroso control
del Estado y su líder omnipresente para garantizar el control de la sociedad organizada a la sombra
leninista-stalinista, más que a la de Marx? ¿Se fue por
el malévolo e intolerable embargo impuesto por Estados Unidos? ¿O esa Cuba se
fue por otras razones de la práctica política que acusaba ausencia de
democracia civil y política, de Estado de Derecho, de libertad de pensar
diferente?
Pedir democracia y libertad a una revolución violenta desde sus orígenes
contra la satrapía no se nos pasaba por la cabeza. Esa Revolución, la de Fidel Castro por la igualdad sociopolítica y
económica, justificaba la violencia, si daba lugar como dio, a la salud y la educación gratuitas, a la
solidaridad, a la acumulación de un capital humano, intelectual y social sin
parangón en América Latina. Entonces no habíamos leído a Hannah Arendt. Lo
hicimos solo años después, para creer con ella que “la justificación de la
violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica… cuando la
liberación de la opresión conduce al
menos a la constitución de la libertad, solo entonces podemos hablar de
revolución”.
Afirmo que fui tributaria de la Revolución
Cubana y de su líder que guiaba nuestras rebeldes voluntades políticas. En gran
parte, soy producto de esa revolución. En Cuba estudié periodismo, historia y continué con el marxismo traído desde Europa.
No sospechaba que la dialéctica me enfrentaría a una realidad que solo pude ver
años después.
Por eso, si hubo y hay reservas,
son parte de la contradicción inevitable. Es la dialéctica y quedan conmigo.
Pero duelen los presos de conciencia de ayer y de hoy. A fines de los ’80, visité La Habana y busqué
a compañeros/as de la Universidad. Algunos ya se habían ido. Anduve por la bella
Escalinata del Alma Mater y por la acogedora y añeja Plaza Cadenas, palpitantes
de la historia de Cuba, donde cultivé rosas blancas, “en junio como en enero” en
la amistad que pregonaba José Martí. Escuché
críticas, pero más que las críticas, me asombró la justificación:
"criticamos con los instrumentos que nos ha dado la revolución: la dialéctica,
el movimiento, el cambio. Sabemos que la economía es la determinante en ultima
instancia." No los oí.
Hace rato que dejé el marxismo
como una teoría para la acción. Hoy es un instrumento para analizar las
sociedades del centro y de la periferia capitalista. Mis rebeldías
revolucionarias se han fundido en ubérrimos impulsos libertarios, democráticos,
descentralizadores y autonomistas. Creo que responden a la implacable sentencia
de Marx, de que "lo concreto es concreto, porque es síntesis de múltiples
determinaciones, unidad de lo diverso…"
De vez en cuando, miro una enorme
foto en la que Fidel Castro me abraza y ambos reímos porque él miraba unas
cadenas de oro que llevaba colgadas al cuello y me decía "Chica, con este
oro podemos pagar parte de la deuda externa de Bolivia". ¿Dónde andarán esas
cadenas? Quizás socorrieron algún apuro, o se perdieron como la utopía.
Sin embargo, agradezco todo lo recibido de la Revolución Cubana, que entre
la tesis y la antítesis, debe encontrar su propia síntesis, hoy sin Fidel.
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