Si no entendemos que los males de Bolivia, arrastrados por siglos, deben encararse de modo integral y sobre la realidad de lo que realmente somos, esto seguirá a peor. La combinación entre poder total y retórica de ilusionistas es incapaz de ocultar la grave purulencia que sufre el país
La huida del Fiscal Soza es el retrato de un sistema judicial que ha perdido toda credibilidad, pero es algo peor, la constatación de que uno de los desafíos del sistema político instaurado en 2006, el de la imposición de una nueva conciencia ética nacional, es a estas alturas un terrible fracaso.
La huida del Fiscal Soza es el retrato de un sistema judicial que ha perdido toda credibilidad, pero es algo peor, la constatación de que uno de los desafíos del sistema político instaurado en 2006, el de la imposición de una nueva conciencia ética nacional, es a estas alturas un terrible fracaso.
La primera premisa del nuevo Gobierno fue que con su llegada se desterraba la corrupción, pero algo más, se terminaba el ejercicio del poder basado en antivalores; un individualismo exacerbado, el egoísmo como norma y una lógica perversa que no solo no combatía sino que promovía la corrupción debido a una visión materialista y utilitaria de la vida. Se dijo que los portadores de esos antivalores eran los cultores de la visión occidental como cultura y la óptica neoliberal como economía y política. La respuesta era muy clara, el nuevo régimen recuperaría la esencia del pensamiento y el comportamiento de Bolivia cuyo pivote fundamental es el mundo indígena prehispánico. La ética de los originarios está basada en la horizontalidad, la comunidad, la complementariedad, la armonía y respeto del hombre con la Pachamama y en consecuencia, conlleva una actitud contraria a la soberbia de quienes creen que de lo que se trata es de servirse del mundo.
Los principios morales de ese profundo pasado serían las premisas de oro y los pilares en los que se fundamentaría el comportamiento individual y colectivo de los bolivianos. Por si hubiera alguna duda, el artículo 8 de la Constitución en su parágrafo I reza: “El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)”.
Se partió entonces, como en otros muchos temas, de dos presunciones, el voluntarismo y la idea peregrina de que el pasado se puede moldear a capricho. Ninguna de las dos funcionó. Las expresiones de deseos que no van acompañadas de acciones profundas de transformación desde el poder, el primer referente del comportamiento de cualquier sociedad, no logran su objetivo. Pero algo peor, era obvio que no se podía proponer la utopía arcaica como referente. No, porque el absurdo conceptual de que se puede restaurar el mundo anterior a 1535 se estrella contra la realidad. No, porque esa arcadia prehispánica perfecta no existió.
Por el contrario, los valores éticos de nuestra sociedad están profundamente vinculados al mundo indígena, colonial y republicano, a los códigos ancestrales y al cristianismo, al comunitarismo y al individualismo, a las formas económicas de intercambio, comercio, producción y sus expectativas. Pero muy especialmente a una larga tradición de vida desorganizada, irrespetuosa de la ley y su cumplimiento. Nos falta disciplina, educación, orden, respeto por el otro, sentido de responsabilidad y conciencia ciudadana, nos falta una formación desde niños en el sometimiento a la ley y la idea de que la vida en comunidad importa obligaciones con el otro.
Para desgracia del Gobierno y de todos nosotros, las peores formas del capitalismo salvaje campean en el país y muy especialmente en pueblos y ciudades con fuerte componente indígena. Transgredir la ley es la norma, no al revés, cumplir la ley es un exotismo, respetar las reglas es una estupidez, aprovechar los beneficios inmediatos del poder es una urgencia.
El Gobierno del presidente Morales padece de los mismos males del pasado llamado neoliberal, sus estructuras están ya envileciéndose y comenzando a pudrirse. El ejercicio ininterrumpido de casi ocho años pasa facturas. No es verdad que los funcionarios del Estado respondan a una nueva ética, no, eso es simplemente un enunciado, una cáscara. El actual régimen repite los peores vicios de todos aquellos que gobernaron Bolivia con poder omnímodo y sin contrastes, no rinden cuentas a nadie de lo que hacen y creen que no las rendirán en el futuro. Igual que antes, quienes pagan las culpas son funcionarios intermedios. El nivel de corrupción es tan profundo que no se puede ocultar. No es que los escándalos salen a la luz porque se investigan, salen a la luz porque unos acusan a otros para salvarse, o filtran información confidencial a la oposición y a los medios. Un atraco y un muerto, no la decisión de transparencia, llevaron a la cárcel a Santos Ramírez. Una filtración, no la voluntad del Gobierno, pusieron en tela de juicio el caso terrorismo. Una denuncia de un preso extranjero, no el deseo de esclarecer nada, destaparon la red de extorsionadores.
Si no entendemos que los males de Bolivia, arrastrados por siglos, deben encararse de modo integral y sobre la realidad de lo que realmente somos, esto seguirá a peor. La combinación entre poder total y retórica de ilusionistas es incapaz de ocultar la grave purulencia que sufre el país.
El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/
Twitter: @carlosdmesag
El autor fue Presidente de la República
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