La lección más elemental y sabia sobre el ciclo bonanza-escasez está en la Biblia, en la historia del Faraón y el sueño de las vacas gordas, interpretado por el patriarca José cuando estuvo como esclavo en Egipto.
La famosa frase castellana “Más inteligente que el hambre” se refiere a que en tiempo de escasez no se necesita demasiada estrategia, sino un primitivo instinto de supervivencia que se agudiza por la necesidad, mientras que la bonanza requiere de un gran sentido de la previsión y la planificación, pues de lo contrario, los siete años de abundancia del Génesis se podrían acortar y el periodo de hambre alargarse y volverse aún más duro de sobrellevar.
Hay muchas fábulas para niños que ilustran muy bien sobre la manera de administrar los bienes; con el cuento de la hormiga o el relato del único de los tres chanchitos que construyó su casa de ladrillos mientras que sus hermanos prefirieron holgazanear y terminaron en el vientre del lobo. Esa sabiduría popular también nos llama a no creernos liebres e imitar a la tortuga, pues casi todas son carreras de largo aliento.
No es la primera vez que Bolivia atraviesa un periodo de bonanza, aunque jamás se había visto un fenómeno de ingresos tan elevado como el actual. Más de 100 mil millones de dólares en menos de ocho años, cinco veces más de lo que considerábamos normal. Se trata de una cifra más que duplica las grandes aspiraciones que había expresado el Estado boliviano para combatir la pobreza y superar las famosas metas del milenio, pero lamentablemente, según los reportes de la ONU, nuestro país ha hecho muy poco por cumplir los 43 objetivos planteados en el año 2000 cuando se condonó la deuda externa.
En los años 70, cuando se produjo el auge de los petrodólares, Bolivia tuvo también un pico muy alto de ingresos, aunque ínfimo en comparación con el actual. ¿Qué nos dejó esa época de bonanza? Un avión presidencial, el estadio olímpico de La Paz, la hilandería y muchas otras empresas estatales improductivas y que se convirtieron en elefantes blancos; el dólar a $bs 25 para dar una señal de estabilidad y ausencia de inflación gracias a las maniobras del Banco Central; el bono patrio o aguinaldo patriótico; el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas que no impidieron las protestas de principios de los años 80, aunque sí aportaron al caos, los golpes y la desestabilización; el florecimiento del narcotráfico y el nacimiento de una nueva burguesía con base en la posesión de la tierra y que creció gracias a las ventajas que les otorgó el Estado. La gente pensó que todo ese caudal de dinero que fluía en el país era obra de la astucia de los gobernantes, pero muy tarde llegó a la conclusión que el origen había sido el auge de precios internacionales de las materias primas, pues Bolivia nunca ha dejado de ser un país económicamente primario.
Por si no recuerda lo que sobrevino a esa época de bonanza, sólo hay que tener presente la sigla “UDP”, relacionada a un periodo inverso, es decir, de caída de los precios de las materias primas que exporta Bolivia. Y de la misma forma que nos fue tan bien en la década anterior, los años 80 fue un periodo de llorar y sufrir por el derroche en el que habíamos incurrido, en la falta de visión al no saber usar esos recursos y en lugar de incurrir en la repartija y en el derroche, invertirlos como se debe, en educación, en salud, en productividad. Ojalá tuviéramos un José para decirnos que esta bonanza será eterna, pero todos sabemos que eso es imposible.
La famosa frase castellana “Más inteligente que el hambre” se refiere a que en tiempo de escasez no se necesita demasiada estrategia, sino un primitivo instinto de supervivencia que se agudiza por la necesidad, mientras que la bonanza requiere de un gran sentido de la previsión y la planificación, pues de lo contrario, los siete años de abundancia del Génesis se podrían acortar y el periodo de hambre alargarse y volverse aún más duro de sobrellevar.
Hay muchas fábulas para niños que ilustran muy bien sobre la manera de administrar los bienes; con el cuento de la hormiga o el relato del único de los tres chanchitos que construyó su casa de ladrillos mientras que sus hermanos prefirieron holgazanear y terminaron en el vientre del lobo. Esa sabiduría popular también nos llama a no creernos liebres e imitar a la tortuga, pues casi todas son carreras de largo aliento.
No es la primera vez que Bolivia atraviesa un periodo de bonanza, aunque jamás se había visto un fenómeno de ingresos tan elevado como el actual. Más de 100 mil millones de dólares en menos de ocho años, cinco veces más de lo que considerábamos normal. Se trata de una cifra más que duplica las grandes aspiraciones que había expresado el Estado boliviano para combatir la pobreza y superar las famosas metas del milenio, pero lamentablemente, según los reportes de la ONU, nuestro país ha hecho muy poco por cumplir los 43 objetivos planteados en el año 2000 cuando se condonó la deuda externa.
En los años 70, cuando se produjo el auge de los petrodólares, Bolivia tuvo también un pico muy alto de ingresos, aunque ínfimo en comparación con el actual. ¿Qué nos dejó esa época de bonanza? Un avión presidencial, el estadio olímpico de La Paz, la hilandería y muchas otras empresas estatales improductivas y que se convirtieron en elefantes blancos; el dólar a $bs 25 para dar una señal de estabilidad y ausencia de inflación gracias a las maniobras del Banco Central; el bono patrio o aguinaldo patriótico; el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas que no impidieron las protestas de principios de los años 80, aunque sí aportaron al caos, los golpes y la desestabilización; el florecimiento del narcotráfico y el nacimiento de una nueva burguesía con base en la posesión de la tierra y que creció gracias a las ventajas que les otorgó el Estado. La gente pensó que todo ese caudal de dinero que fluía en el país era obra de la astucia de los gobernantes, pero muy tarde llegó a la conclusión que el origen había sido el auge de precios internacionales de las materias primas, pues Bolivia nunca ha dejado de ser un país económicamente primario.
Por si no recuerda lo que sobrevino a esa época de bonanza, sólo hay que tener presente la sigla “UDP”, relacionada a un periodo inverso, es decir, de caída de los precios de las materias primas que exporta Bolivia. Y de la misma forma que nos fue tan bien en la década anterior, los años 80 fue un periodo de llorar y sufrir por el derroche en el que habíamos incurrido, en la falta de visión al no saber usar esos recursos y en lugar de incurrir en la repartija y en el derroche, invertirlos como se debe, en educación, en salud, en productividad. Ojalá tuviéramos un José para decirnos que esta bonanza será eterna, pero todos sabemos que eso es imposible.
No es la primera vez que Bolivia atraviesa un periodo de bonanza, aunque jamás se había visto un fenómeno de ingresos tan elevado como el actual. Más de 100 mil millones de dólares en menos de ocho años, cinco veces más de lo que considerábamos normal.
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