Quizá el presidente Morales se haya percatado de que cuando sus discursos tienen una duración moderada no solo son escuchados, sino comentados, como ocurrió con el último, del 6 de agosto. Lo que debería ajustar un poco es la coherencia. Decir, con solemnidad digna del momento, que ha terminado el tiempo de la confrontación y ha comenzado el de la conciliación, es digno de un estadista de talla, de talla 8. Pero casi de inmediato, en la primera ocasión, lanzarse contra un candidato en un tono no conciliador es una falta de consecuencia con lo que acababa de decir. Sus colaboradores tendrían que hacérselo notar, con las precauciones del caso.
El presidente tocó casi todos los temas en solo una hora, lo que muestra que las cinco horas del mensaje del año pasado eran excesivas y reiterativas. Pero olvidó por lo menos dos temas. Ni una sola palabra sobre minería. Nada. Quizá porque no quiere molestar a los cooperativistas o porque deseaba dejar para después del anuncio de la reducción de salarios (¿y de empleados?) en Huanuni, la empresa estatal que está perdiendo medio millón de dólares por mes. Tampoco explicó qué pasa con los $us 500 millones del Fondo Indígena, que sale del 5% del IDH y no se sabe a qué cuentas bancarias han ido a dar. Los indígenas, pocos lo saben, no tendrán participación en el Gobierno, pero tienen unas partidas presupuestarias envidiables. Si tuvieran alguna representación en el parlamento, podrían, incluso, preguntar qué pasa con todo ese dinero.
El comentario más certero sobre temas políticos fue hecho en una columna de Gonzalo Mendieta. Analiza las políticas, las autoalabanzas del discurso y deja rebotando la duda de si estamos ante el primer presidente indígena que abraza la doctrina del positivismo; más rancia que el liberalismo. Y los comentarios sobre el hecho de que Evo no agradece a Hormando Vaca Díez por aprobar la Ley del IDH son mayoría. En suma, vale la pena hacer discursos cortos. Hasta llegan a ser comentados. Una recomendación. Nunca diga gais a sus colaboradores, por lo menos en público y con tanto micrófono. Es una forma de discriminación. Y son cosas íntimas
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