El vicepresidente García Linera hizo fundamentalmente dos cosas ayer al tratar de negar las vinculaciones de las más altas élites del Gobierno con la trama de extorsión y persecución que rodea a oscuros personajes como Marcelo Soza y Fabricio Ormachea: en primer lugar ha dado la orden para que el juicio por terrorismo continúe tal como está, en medio de un circo cuyas carpas y puntales se caen a pedazos; y en segundo lugar, ha vuelto a posicionar el tema del "separatismo", como una manera de provocar los mismos instintos de odio y temor sobre una parte de la oposición enclavada en Santa Cruz y que ha resultado un hueso duro de roer para el centralismo y sobre todo para este régimen que aspira a ejercer el dominio pleno del territorio nacional en las elecciones del 2014.
El segundo mandatario ha tenido que ir muy lejos, mejor dicho volver sobre un discurso que utilizó en el 2008 para justificar la guerra armada y el terrorismo de Estado sobre el oriente boliviano, más precisamente contra el movimiento autonomista que puso en peligro la continuidad del "proceso de cambio".
"Separatista" es una vieja acusación que le ha hecho el centralismo andino a cuanto cruceño se ha cruzado en su camino. Ha sido la manera de descalificar, de justificar numerosas incursiones armadas y desbaratar todo intento por profundizar la democracia y por hacer valer el derecho a existir de Santa Cruz, de hacerse escuchar y de exigir el respeto a la autodeterminación y a no ser tratado como una colonia del occidente.
En el 2008, el término "separatista" se volvió casi un gentilicio para los cruceños, benianos y pandinos. Fue la manera de desatar el odio entre los pobladores de las tierras altas, que llegaron a degollar perros en señal de amenaza y que luego trasladaron sus huestes hasta la capital del oriente, mientras medio país se relamía por ver colgados a quienes supuestamente intentaban dividir el país. La trillada y falsa cantaleta les sirvió para hacer parecer legal esa matanza del hotel Las Américas, que el propio presidente dijo haber ordenado y para justificar la actuación de mercenarios como Soza, Ormachea y muchos otros que parecen haber cumplido con la misión de doblegar a toda una región por el hecho de haberla descabezado.
Cuando el Vicepresidente arenga que hay que castigar a los separatistas, en teoría se debe entender que se trata de los 39 acusados que aguardan una sentencia establecida desde el principio, pero hay que tener mucho cuidado con esa palabra, pues la población puede asumirla como una provocación al conjunto de la ciudadanía cruceña, que desde siempre ha recibido ese mote, cada vez que el centralismo vio en ella una amenaza hacia su hegemonía y sus atropellos.
Hacía mucho que el Gobierno no se refería al separatismo con esa fuerza, porque supuestamente estaba en otra fase, en la de engatusar a los cruceños para que de una vez por todas inclinen su voto, pues de este depende una victoria abultada en los comicios de octubre. El problema es que como siempre, algunos cruceños han sacado a relucir su pasta de rebeldes y lo que parecía un asunto cerrado, "pan comido" para los que tienen amplio dominio sobre el arte del terrorismo, se ha desbaratado por completo y como dijo el exfiscal Soza, si se cae el circo del terrorismo...
El segundo mandatario ha tenido que ir muy lejos, mejor dicho volver sobre un discurso que utilizó en el 2008 para justificar la guerra armada y el terrorismo de Estado sobre el oriente boliviano, más precisamente contra el movimiento autonomista que puso en peligro la continuidad del "proceso de cambio".
"Separatista" es una vieja acusación que le ha hecho el centralismo andino a cuanto cruceño se ha cruzado en su camino. Ha sido la manera de descalificar, de justificar numerosas incursiones armadas y desbaratar todo intento por profundizar la democracia y por hacer valer el derecho a existir de Santa Cruz, de hacerse escuchar y de exigir el respeto a la autodeterminación y a no ser tratado como una colonia del occidente.
En el 2008, el término "separatista" se volvió casi un gentilicio para los cruceños, benianos y pandinos. Fue la manera de desatar el odio entre los pobladores de las tierras altas, que llegaron a degollar perros en señal de amenaza y que luego trasladaron sus huestes hasta la capital del oriente, mientras medio país se relamía por ver colgados a quienes supuestamente intentaban dividir el país. La trillada y falsa cantaleta les sirvió para hacer parecer legal esa matanza del hotel Las Américas, que el propio presidente dijo haber ordenado y para justificar la actuación de mercenarios como Soza, Ormachea y muchos otros que parecen haber cumplido con la misión de doblegar a toda una región por el hecho de haberla descabezado.
Cuando el Vicepresidente arenga que hay que castigar a los separatistas, en teoría se debe entender que se trata de los 39 acusados que aguardan una sentencia establecida desde el principio, pero hay que tener mucho cuidado con esa palabra, pues la población puede asumirla como una provocación al conjunto de la ciudadanía cruceña, que desde siempre ha recibido ese mote, cada vez que el centralismo vio en ella una amenaza hacia su hegemonía y sus atropellos.
Hacía mucho que el Gobierno no se refería al separatismo con esa fuerza, porque supuestamente estaba en otra fase, en la de engatusar a los cruceños para que de una vez por todas inclinen su voto, pues de este depende una victoria abultada en los comicios de octubre. El problema es que como siempre, algunos cruceños han sacado a relucir su pasta de rebeldes y lo que parecía un asunto cerrado, "pan comido" para los que tienen amplio dominio sobre el arte del terrorismo, se ha desbaratado por completo y como dijo el exfiscal Soza, si se cae el circo del terrorismo...
Ha sido un gesto de desesperación, cuando finalmente el 'caso terrorismo' es un asunto nacional, del que hablan todos los medios del país, todos los actores políticos y toda la opinión pública, incluyendo algunos sectores que hasta no hace mucho, todavía tenían dudas de que en Santa Cruz hubo intentos de separatismo. La vieja cantaleta ha vuelto a caerse y los que verdaderamente apostaron por dividir el país ahora recurren a la misma receta.
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