El año 2006, el espectacular escritor mexicano Carlos Fuentes escribió un artículo que titulaba ¿Qué haría Maquiavelo? para hablar sobre las elecciones en su país. El lector debía aplicar diferentes máximas contenidas en el Príncipe a los candidatos a la Presidencia. Copio la idea para aplicar las exégesis de Maquiavelo, hecha por Stanley Bing, a nuestra realidad. Desafío a mis lectores a identificar estos comentarios con algunos de los dichos y hechos de los dueños del poder actual en Bolivia. A cada máxima acompaño un humilde comentario con la única pretensión de inducirlo a pensar mal para que acierte. Los aforismos están entre comillas, y mis acotaciones están sueltas, aunque mucha gente cree que deberían estar presas. Aclaro que cualquier coincidencia con la realidad es fruto de su imaginación.
“El Príncipe siempre tiene razón. La tiene cuando la tiene, pero también cuando no la tiene”. Este camino, de ida y vuelta, se hace sí o sí, y aquel que diga que no, se lo fríe en el aceite caliente de la intriga y se lo sazona con el látigo desprestigio. Muchos en el árbol de los privilegios creen ser los únicos dueños de la razón histórica y no solamente del periódico del mismo nombre.
“El Príncipe debe estar enamorado de su destino”. Estamos dando cátedra de economía y política. Todo está fríamente calculado, inclusive las metidas de pata, por los estrategas del cambio. Las etapas de la revolución son fruto de mentes brillantes de verticales ajedrecistas que juegan sobre una wiphala multidimensional en vez de tablero tradicional. El Príncipe criollo cultiva el narcisismo macroeconómico y mata con la indiferencia a los cambios microeconómicos y productivos que se necesitan.
“El Príncipe es un tiburón. Nada lo detiene. Avanza devorando”. Por estas tierras de Dios, que para algunos es un paisaje revolucionario, deberíamos decir: que avanza enjuiciando a diestra y siniestra. Y todo en nombre de la Justicia que es “ciega, sorda y muda” para los amigos y, “ojerosa, flaca, fea, desgreñada, torpe, tonta, lenta, necia, desquiciada, completamente descontrolada” para los enemigos, como dice la letra del éxito musical de Shakira.
“El Príncipe hace lo que le viene en gana. Como lo dijo Federico de Prusia: "He llegado a un acuerdo con mi pueblo. El pueblo dice lo que quiera. Yo hago lo que quiero". La versión andina de este aforismo es: Mandar obedeciendo al pueblo pero con sordera selectiva. En algunos casos, el adagio se lleva a extremos y deriva en una dolencia propia del poder conocida como: otitis testicular, oigo todo, pero me vale un huevo lo que escucho.
“El Príncipe madruga. Se levanta a las cuatro de la mañana. ¿Qué puede hacer a esa hora? Pensar”. Las malas lenguas dicen que en realidad, se levantan más temprano para ver vacas en camisones, pero como no las encuentran, se ocupan de madrugar a sus opositores. En uno de estos amaneceres, de azul invierno, se les habría ocurrido hacer el teleférico que a un alcalde paceño neoliberal propuso hace muchos años. Nada como recorrer en las madrugadas, los “museos de grandes novedades”.
“El Príncipe es impredecible. Pasa de la amabilidad a la furia instantáneamente. Como si regresase, en el poder, a la infancia. Tener poder es volver a ser niño caprichoso. Pero el Príncipe manipula su propio capricho. Confunde a amigos y enemigos”. Se dice en la boca chica, que la furia con los ex-aliados del poder es la más pendenciera. Se las tienen jurada todos bajo filosos cuchillos de hielo, especialmente a aquellos que, en el pasado, los apoyaron desde las organizaciones no gubernamentales.
“El Príncipe debe ser precavido al grado mismo de la paranoia. Administra su propia paranoia porque supone que tener enemigos es más razonable que tener amigos”. Conspira la derecha, y últimamente, hasta la izquierda, los vende patrias, el imperio americano, los indígenas extraviados, el novel subimperialismo brasileño, las suegras, las organizaciones no gubernamentales, las viudas, e inclusive, la FIFA.
“Pero el Príncipe no debe excederse. Debe escoger a cinco individuos que le han hecho rabiar. Nunca debe permitirse más de cinco adversarios. Si elimina a uno de ellos, debe sustituirle cuanto antes por otro. Tener un nuevo enemigo es como abrir una botella de champaña”. El nuevo enemigo elegido es el gobierno reformista de Brasil, Chávez, yo no felizmente, sino Adolfo y la fila es larga, pero sólo cinco a la vez. El veneno de la venganza se lo debe ejercer en dosis homeopáticas para que sea certero como la negra noche.
Finalmente, “El Príncipe no debe perder de vista, si quiere ser fiel a estos preceptos, que se topará con tres obstáculos. Primero, salir del anonimato precedente y comerse a todos sus rivales. Segundo, expulsar los sentimientos y aceptar que el poder no es un concurso de popularidad y que ejercerlo convoca muchos odios. Pero el Príncipe también sabe que, por muy perverso que sea su gobernante, la gente tiene necesidad de otorgarle algunas cualidades humanas".
Y el maquiavelismo se quedo tristemente clásico ante tanta novedad moderna y retorcida. Bonita nota, útil y maquiavelicamente hecha para entender a Don Evo.
ResponderEliminarQue vamos a hacer con nuestro príncipe criollo?? Entre el capo de Don Evo y el príncipe, más su séquito de narices cafés, estamos listos pa la foto. En todo caso, me reiría mucho si no fuera que la realidad lacera las heridas y me hace llorar. Pero ellos ven... y no miran lo que se les viene. Que cosas no? Al príncipe le habia faltado una bola, la de cristal, digo, jeje.
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