Son años electorales en América Latina, con discursos llenos de un optimismo engañoso. En este contexto muy pocos perciben lo que para los economistas y personas bien informadas son señales de alerta que anticipan una dura crisis, al menos en una parte del continente. Veremos cuál.
Bastaría con señalar que Brasil acaba de ser declarado en recesión y con ello anticipar serios problemas no solo en la región sino en todo el mundo, tratándose de la séptima potencia global. Pero a eso hay que agregarle la moratoria en Argentina, las bajas calificaciones de riesgo en varios países, altos niveles de inflación, anuncios de déficit fiscal y las poco alentadoras previsiones de crecimiento en la gran mayoría de los países.
Ya no hay duda que se está acabando la "década de oro" en la economía continental, que significó también el auge de gobiernos muy populares que se adueñaron de un éxito que venía de la China, de la India y de Vietnam, entre otras, naciones donde la demanda de materias primas ha comenzado a declinar.
Curiosamente, los mejor ubicados, aquellos que mantendrán un nivel de crecimiento considerable son Chile, Colombia, México y Perú y no son precisamente los lugares donde se dio campo al populismo autoritario, a las políticas enemigas del libre mercado y tampoco donde se dio rienda suelta al derroche y la repartija.
Todos ellos forman parte de la Alianza del Pacífico, que en lugar de recurrir al aislacionismo de Brasil, Argentina, Bolivia o Venezuela, decidieron continuar con las estrategias de apertura comercial. En lo político, son naciones que apostaron por el respeto a la constitución, el estado de derecho y la alternabilidad en el ejercicio del poder.
Lo de Argentina y Venezuela son ejemplos de pésimas gestiones, de exagerada corrupción y la absoluta falta de prudencia en la conducción económica. No se puede anticipar que vaya a ocurrir lo mismo en toda la región, sin embargo, en los próximos dos años se verá quién hizo las reformas correctas, quién manejó bien las políticas monetarias y sobre todo, quién capitalizó adecuadamente el período de bonanza.
Será una suerte de competencia no declarada entre quienes se inclinaron por el populismo y los que se mantuvieron firmes en el trabajo estructural de abrir nuevos mercados, de conducir al país hacia la industrialización, la diversificación y la competitividad, palabras prohibidas en nuestro país, donde lo contrario a neoliberalismo es entendido como estatismo improductivo. A eso le llaman "estratégico, de contenido social y comunitario" y le ha llegado el momento de mostrar sus bondades.
Para los países de América Latina, la llegada de la década más importante de su historia en términos económicos era el momento de cambiar su matriz productiva y de pensar en un modelo distinto al primario exportador que ha mantenido al continente en una constante repetición de ciclos de abundancia y escasez, que según entendidos no se repetirá en la misma dimensión que en los años '80 y '90, al menos no en aquellos que hicieron buena letra en educación, en salud, en combate a la pobreza y en productividad.
Serán años en los que se probará no solo la calidad de las políticas públicas, sino también el nivel del liderazgo de quienes hoy se sienten invencibles. En realidad, la calidad de un capitán se mide en las tormentas.
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