A los que estamos fuera se nos olvida, pero Cuba es una dictadura. Eso es algo imposible de olvidar para los 11 millones de cubanos que están dentro de la isla. La sufren todos los días.
El deshielo entre los gobiernos de Washington y de la Habana ha cambiado la conversación. En lugar de hablar de la falta de libertades, de las carencias económicas y de violaciones a los DDHH, las noticias reportan la reapertura de embajadas, más turismo. Pero en el fondo, Cuba sigue siendo una dictadura.
El dictador Fidel Castro le heredó el puesto a su hermano Raúl. No hay elecciones multipartidistas, no hay prensa libre, hay decenas de presos políticos y el régimen se sostiene a base de miedo. No lo digo yo; lo dicen los pies de miles de cubanos que están huyendo.
En 2015 llegaron más de 40.000 cubanos a EEUU. Hay mexicanos y centroamericanos que se quejan de que EEUU trata a los refugiados cubanos de una manera privilegiada.
Yo sospecho que, detrás de este acercamiento diplomático, entre Cuba y EEUU hay un objetivo secreto. El presidente Barack Obama no es ingenuo. Desde luego que no puede decir que el objetivo de su política de apertura y de mayores contactos es cambiar el régimen de los Castro.
Si lo hubiera dicho, no habría acuerdo. Pero cuando la historia cambie en Cuba y regresen los vientos democráticos, se darán a conocer los detalles de las reuniones a puerta cerrada en que se tramó un nuevo destino para la isla.
Solo los cubanos pueden cambiar a Cuba. Nadie más. Pero ahora deben saber, como nunca antes, que no están solos. Como agua que se cuela por las rendijas, la internet está penetrando los lugares más recónditos de la isla. Es carísima para el cubano común. Cierto.
Y aun así se han enterado cómo cambiaron Argentina y Guatemala, cómo está cambiando Venezuela y cómo ellos son los siguientes en la lista. No hay nada que pueda detener una idea cuando su tiempo ha llegado.
No podemos olvidar que Cuba es una dictadura. Y ante las dictaduras no se puede ser neutral
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