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lunes, 27 de febrero de 2017

habiendo cooperado con Morales, el autor Gonzalo Lema, fue presidente de la Corte Electoral con limpieza y coraje, ahora es crítico de Morales, de su Gobierno, del MAS (el instrumento de Evo) que administra la Nación al margen del Estado de Derecho y sin respeto a la CPE. qué podemos enseñar a nuestros hijos? se pregunta el escritor.

EL INSTRUMENTO ESENCIAL

No ha de llamarse democracia nuestra realidad si le dan un puntapié a su orden jurídico. Con la Ley rota en astillas y volando por los cielos, no ha de ser posible jactarse de un Estado de Derecho. Tendríamos que buscar un nombre nuevo, pero cualquiera que encontremos no nos ha de gustar ni siquiera un poquitito. Mucho menos a los gobernantes.

No acabamos de entender que el respeto a nuestro pueblo se expresa en la Ley. Todo nuestro amor hacia él, toda nuestra buena intención. Salvo díscolas excepciones, los bolivianos pensamos que la Ley ha de servirnos a plenitud para que esta Bolivia de tantos pueblos originarios, vital, única en su forma incluyente, sea sencillamente feliz. La Ley plasma el objetivo, sin dudar, pero esencialmente garantiza el derrotero. Es el camino. Fuera de él, puede pasarnos cualquier desgracia. Por ejemplo: el asalto de los bandidos.

Quizás no se terminó de asimilar que el partido de gobierno, surgido de los riñones de esta patria, se volvió numeroso, y grande, con la adhesión de la clase media. Quiero decir: los bolivianos de las ciudades. Su tamaño de gigante empequeñeció a un partido histórico otrora valioso. Enanizó a lo que llamábamos sistema de partidos y agrupaciones. Su material humano se convirtió en cuantioso y altamente valorable. Pero esa alianza vigorosa, del campo y la ciudad, fue, sin razón y menos inteligencia, fisurada. Más tarde, fracturada. En la actualidad, el presidente recaba votos en ambos espacios, es cierto, pero este partido ni siquiera da la talla en ciudades de provincias. Y menos en las capitales de departamento. Queda muy claro, entonces, que la necesaria renovación dirigencial cupular, capaz de garantizar futuro, es imposible en estas circunstancias. El candidato ha de ser, fuerza es decirlo, siempre el mismo.

¿Qué es lo que vivimos ahora? Un partido que se mira el ombligo sin solazarse. Más bien: con angustia y desesperación. La clase media le parece un enorme barco que se despegó de su puerto rumbo a otro puerto. En todo este proceso, la inteligencia sólo pudo reclutar a blanquitos dispuestos, con decisión visible y bochornosa, a levantar por la cabeza el puño izquierdo. A esa inteligencia no le ha importado analizar tanto antecedente de cada uno de los reclutados ni las consecuencias de tanto cinismo. Pronto se escuchó, para mal de sus pesares, la sirena del barco buscando otro horizonte. No se puede construir procesos ciertos con sinvergüenzura. El primer cambio que se requiere es siempre ético. Buena conducta. Coherencia integral. Aquella gente que sueña con la maniobra, en el oficialismo y oposición, es siempre la culpable de nuestra frustración nacional.
Pero la Ley rige para todos. El político boliviano tiene que buscar el respeto a su persona por el debido respeto a este instrumento de liberación y progreso. Y más aún cuando la Ley fue votada. ¿Cómo respaldar a quien no la respeta? La incertidumbre, la greda mojada, la mina emboscada, no sirven para caminar en pos de la felicidad. Del bienestar social.

Me causa estupor no comprender al prójimo. A cualquiera de tantos. Y respecto a este tema, el respeto a la Ley Constitucional, elaborada como nunca en asamblea constituyente, votada por la ciudadanía, encontré a un escritor iracundo defendiendo “esta época de revolución” aún a costa de la Ley de la revolución. A su juicio, exaltado, obnubilado y acomodaticio, es posible cambiarla las veces que haga falta. Seguramente para favorecerse siempre. Pero ha pasado el tiempo desde esa anécdota y más bien me siento sólidamente convencido de que los bolivianos buscamos la estabilidad de la Ley con justicia social. Ése es nuestro objetivo. No tenemos como fin todo lo contrario: el deterioro. El irrespeto. Menos la decadencia. Los valores de la convivencia siguen siendo los mismos. Con esa esperanza se constituye la Ley. Y ahora se la vota.

Quienes tienen a cargo las sensibles decisiones políticas que hacen a nuestro futuro deberían pensar con generosidad patriótica. No partidaria. Y, menos aún, personal. Queremos un país transparente, limpísimo, que nos enorgullezca a pesar de tanta carencia. Con gobernantes que a su paso, por muy fugaz que sea, demuestren un nítido y contundente respeto a la Ley. A la Ley que juraron respetar.
A nuestros hijos debemos enseñarles a respetar la Ley.

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