En los 11 años de gobierno se produjeron acontecimientos que hubieran puesto en crisis a cualquier otro régimen, Chaparina y el Hotel América por ejemplo, develados como crímenes de lesa humanidad. La diferencia de éstos estriba en que asientan en la materialidad de las cosas del mundo, son episodios que aunque se tiñan de sangre y hablan de las acciones más detestables, como el crimen, el asesinato, la violencia etcétera, se inscriben en la cotidianidad. La mentira, en cambio, afecta nuestras percepciones sobre el mundo que nos rodea, penetra unidireccionalmente en la sensibilidad humana, en el reducto donde todos todavía creemos en las buenas acciones y las buenas personas, y los hombres honestos y los mandatarios patriotas.
Si la mentira se produce en la esfera de la vida privada sus consecuencias no trastocan el orden social, pero la mentira política posee el atributo, peligroso por cierto, de afectar lo que la gente de a pie percibe como su propio hábitat, su esfera de confort. Probablemente por ello, el "caso Zapata” sea el mayor problema que tiene que enfrentar un régimen en el que los acontecimientos traumáticos y las actitudes de poder negativas sobrepasan con creces los aciertos, y los resultados objetivamente positivos desde la percepción ciudadana.
Desde Kant hasta el último de los pensadores serios de la modernidad, el acuerdo es común: no es posible vivir sin la mentira. Vivimos un mundo en que mentir es una condición de supervivencia, particularmente en el ámbito político. La diferencia estriba en que hay mentiras que restituyen la verdad y hay mentiras que la eliminan de gajo, imponen la nueva versión y se la metaboliza como evidente, cierta, convincente.
El éxito del mentiroso pasa, en consecuencia, por el efecto logrado. En el caso Zapata se ha producido una mutación de la norma: no logró restituir la verdad y tampoco destruir la duda.
Todo ha quedado en el limbo de una angustiosa espera, en la que la gente común prefiere pensar que el Presidente y sus acólitos mintieron; mientras que los afines al régimen prefieren pensar que están a punto de convencer a la sociedad civil de lo contrario. En la evolución del escándalo, sin embargo, cada intento por mitigar sus efectos se volcó en contra de todos sus argumentos, al punto que si aseguraban decir la verdad, todo el mundo entendía que estaban mintiendo. Técnicamente hablando, el mentado caso y la atractiva señora crearon un círculo de fuego en torno al Mandatario, terrible círculo en que cada intento de solución avivaba la llama.
El efecto final es, sin duda, devastador: al presidente Morales se lo recordará más por el mentado caso y sus connotaciones semánticas (como la ya célebre frase "cara conocida”), que por cualquier otro acierto de su gobierno. No sólo porque el escándalo se inscribe en el glamour de los tiempos modernos, sino porque ha mellado la subjetividad de los ciudadanos, ha traicionado la buena fe que habita las profundidades de los hombres lejos del poder.
La situación adquiere contornos dramáticos, no sólo porque pone en duda las cualidades del Presidente, sino porque las cosas se dieron en el peor momento que enfrenta todo régimen de larga data, en el momento en que los juicios ya no pasan por la materialidad de las acciones, sino por la carga ética y moral que las avalan.
Renzo Abruzzese es sociólogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario