Las encuestas de opinión son el termómetro que muestra la disposición de fuerzas en la sociedad en determinado momento y en una circunstancia particular. Las que miden la aceptación del Presidente suelen ser consideradas indicadores de la favorabilidad del Gobierno, y por consiguiente del estado de salud del proyecto político en desarrollo. Evo Morales ha visto caer sus números a lo largo de los últimos dos años, pero especialmente en 2011, desde un 70% hasta menos del 30% actual. Esta situación, que sólo puede ser calificada de debacle, tiene muy nerviosos a los actuales gobernantes y en especial a los operadores políticos del régimen.
Tanto es así que el Vicepresidente del Estado se despachó hace unos días un discurso que fue reflejado por la prensa de esta manera: “Si fallamos, mis hermanos, si falla nuestro alcalde, si falla nuestro gobernador, si falla nuestro concejal, si falla nuestro Presidente al movimiento campesino, otra vez van a regresar los k’aras y van a botarlo otra vez 500 años al rincón; (los k’aras) van a decir nunca más tiene que haber campesinos, nunca más tiene que haber dirigentes sindicales dirigiendo el Estado, si fallan los hermanos (será para nosotros) otra vez 500 años en silencio y en oscuridad”.
Esta manipulación de la realidad constituye un agravio a la inteligencia de los interlocutores y un peligroso maniqueísmo que nos podría conducir a desgracias mayores. Dividir la sociedad en t’aras y k’aras y atribuirle los males a unos y las virtudes al otro es de un riesgo atroz. Sólo basta recordar el tristemente célebre genocidio de Ruanda.
Se denomina así al intento de exterminio de la población Tutsi por parte del gobierno hegemónico Hutu de Ruanda en 1994. Antes de la independencia del país, sus líderes siempre fueron tutsis, pero desde 1961 hasta 1994, el poder fue asumido por los hutus. Ese fatídico año el entonces primer ministro de Ruanda, Jean Kambanda, dijo que estaba “personalmente a favor de conseguir librarse de todos los tutsis... sin tutsis todos los problemas de Ruanda desaparecerían”. En 1994, las milicias hutus fueron arengadas contra los tutsis por parte de las facciones más extremas. Los mensajes incidían en las diferencias que separaban a ambos “grupos étnicos”. En el momento del inicio de la matanza, la milicia ruandesa estaba compuesta por 30.000 hombres. El genocidio de cerca de 1.000.000 de tutsis fue financiado con el dinero malversado de la ayuda internacional del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Tal gasto permitió que uno de cada tres varones hutus tuviera un machete nuevo para asesinar.
T’aras contra k’aras, como aquel de los hutus contra tutsis, es un antagonismo potencialmente aciago que nuestros líderes no deberían alimentar.
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