El reciente XVIII Congreso del Partido Comunista Chino ha aprobado los nombres de los nuevos dirigentes del partido y de hecho del nuevo liderazgo político del país. Xi Jinping, que ha sucedido –sin sorpresas-- al Hu Jintao, fue calificado por los comentaristas como más realista y más pragmático que su predecesor. Eso todavía queda por demostrarse. Aunque más relajado y diferente del enfoque burocrático del Sr. Hu, el contenido del discurso del Sr. Xi, así como el desarrollo del mismo Congreso, demuestran que el partido sigue fiel al status quo. Esperanzas de ver en los próximos cinco años las reformas políticas y económicas se han desvanecido. El cambio de dirigentes, incluyendo nuevo Buró Político, no trajo ninguna renovación real en la nomenclatura comunista. El secreto y falta de democracia interna en la selección de los nuevos gobernantes, censura y control político de la sociedad siguen siendo las reglas de oro del sistema comunista chino desde los tiempos de Mao Zedong.
El anacrónico sistema político chino se encuentra en franca contradicción con la economía de corte capitalista y que crece con una rapidez impresionante (7-10 por ciento anual). Gracias a la mano de obra barata, los productos chinos se venden a precios competitivos en el mundo entero y crecen las fortunas individuales incluyendo a los dirigentes del partido. Nadie duda que a nivel internacional el tiempo de China ha llegado en grande. El último informe de OCDE pronostica que el país será en 2016 la primera potencia económica mundial sobrepasando a los Estados Unidos, pero al precio de las contradicciones y problemas que se acumulan como profundización de los conflictos sociales, corrupción creciente, distribución desigual de los ingresos, degradación ecológica y ambiental.
La idea de la futura hegemonía mundial china despierta sentimientos encontrados. Si bien los productos chinos baratos son bienvenidos en cualquier país del mundo, las costumbres políticas del Beijing reñidas con la democracia provocan escalofríos. Por de pronto China busca afirmar su hegemonía regional en Asia frente al Japón un tanto decaído, pero de ahí a la arena mundial sólo falta un paso. La diferencia con el equilibrio mundial de fuerzas actual puede ser marcada pronto y de hecho el peso de China en la escena política internacional ya es significativo. El apoyo que da China al actual Gobierno sirio va en contra de la opinión generalizada de la comunidad internacional. Es igualmente llamativa la intransigencia con la cual el Gobierno central chino reprime las aspiraciones autonomistas del Tíbet, así como el desprecio soberano que tiene por los derechos humanos.
Presencia china en el mundo en desarrollo y especialmente en África es notable. China ha desplazado a Estados Unidos como principal socio de África, triplicando desde 2006 su comercio con el continente. Las inversiones chinas en Zambia constituyen un 20 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB). En Kenia China apoya construcción y modernización del sistema de caminos y extensión del aeropuerto en Nairobi. En el mercado de los medios africanos, la agencia china de noticias Xinhua y CCTV han estado haciendo grandes progresos. En América Latina China construye satélites de telecomunicación para Venezuela y Bolivia. Las armas “made in China” están presentes en las zonas de guerra que van desde la República Democrática de Congo hasta Costa de Marfil, Somalia y Sudan. La futura hegemonía china con criterios política y culturalmente diferentes de la situación actual puede hacer de la inminente llegada de China un momento traumático y complicado.
El autor es comunicador social
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