Uno de los síntomas más claros de la crisis de la civilización occidental es ver que sus héroes reales y ficticios simbolizan la decadencia del buen gusto, la confusión generalizada y la dilución de los valores. En su última película, por ejemplo, el agente 007 abandona el “martini con vodka; mezclado, no agitado” por la vulgar cerveza bebida desde el gollete, y Superman sigue llevando los calzoncillos rojos sobre el leotardo azul. ¿Por qué no los lleva por dentro, como todo el mundo?
Nada desconcierta más, sin embargo, que un especulador como Georges Soros –quinta fortuna de EEUU cifrada en 22.000 millones de dólares– sea un ícono del capitalismo norteamericano, dándoselas de filántropo progresista mientras dice aplicar la doctrina optimista del capitalismo de Karl Popper a las inversiones. Según informaciones no desmentidas, este magnate neoliberal, nacido en Hungría, fue (como el expresidente Jimmy Carter) benefactor de Evo Morales cuando el sindicalista cocalero bloqueaba caminos y acosaba al Gobierno del presidente Goni, tan neoliberal como Soros. Así se explica el antimperialismo vociferante del Gobierno cuyas relaciones con la embajada de EEUU, según el presidente Evo, son una caca. Propietario de la Soros Fund Management, el autor del libro El nuevo paradigma de los mercados financieros (Madrid, Taurus, 2008) es, entre otras cosas, accionista importante del club de fútbol Manchester United. Ojo al dato, porque el fútbol ha dejado de ser deporte para convertirse en negocio.
Dos veces casado y divorciado, Soros, a sus 82 años, está a punto de contraer matrimonio por tercera vez. A su novia Tamiko Bolton acaba de regalarle un anillo de compromiso con un diamante de Graff valorado en dos millones de dólares. ¿Cuántos dólares donó este capitalista neoliberal al Movimiento Al Socialismo? Así funciona el sistema. Cuanto más ‘solidario’, más millonario, porque los donativos desgravan en el malvado imperio yanqui. O sea que, al invertir en los “pobres indios del altiplano”, Soros ha ganado más plata y, de paso, lava su mala conciencia. Ahora, él y otros tigres de las finanzas norteamericanas se dedican a especular con el euro.
Pero no hay nada más decadente que los ritos funerarios de la civilización occidental. Han perdido su esencia cristiana y se han convertido en una fiesta pagana llamada ‘Halloween’, que no quiere decir nada porque, en ella, la muerte es un producto comercial en una sociedad de consumo aborregada por Hollywood y la tele. Halloween es un carnaval de disfraces con calaveras y calabazas de plástico, túnicas, caretas y sombreros de bruja, fabricados en China.
Atrás quedan los días de difuntos que nos inducían a meditar sobre el misterio de la existencia, la vida eterna, la resurrección de la carne y la certeza de que la muerte, con pie callado, todo lo iguala en un mundo donde siguen reinando la pobreza, la enfermedad, el miedo y la injusticia. Todas las civilizaciones se fundaron en una concepción de la muerte que daba sentido a la existencia de pueblos e individuos. La condición humana, en suma. Hasta hace 20 años, yo iba al cementerio de Riberalta y, entre oraciones, encendía velas y depositaba rosas sobre las tumbas de mis padres y de varios amigos entrañables. Dejé de hacerlo cuando comprobé que, nada más marcharme del camposanto, cuadrillas de ladronzuelos las robaban para revenderlas y comprar alcohol y drogas. Ahora todo es Halloween. // Madrid, 02/11/2012.
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