Una serie de hechos, de declaraciones públicas pero también de muy elocuentes silencios y desmentidos, ha puesto en evidencia durante los últimos días que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) está atravesando por una crisis que, de acuerdo a varios analistas, podría ser terminal.
La fallida reunión “cumbre” de los tres principales miembros de la ALBA que durante los últimos días se redujo en nuestra ciudad a un encuentro bilateral entre los presidentes de Ecuador y Bolivia, ha sido la más reciente de una ya larga serie de extrañas ausencias y fallidas reuniones que corroboran esa suposición.
Entre los elementos de juicios que más avalan la hipótesis según la que la crisis de la alianza bolivariana es mucho más profunda de lo que sus principales miembros aceptan reconocer, se destaca la enorme diferencia entre las versiones que sobre la naturaleza y propósitos de la reunión de Cochabamba circularon en medios oficiales de cada uno de los tres países. Mientras en Ecuador y Bolivia desde un principio se informó que se trataba de un encuentro bilateral, en Venezuela se aseguraba que no sólo Nicolás Maduro, sino también delegaciones oficiales encabezadas por los cancilleres de los demás miembros de la ALBA (Cuba, Nicaragua, Dominica, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda) se harían presentes en el encuentro.
La decisión, tomada a última hora, de cancelar la participación de Maduro, justificada con un argumento poco verosímil, no hizo más que confirmar la existencia de factores distintos a los expuestos por las versiones oficiales para explicar tan sorprendentes giros.
La inasistencia, decidida del mismo modo, a última hora, de Nicolás Maduro a la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, así como la fallida “cumbre” de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), también en nuestra ciudad, luego del incidente aéreo sufrido por el Mandatario boliviano, y que por la masiva ausencia de la mayor parte de sus miembros terminó reduciéndose a un acto político y social, pero no oficial, son otros de los antecedentes que contribuyen a develar la real magnitud de los desencuentros bolivarianos.
Si se considera, además, que todas esas dificultades tienen como telón de fondo el colapso de la economía venezolana, y sus secuelas en el escenario político y social, que ya ponen en riesgo la viabilidad en el corto plazo del Gobierno de Nicolás Maduro, termina de configurarse un panorama muy poco halagüeño para el futuro del “socialismo del siglo XXI”.
En ese contexto, ya de poco sirven las declaraciones de guerra ideológica, ni los afanes de enturbiar las aguas mediante las más agresivas provocaciones dirigidas a que el malestar sea transferido al escenario internacional, aplicando la ya tan clásica como desacreditada fórmula. Lo cierto es que los gobiernos que, como Ecuador y Bolivia, unieron su suerte a la del régimen venezolano, harían bien, ahora que están a tiempo porque aún cuentan con importante legitimidad electoral, en buscar nuevos horizontes hacia los que dirigir sus pasos.
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