SANGRE DE HORCHATA
Nos estamos habituando a lo aberrante con una sangre fría digna de un
novela ganadora. A los habitantes de la zona occidental de Bolivia, se los ve
como abúlicos, resignados, con cierta filosofía fatalista que va acorde al
helado aire de la montaña, lo monocromático del altiplano y su inmensa soledad.
El oriente, por su clima cálido y su voluptuosa vegetación ha caracterizado a
su gente como de sangre caliente, más apasionados, alegres y despreocupados, pero ambos contestatarios ante los estímulos
adversos.
Nos hemos visto obligados a encontrar una nueva personalidad. Descubrimos
que hoy tenemos algo nuevo en común, nos hemos vuelto todos tibios y en algunos casos, gélidos. Es
posible que el acceso a la información en tiempo real, por esa vorágine de un
país altamente politizado y en permanente angustia, sea la causante de esta
alquimia en nuestro torrente sanguíneo.
La profusión de acontecimientos inauditos y hasta hace poco
extraordinarios, están entretejiendo en la esencia de un pueblo intrínsecamente
sensible, un barniz de dureza e indiferencia ante la crudeza de lo cotidiano.
Hace un par de semanas, cuando moría una mujer con un bebé de siete meses
en su vientre por no entregar un monedero con doce bolivianos a su agresor, hubo
un amago de indignación reactiva, pero ahí quedó. En la intimidad de nuestra
conciencia, ha quedado un eco que -como cientos más- aún no encuentra una vía de
expresión. Es la cotidianidad de los
hechos y sus causas lo que está ocasionando que adoptemos una actitud displicente
ante la vida y que convirtamos en natural, el que la muerte violenta y
delincuencial conviva alrededor de nuestras familias.
Pero cuando a este horror le sumamos los oscuros manejos que se hace a
través de apariciones mediáticas agarrando
del cuello al sujeto supuesto asesino confeso, una helada corriente se apodera
de la médula espinal. Se ha hecho costumbre que la máxima autoridad encargada
de la seguridad interna del país, presente como un trofeo, a uno o más
delincuentes que provoque además de aplausos, una falsa pero anhelada
sensación, que algo se avanza en términos de seguridad. Lo que se entrevé, nos
hace concluir que nos están mintiendo, constante y consistentemente. Desde que
al Ministerio de Gobierno accedió otra cabeza, no se había anotado un tanto. Y
eso, es algo que no se pueden permitir cuando sus prioridades electorales es
vender una imagen que no tienen y necesitan meter goles aunque sea con la mano.
El círculo gobernante, está entrelazando la vida de todos. Mucha
figuración, mucho maquillaje. En el escenario del teatro, los ciudadanos de
buena fe están en manos de los operadores que
los convierten en marionetas humanas sin capacidad de reacción. Es
inadmisible que un grupo de policías, violen y maltraten a una mujer con
discapacidad y el que haya sido dentro de las instalaciones de la policía, solo
le ponen un ingrediente más de horror al hecho criminal. Y por supuesto, en esta especie de singular
sociedad, un juez ya ha dispuesto medidas sustitutivas. Pero no son solo
algunos policías los que tienen el monopolio de conductas aberrantes. Hemos
sido testigos que ante la escasa afluencia de jóvenes a los cuarteles para
cumplir con el servicio militar obligatorio, miembros de las fuerzas armadas,
se dieron a la tarea de pescar jóvenes en las calles con la misma ferocidad de
una perrera municipal. Nadie del gobierno, menos los militares, ha reflexionado
el por qué, los jóvenes prefieren mantenerse lejos de los cuarteles. Y a modo
de réplica, un soldado denuncia haber
sido torturado por sus superiores por la pérdida de un celular. Y es obvio que
lo nieguen. Pero en algunas familias se recuerda, que aún hay muertes en
instituciones militares sin esclarecer.
Durante la gran cumbre de Evo Morales -el clímax para un inmenso
narcisismo- el despliegue de seguridad para aparentar qué tan bien se protege
la vida en este país, ilusionó a la
ciudad de Santa Cruz que algo de eso les quedaría para vivir relativamente
tranquilos. Los ajustes de cuentas, sicarios de toda laya y variada
nacionalidad que están matando con total impunidad, hace que cada día más la ciudadanía salga de
su casa sin ninguna garantía de encontrar su familia completa al atardecer.
Estamos siendo agredidos por una ultrajante propaganda gubernamental. Todo
bonanza, todos triunfos y colosales logros -que están por verse- pero de las muertes,
de ciudadanos quebrados, de tragedias en las que vive la familia, de vidas desperdiciadas y heridos
permanentes, no hay quién se haga cargo.
Nada puede hacer por ahora el ciudadano común para ponerle un alto a esta
situación que le enrostra su total indefensión. En otro momento, saldría a la
calle a manifestar su descontento. Pero los brillantes relatos y la magnificencia
del poder casi absoluto, le ha enfriado la sangre. Ojalá quede alguna rendija
para reaccionar y logre defender su
inalienable derecho a elegir.
Karen Arauz
No hay comentarios:
Publicar un comentario